Capítulo 30:

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Pía Melina.

El transcurso en taxi junto a Ethan fue mucho más incómodo de lo pensado porque mientras yo no dejo de juguetear con el borde de mi conjunto más que nerviosa el me lanza miradas furtivas que dicen millones de cosas.

El mogollón de pensamientos intangibles que se cruzan por mi cabeza en el pequeño trayecto en el que saco las llaves de mi bolso acariciando el pompón rosa que cuelga de este se vuelven un incómodo grano en el culo.

Suspiro, el sentir esta incomodidad de no saber qué hacer, o este silencio que se vuelve cada vez más que molesto me saca de mis casillas porque nuestra amistad de alguna forma se está jodiendo más de lo debido después de creer que nada sería así, después de prometerme que no dejaría que nada cambiara.

—Pía yo...

—No digas nada Ethan; no ahora —suplico.

Os juro que necesito de toda mi fuerza de voluntad para no terminar llorando como una jodida debilucha porque de cierta forma estoy dejando que esta situación me sobrepase.

No sé cuántas veces en el viaje me lo repetí, y es que... por más que quiera dejar de martirizarme y sentirme jodidamente culpable por el simple hecho de que no puedo sacarme a los dos castaños de la cabeza, ni el daño que le podría causar a Darla con esa decisión estúpida; además, el cómo perdería mi dignidad si me dejo pisotear de esa manera cuando la joven rubia ha entrado en mi vida con una actitud dulce y comprensiva.

«No, yo no soy así»

Relamo mis labios con la respiración un poco agitada por la caminata, deteniéndonos en la puerta de mi apartamento.

Lo escucho maldecir, al tanto de lo que está por decir.

—Debemos hablar de lo que está sucediendo, Pía.

El escucharlo repetir más de una vez lo que ya se empeora mis nervios los cuales no me abandonan y es que estoy al tanto de todas las conversaciones que tenemos pendientes como cuando carajos empezó a sentir todo eso por mí y él porque no tuvo la iniciativa; sin embargo, no estoy deseosa de querer echarle más sal a la herida porque el tal vez no existe, el pasado ya no está y solo queda el maldito presente donde él está comprometido con una mujer maravillosa.

—Estoy al tanto de ello, Ethan.

No quiero sonar fría, pero me siento tan mal que es imposible e inevitable.

—Deja de mirarme así por favor que me pones nerviosa.

Giro mi cuerpo quedando a unos poco centímetros de distancia de Ethan; logrando percibir su aroma a hierba buena con un poco de menta.

Me muestra una dulce sonrisa que combina con el brillo que ilumina sus pupilas de una forma poco común que acelera mis latidos.

—Lo siento, pero a dónde quieres que mire si la puerta a la que entraré será esta.

Volteo mi cuerpo de manera apresurada provocando que mi cabello se estampe contra la cara del joven.

—Lo siento.

Poso mi mano por su cara rojiza con mis mejillas sonrosadas, mi voz saliendo en apenas un susurro y la disculpa plasmada en mis fracciones.

«Joder»

—Tranquila, Pí.

Sus palabras me calman, pero lo veo con el rabillo de mis ojos como se sigue pasando la mano por su cara que se torna de un color morado claro.

La puerta se logra abrir; permitiendo que Moffy salga desprendido en mi dirección moviendo su cola de manera desesperada.

—Ya estamos aquí —lanzo el bolso encima del sofá junto a las llaves y mi cuerpo—, estoy exhausta.

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