41) Tú mi Bugs. Tú mi Lola.

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Me incliné y tomé sus labios en un beso suave. De algo alocado y desesperado no sé cómo llegamos a esto. O quizá si lo sé.

Acabo de decirle que la quiero.

Llevé una mano a su mejilla y acaricié suavemente. Apenas y tocaba su piel mientras iba bajando por su brazo y movía mis labios despacio. Resbalé mis labios por su mentón y bajé a su cuello haciéndola gemir. Eso acabó conmigo.

—Mierda —gruñí.

Volví a su boca desesperado y en un movimiento la coloqué debajo de mí. Bajé mis manos hasta el borde de su blusa y metí las manos para sentirla. Su piel estaba caliente, igual que la mía en este momento y nuestras bocas no cesaban. Quité su blusa con rapidez y tuve la increíble sorpresa de descubrir que no llevaba brasier. Un extraño sonido salió de mis labios al observarla y ella sonrió con los labios cerrados. Un poco apenada, pero no se cubrió. Era algo que no quería olvidar jamás. Su expresión tierna y avergonzada, pero atrevida, era algo que definitivamente no olvidaría jamás. Y eso que nos alumbraba la casi inexistente luz que entraba por la ventana, cuya cortina ella no había cerrado completamente.

Regresando a su boca, mezclé mi lengua con la suya y mordí su labio.

—Eres tan suave, tan hermosa —dije con la voz ronca y con un poco de torpeza, le quité su pijama. Y acaricié sus muslos cuando estuvieron al aire libre. —No podía esperar más esto.

—¿Me deseabas?

—Como no tienes idea.

Sin ningún problema me puse de pie con ella encima. Mi cabeza dio vueltas al sentir como se envolvía alrededor de mí. El calor de sus muslos internos, quemaron mi cintura en tanto sentía su humedad contra mi estómago.

Caminé un poco más hasta que choqué con su cama y caímos sobre esta. Ella gimió, cuando por aquella caída, posé mi hinchada erección contra su parte más sensible en este momento y presioné varias veces.

—Oh, mierda —dijo en un leve gemido—. Quiero verte.

Al instante, estiró su brazo y su lámpara de noche se encendió, pero reguló la intensidad de la luz y la dejó baja. Probé la calidez de su boca y escuché sus susurros de placer. La acomodé más al centro de la cama, y me posé sobre ella. Movió sus manos desde mi nuca, a través de mi espalda, y poco a poco hasta encontrar la bragueta de mi pantalón. Echándome hacia atrás ligeramente, observé su cara. Sus pupilas, Dios... sus pupilas.

—Voy a volverme loca... más loca —murmuró agitada—. Hazlo ya.

Algo se estremeció en mi interior y sentí volverme aún más loco. Sin control. La apreté más contra la cama y la besé profundamente. De manera salvaje le arranqué la única pequeña prenda que le quedaba y ella gruñó, quizá excitada, quizá molesta. Mi pantalón fue despojado de prisa con ayuda de sus pies y cuando juntos comenzamos a bajar la prenda que me estorbaba, ambos arrugamos nuestra expresión.

—Hay uno... —A penas entendía su balbuceo. Estaba tan mareado de ella, como ella parecía estar de mí —...en el cajón del baño.

Sus piernas envueltas alrededor de mí. Sonrió. Sonreí. Me levanté nuevamente con ella y nos dirigimos al baño entre besos apasionados. Choqué con la pared por llevar mis ojos cerrados, aunque intenté abrirlos para ver el camino.

—Ahí... —Ella indicó el tercer cajón pequeño.

Sin soltarla, luego de revolver desesperadamente entre cosas que no distinguí, encontré un paquetito gris, cuadrado y pequeño. La coloqué sobre la encimera un momento, mis dedos parecieron enredarse y la luz baja que llegaba de su habitación me estaban jugando una mala pasada por un segundo, y con su mirada nerviosa y excitada sobre mí, realmente sobre mí, me lo puse.

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