Capítulo 30

2K 174 90
                                    

Mi estadía en el callejón Diagon duró poco, ya que pronto todo se empezó alterar, la cantidad de gente que esperaba afuera era abrumadora, los fotógrafos no ayudaban mucho y me sentí tensa e intimidada más por ellos que por el público.

Lucy fue la que dijo que era suficiente y nos pudimos desaparecer de una forma segura dentro del local, pero el día aún no terminaba así que mi trabajo tampoco, volví al campo y me coloqué el uniforme.

Siempre supe que el Quidditch sería lo mío pero lo que no sabía era el ¿cómo podía llegar a él de una manera profesional?

No podía presentarme frente a ellos pidiéndoles que me contrataran con una experiencia nula, defendiendome con el simple hecho que jugaba Quidditch en el colegio, era una novata y una pequeña a comparada con mis ahora compañeros, tuve bastante suerte ya que el esposo de mi jefa anterior me había presentado a Andrew.

Así es, antes de ser una jugadora en un equipo calificado de Quidditch tenía otro empleo.

Trabaje un poco después de graduarme de Hogwarts, tenía excelentes notas y presentarme para obtener un puesto en el Ministerio no habría sido ningún problema, pero desde que mi hermano empezó a trabajar ahí supe que el Ministerio jamás sería mi lugar, me sentía axficiada, sentía que era un gran jaula, jamás pude relacionarme con ellos, así que lo descarte de inmediato.

Actualmente mi marido trabaja ahí. Suspiro, Ron con su puesto de Auror, ir al Ministerio era algo que no podía evitar, pero ahora tenía nuevas razones para ir, Ron. El trabaja ahí, así que es lo que le gusta, no trabajas en algo con lo que no te agrada.

Volviendo no mucho tiempo atrás, me había  presentado frente a una familia que buscaba una niñera.

Mi abuela me reprochó un poco diciéndome que no tenía la necesidad de trabajar, que alguien como yo no podría servirle a unos mestizos, pero me negué antes sus reclamos y me presente de todos modos para solicitar el puesto. Quería hacer algo productivo conmigo misma.

Toque la puerta, con el estómago hecho un lío intentando verme de lo más calmada posible, jamás había trabajo antes para alguien.

De ella salió una joven bruja, con un niño en brazos y una pequeña aferrada a su pierna, su cabello estaba despeinado y unas grandes ojeras se apoderaban bajo sus ojos, le calcule que sería mayor a mi como unos seis años aproximadamente.

Le sonreí como siempre lo hacía y me invitó a pasar de inmediato, para mi fortuna me contrato en ese instante, sentí una enorme felicidad y alivio, me sentí realizada, en que podría lograr todo lo que me propondiera.

Al ver cómo su pequeña hija se acercó a mí alzando  sus brazos para sostenerla, le pedí permiso a su madre antes de hacerlo y esta accedió, la niña tenía unas pestañas enormes y era bellísima.

Su niña había confiado en mi según su madre así que dijo que ella también lo haría, puso su fe ciega en mí y yo no iba a defraudarla.

Los niños siempre me agradaron y reconfortaron, sentía la necesidad de hacer lo mismo con ellos, si veía uno solo o algo decaído me acercaba a ellos y los animaba. Mi niñez había sido muy dura, sola y fría. Nadie debía pasar por ese sentimiento de soledad a una edad tan temprana.

Mi instinto de protección siempre fue muy propio de mí, siento que la primera persona que pude consolar fue a mi hermano mayor, era pequeña y no comprendía muchas cosas por la ignores de mi niñez, pero nunca se fue el sentimiento de querer hacer sentir a los demás que me tenían como un apoyo.

Incluso cuando fui prefecta, los de nuevo ingreso eran adorables y una debilidad para mostrar mi calidez y ablandarme, a los que veía fuera quien fuera me acercaba y le sonreía como si nos conociéramos de siempre, lograba hacerlo reír y eso era suficiente para mí, les ayudaba en sus tareas pasando un tiempo en la biblioteca.

Encadenados [Ronald Weasley] EN EDICIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora