85) Regalo.

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(Statham)

Lanzo nuevamente la pelota hacia el techo de la habitación y vuelvo a suspirar. Repito una y otra vez el lanzamiento y a lo lejos escucho un extraño sonido. No presto atención y continúo con el movimiento. Cualquier cosa para matar el tiempo y no revisar a cada instante el celular.

Dejo la pelota a un lado de mi cabeza y miro hacia el techo, aún acostado sobre mi cama. Escucho algo de fondo, y lo ignoro. Agarro mi móvil y reviso el contacto de Brika. Intento darle espacio, pero me cuesta demasiado y esto no está funcionando. Odio que estemos más cerca, y todavía sentirla lejos. Como si nos faltara un paso aún para estar completamente genial, como antes.

—Quizá debí quedarme con los demás —replico en voz alta.

No, demonios, no. Ya estuve con ellos y no paraba de pensar en Brika. ¿Qué estoy haciendo? Reviso su contacto otra vez, esperando algún mensaje, una llamada, lo que sea.

—Nada —suspiro—. No hay nada.

¿Y si voy a verla a su hotel? ¿Y si la espero hasta que regrese con sus amigos? ¿Y si la llamo, aunque se moleste? No, no. Le pedí vernos y me rechazó. No quiero fastidiar las cosas con ella y que termine alejándose de mí.

Coloco el móvil sobre mi abdomen desnudo y escucho aquel sonido otra vez. Me siento en la cama y procuro no respirar por unos segundos para escuchar mejor. Unos lejanos toques se escuchan y me levanto para abrir la puerta de mi habitación. Los golpes son más claros una vez que salgo. Claramente están desbaratando la puerta principal de este lugar.

—¡Ya, demonios, ya voy!

Cruzo descalzo por todo el departamento compartido en cuatro habitaciones individuales, un pequeño living, comedor y cocina y me acerco a la puerta, gruñendo y vistiendo sólo un exterior plomo. Los toques vuelven a escucharse y abro de golpe.

El puño de alguien se queda a un centímetro de mi cara y me obliga a cerrar los ojos por la sorpresa. Al abrirlos, aquella sorpresa es aún más grande. Brika está parada frente a mí y sus ojos se iluminan al verme.

—Te encontré —suspira y sonríe.

Tiro de Brika hacia mí y la beso sin perder tiempo. Cierro la puerta tras ella y lleva sus manos a mi cuello. Saboreo sus labios como si de eso dependiera mi vida, y todo el control que tenía para llevar las cosas con alma, se esfuma.

—Espera, espera —dice apartándose apenas—. ¿Esto es compartido?

—Sí, pero no hay nadie —siseo, llevando mis manos a sus muslos y levantándola para que envuelva sus piernas en mi cintura—. Todos han salido.

—¿Y qué haces tú aquí sólo?

—Esperándote.

Mi boca busca la suya de nuevo y camino con dirección a la última habitación del pasillo, es decir la mía. Ella empuja la puerta y yo le pongo el seguro. Tropiezo con mi cama y separa sus labios, soltando una carcajada cuando caemos sobre el colchón. Me acuesto a su lado y sonríe, ahuecando mi mejilla en su palma.

—¿Qué tal tu cumpleaños? —pregunta, y siento como mueve sus piernas. El sonido de algo cayendo, y luego su pierna abrazando las mías, me revela que ha quitado sus zapatos.

—Me hiciste mucha falta —Doy un beso en su nariz y la abrazo. Su blusa de tirantes es corta y me facilita tocar su piel. —No pienso renunciar a ti. Nunca más.

—Estaremos a tres mil kilómetros de distancia, Harley —agacha la cabeza y sé lo que está pensando. Ella teme que vuelva a tirar la toalla, a ilusionarla y al final, decir que me duele la distancia y no puedo con la situación. No volverá a ocurrir. Llevo más de un año pensando en su sonrisa, sus besos, su cara, su cuerpo, sus locuras, sus ocurrencias, su amor. Soportaría otro año más porque sé que al final estaré junto a ella.

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