Capítulo 8:

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    Capítulo dedicado a las lectoras que se van sumando.

Entre ellas:
CrishHernndez. edukalumami. YohanaKatherineHidal 

Recuerden que las otras ya saldrán en el tercer maratón.

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Maratón 1/3

Dante Vivaldi.

El cielo ligeramente nublado, mezclado con la suavidad contemporánea que comparte la nieve y las ventiscas de invierno son el clima que predomina hoy en el característico Vancouver.

No soy amante al frío.

Menos cuando viene con esta semana festiva donde mis ojos lo único que divisan son las parejas que caminan de un lado a otro sonriendo con sus atuendos navideños, o los niños correteando como caballos en plena granja casi empeorando mi humor.

Odio los niños, es una de las cosas que menos me gusta del mundo. No solo lo mucho que lloran, también lo que incluye tenerlos cerca. Son un dolor de cabeza que prefiero dejar para las parejas que necesitan llenar vacíos.

—Recuerde que hoy su madre cumple años, debe llamarla antes de que....

Mi secretaria se queda sin palabras cuando mi teléfono móvil suena avisándome de la llamada entrante de mi madre.

Frunzo mi entrecejo con la tensión ya acumulándose en mis músculos.

—Lo mejor sera que me vaya.

Asiento cerrando los ojos con unas buenas ganas de acabar  este día lo antes posible.

—Hola madre.

—¿Acaso siempre se te olvida que tú madre existe?

Ruedo los ojos deteniéndome en el balcón de la oficina delineando las enormes edificaciones que me rodean.

—Aún no entiendo como puedes ser tan dramática.

La oigo medio lloriquear sintiendo una extraña opresión en el pecho que me descontrola forzándome a tragar.

—Te estás buscando que te golpee con la chancla.

—Madre por favor tengo treinta y tres años, estoy demasiado grande para...

—Me importa un pepino, seguirás siendo mi Niño pequeño así tengas noventa años... Al menos si sigo estando viva para ese momento.

Cambio mi expresión ignorando sus últimas palabras que son una cuchilla de doble filo clavándose con el recuerdo de la muerte de la pelinegra.

—¡Felicidades madre!

Escucho algunas voces al otro lado de la línea que trato de ignorar, aunque algunas las reconozco.

—¡Gracias mijito!  No puedo decir que no espero que vengas a la cena.

Pellizco mi tabique agobiado.

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