Capítulo 26

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Reese se sobresaltó al escuchar su teléfono sonar a la lejanía. Descubrió que estaba solo en la cama cosa que lo decepcionó un poco aunque sabía que era obvio. Vio una nota en el lugar donde debería estar ella y la tomó adivinando lo que estaba escrito en ella.

Fue una noche excepcional, lamento que no se pueda repetir. Me encantó conocerte Reese, espero que tengas una linda vida.

Stella G.

Arrugó el papel en su mano y se levantó de la cama. Debía volver a su suite, tenía que preparar a los niños para viajar y enfrentar lo que sería su vida a partir de ese momento.

Mientras se vestía pudo percibir el olor del perfume de Stella en todo el lugar, ella se había impregnado allí tanto como en él, su mente estaba invadida por su memoria y temía que esa noche solo había empeorado su fascinación por aquella mujer. Y no era bueno, porque él sabía dónde encontrarla y no quería parecer ese tipo de hombre que no superaba los momentos fugaces.

Olvidarla no sería tan fácil, lo intuía, pero debía hacerlo por su bien y el de su familia. Debía recordar que era una aventura y nada más, ¿pero por qué quería correr a recepción a preguntar si ella todavía estaba allí?

Algo abrumado por sus pensamientos regresó a la suite para encontrar un caos, Christin apuraba a gritos a las niñas para que estuvieran listas, Reese sonrió divertido y se acercó a su hijo quien comía en su silla, ajeno al desorden.

—Hola, campeón— tomó al bebé en brazos y besó su mejilla regordeta. Sonrió feliz cuando su hijo rio, tenía todo lo que quería justo en aquella habitación, nada más importaba.

—¡Papá! ¡La boda del abuelo es mañana y nos envió vestidos!— corrió hacia él una de las gemelas, Chelsey, con una caja en la mano y un vestido de brillos plateados en la otra mano.

Reese frunció el ceño. Su padre lo hacía de nuevo, se disculpaba con regalos costosos y sin dar la cara. Sonrió levemente.

—Está hermoso, cariño. Pero es hora de empacar.

La niña corrió de vuelta a su habitación, la siguió y pudo ver que los vestidos de las pequeñas eran iguales al plateado, solo que en distintos tonos de dorado, rosa y celeste. Buscó a Alice con la mirada y la encontró en una esquina con otro vestido en la mano, era negro a diferencia que el de sus hermanas. Su padre se había esmerado pero todo lo hacía mal, no compraría el amor de sus hijas con regalos, sino con acciones y su presencia.

Suspiró con tranquilidad antes de avisarles para empacar, debían ayudar a Christin con sus cosas y debían partir al aeropuerto en tres horas.

—Christin, te prometo que te daré una semana cuando regresemos— le dijo a la mujer con compasión, esta solo le sonrió de vuelta.

—Amo mi trabajo, nunca me aburro.

Reese rio, y se encaminó a su habitación. Se hizo cargo de Ross y de sus cosas, estuvieron listos en dos horas y tuvieron que correr hasta recepción para entregar la habitación y el auto de alquiler.

Ya en el aeropuerto, en el avión, miró cómo dejaban el suelo estadounidense para volver a Canadá y todo lo que había dejado atrás le golpeó de frente en la cara. Tenía una llamada que no quería hacer, tenía un rostro que enfrentar que en lo más profundo de sí, no quería ver, tenía que regresar a una realidad donde sus hijos eran miserables y él era una máquina en carne humana.

A diferencia del vuelo de llegada, todo fue tranquilo la segunda vez, no hubo llantos, mareos, ni vómitos. Sus hijos estaban tan tranquilos y callados que se sintió fuera de lugar, y es que todos, después de una semana extraordinaria volvían a su realidad, donde nadie, ni siquiera la niñera, la pasaba bien en casa.

My Favorite Sin (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora