Capítulo 19:

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Mini maratón 2/2.

Pía Melina.

Estoy estresada, confusa y agotada de las constantes sensaciones que este hombre causa en mi con su cercanía, es como si fuera incapaz de tener control de pequeñas partes de mi cuerpo.

El agobio me puede más, porque lo único que puedo pensar es la poca distancia que nos mantiene alejados el uno del otro... Solo un poco más y podríamos estar besándonos.

«Descarta ese pensamiento Pía»

Coloco un mechón de mi cabello detrás de mi oreja mientras Dante no hace más que sonreír picarón por el rubor rojizo en mis mejillas.

—Pía Melina... La chicas más dulce del universo.

El sarcasmo empeora un poco la mezcla de sentimientos que me provoca el escuchar mi nombre salir de sus labios de esa manera tan ronca y sensual donde todo lo que dice suena más que excitante.

—¿Es un insulto o un cumplido? La verdad es que no tengo ni idea de cómo tomármelo.

Sonríe curvando las comisuras de sus labios en una sonrisa causando el revoloteo de esas extrañas mariposas en mi estómago.

«Solo es gastritis»

Trato de convencerme a mi misma de que esto que me está haciendo sentir no es más que un solo espejismo controversial. Dante no es un buen hombre y la verdad es que no puedo estar cerca de alguien que no valora lo suficiente los sentimientos de las mujeres que entran en su vida es injusto y austero.

—No es sarcasmo, es solo que me pregunto si alguna vez has pasado por alguna situación complicada.

—¿A que te refieres?

Se detiene mucho más cerca de mi queriendo rebuscar algo en mi ser que temo mostrarle.

—A si alguna vez te han roto el corazón o has fracasado alcanzando una meta, no todo es tan perfecto.

Relamo mis labios sintiendo mi cabeza traer ciertos recuerdos que mantengo aislados en lo más profundo de mi memoria queriendo olvidar todo.

—Por supuesto que he pasado por momentos difíciles. La vida no es perfecta y cuenta con matices negros, blancos e incluso grises, pero si me encierro en el dolor me perderé todo lo que se comienza a ver después de una dolorosa tormenta.

Junta nuestras frentes de una manera excepcional que comprime mis emociones y las altera.

El corazón se me sale del pecho.

—Ojalá pudiera pensar igual que tú, ojalá no sintiera el rencor que tengo reservado en el pecho porque así tal vez todo sería más sencillo.

Separó nuestros cuerpos encontrándome con el marrón de sus ojos.

—Debes luchar contra eso que...

—¿Te gustaría ser mi psiquiatra? O, ¿tal vez mi consejera personal?

«¿Acaso he oído mal?»

—¿Tu psiquiatra? —balbuceó—... ¿Tuya? ¿Consejera personal? ¿Acaso estás loco?

Sus orbes me acarician con esa mirada suave y declinante que me profesa coaccionando mis sentidos.

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