20) La arquitecta en MI fiesta.

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(Brika)

—Estúpida —repetía—. ¡Estúpida, estúpida, estúpida!

Pateé con fuerza una lata frente a mí y seguí caminando hasta mi Volkswagen, el cual había dejado al inicio de la autopista cuando comencé a escuchar ruidos cerca. No ruidos, más bien rugidos de motores.

Espero que no me haya visto cuando aquel gigantón con el que tropecé por ir caminando de espaldas, se quejó.

<No necesito saberlo>.

Corrí hasta el Escarabajo y aceleré de inmediato, justo a tiempo para evitar a Statham que se acercaba desde aquel camino escondido. Aceleré – lo suficiente – y conduje por la autopista de regreso a mi casa.

<Quien busca y rebusca, encuentra lo que no gusta>. Mi abuela solía decirle a mi mamá. Al menos eso recuerdo que me contaba.

<Cuando uno ve por el cerrojo de una puerta cerrada, siempre verá del otro lado algo que no quería ver>.

—Nadie me dijo: Brika, síguelos. Y yo de pendeja los seguí.

Observé al tal Roy Statham ser saludado por muchos. Realmente parece que lo extrañaban. A Ikel y los otros 2R. Oh, y a Statham besarse con una flacucha-pelinegra-arquitecta de ropa cortada. Todo lo opuesto a La Nata que tiene más culo y tetas que mis amigas y yo juntas. Y sí, cortada. Pues parecía que hubieran tomado unas tijeras y cortado hasta dejar las prendas de tamaño extra diminuto.

<Una cosa es vestirse sexi y otra muy distinta es vestirse como puta>.

¡Y Statham le pone el cuerno a La Nata con una puta!

Por Dios, ya no sé ni lo que digo. ¿Le estoy diciendo puta a una puta? ¿Y si no es puta? <¡¿Alguien que por favor me calme?!>.

No sé qué me molestaba en realidad. Que en el fondo de mí me daba pena por Nataly Dunn o que me molestó más de lo normal haber visto a mi querido compañero besar a otra. Probablemente ya me acostumbre a verlo ser chupado por la rubia Hueca y ahora... No, pero ahora sentí distinto. Ahora ni siquiera quise ver la escena.

Llegué a mi casa y mi papá me esperaba en la sala con una cara de escopeta cargada.

—Te dije <Castigada> —habló bajo entre dientes, con voz firme y sombría.

—Tenía que hacer algo.

—¿Dónde estabas?

—¡POR AHÍ! —grité exaltada y ambos nos sorprendimos. <Yo no le grito>.

Se acercó de prisa, su mano marcó mi mejilla y choqué contra el sofá. De no estar ahí, habría ido directo al suelo. Mordí mi labio muy fuerte, pues me negaba a llorar.

<¿Qué me pasa? ¿Estoy enojada, estoy triste, estoy confundida? ¿Molesta? ¡¿Qué?!>.

—¡¿DÓNDE ESTABAS?! —gritó de nuevo.

Me enderecé y lo vi a los ojos. ¡Sus hermosos ojos azules que se vuelven fríos cuando me miran!

—¡Ni siquiera te importa! —grité ahogando un sollozo. Di media vuelta y salí de la casa.

¡Quiero gritar! ¡Llorar! ¡Patear! ¡Arrastrarme como perro en el suelo! Pero apenas pude bajar los escalones del porche cuando su voz me detuvo de nuevo.

—¡Eso! ¡Vete! —gritó desde la puerta—. ¡No me interesa! ¡Anda, revuélcate con alguien, queda embarazada y lárgate! ¡NO SOPORTO VERTE!

No aguanté más y me puse a llorar. Sus palabras me traspasaban como balas, y apuesto a que aún peor. Sólo sé que sentía un agujero en el pecho y realmente dolía.

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