Capítulo 5:

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Maratón 1/3

El trayecto del aeropuerto al apartamento se convierte en una prueba de resistencia. Las luces amarillas de las farolas titilan sobre la carretera húmeda, como si incluso la ciudad estuviera demasiado agotada para mantenerse firme. La nieve comienza a acumularse en las esquinas de las calles, formando pequeñas montañas grises que los vehículos esquivan con dificultad. Pero nada de esto logra distraerme de lo insoportable que es esta situación.

La realidad no me da tregua. Mis músculos están tensos desde que subí al auto, y lo único que deseo es colocarme los auriculares para aislarme, pero los malditos se rompieron días atrás. Así que estoy condenada a escuchar todo lo que me rodea.

Detrás de mí, una pareja profundamente enamorada —o eso parecen querer demostrar— no deja de besarse de una forma ruidosa, casi obscena. Cada beso suena como un bofetón al silencio, un recordatorio de que mi vida amorosa está en ruinas. Delante, el conductor, un hombre regordete con un aire de despreocupación irritante, se entrega a un monólogo sexista sobre mujeres y autos, como si su opinión fuera el centro del universo.

Por si eso no fuera suficiente, mi teléfono no deja de vibrar con correos de mi jefe. Correos urgentes, por supuesto. «Entregas para mañana», «ajustes de última hora». Mi cabeza palpita con cada notificación, y siento que estoy a punto de explotar.

Muerdo mi labio inferior y juego con el dobladillo de mi abrigo, tratando de mantenerme tranquila. Afuera, las luces de los escaparates iluminan fugazmente el interior del coche: decoraciones navideñas, figuras de Santa Claus y copos de nieve pintados en ventanas. Todo es demasiado festivo para mi ánimo.

El conductor intenta hablarme de algo, pero mi mente se evade. Suspiro por enésima vez, dejando que mi aliento empañe la ventana del copiloto. Cuando nos detenemos en un semáforo, algo logra capturar mi atención: la luna. Está llena, brillante, imponente en el cielo despejado. Su luz refleja sobre la nieve, creando un resplandor que, por un instante, me parece hipnótico.

«Te extraño, mami».

Relamo mis labios secos mientras trato de controlar la opresión en mi pecho. Mis pensamientos me traicionan; me recuerdan que esta será otra Navidad sin ella.

—Pía, hablemos de cómo van tus proyectos.

Unos golpecitos en mi hombro me sacan de mi ensimismamiento. Giro la cabeza y me encuentro con Darla, la mujer rubia que me acompaña en el asiento trasero. Sus ojos azules tienen un brillo de interés genuino, y sus labios se curvan en una sonrisa que me desarma un poco.

—¿Segura? —pregunto, todavía algo perdida.

—Por supuesto —dice ella, inclinándose hacia mí con entusiasmo—. Quiero saber todo de ti. Según tengo entendido, tu sueño es ser una publicista exitosa con tu propia agencia, ¿no es cierto?

Abro la boca, sorprendida.

—¿Cómo...?

—Ethan me lo contó.

El nombre me golpea como un balde de agua fría. Mi mirada vuela hacia el castaño sentado a su lado. Ethan me observa con una intensidad que me hace desviar la vista casi al instante.

«¿Qué estás pensando, Ethan? ¿Qué es lo que quieres de mí?»

Asiento lentamente a las palabras de Darla, pero mi mente ya no está allí. Trato de concentrarme, pero el entorno parece conspirar contra mí. El frío que se filtra por las ventanillas hace que mis labios se vuelvan aún más agrietados, y mis mejillas están ardiendo por la helada. Dibujo un pequeño corazón roto en la ventana empañada, como si eso pudiera aliviar algo de la presión en mi pecho.

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