Capítulo 33:

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Dante Vivaldi.

La rubia juguetea con el dobladillo de su conjunto; sosteniendo sus libros con los nervios impulsándola a que mueva su pierna derecha en un vaivén intenso que no se detiene, sacándome de quicio; al menos más de lo pensando.

Sonrío al verla actuando como  una niña pequeña de las que no puede estar para nada tranquila, y más cuando el silencio es algo que detesta. Lo he notado nunca por el hecho de que no puede dejar de hablar como cotorra encerrada, sacándome sonrisas tontas por lo tierna que luce sonrojada y nerviosa.

Admiro por el rabillo de mi ojo el cálido y sonrojado rostro de la rubia que no deja de atormentarme por las noches. No verla despertar en mi apartamento fue un tormento; todavía no sé qué mierda me está pasando, pero mi vida ha tomado un rumbo sin retorno del que no estoy seguro si lograre salir con vida e ileso.

Mis emociones se alteran cuando no la veo, mis latidos se desbocan cuando admiro sus verdes ojos con miras azules que me estremecen por la luz y el brillo que cargan en ellos. El tacto cálido de mi piel rozando la suya es un detonante de mi libido y deseo; un deseo destructor que me carcome desde adentro.

Relamo mis labios, sosteniendo con fuerza el volante con el forro de cuero que acaricio con suavidad al girar a la derecha desplazándonos hasta mi destino.

Suspiro, deteniéndome en una gasolinera al ver cómo sus ojos se cierran por completo; dormida se puede apreciar en su expresión facial con esa mucha más perfección e inocencia de la que despierta. Sus carnosos labios cubiertos por una fina capa de labial rosa francés, las ojeras que descansan debajo de sus ojos junto a las largas pestañas que se le suman, los pómulos abultados que dejan ver el pequeño hoyuelo cuando sonríe de lado, las arrugas que se le forman en las esquinas de sus ojos cuando se carcajea con dulzura, las diminutas pecas no muy notables que me están enloqueciendo con las inmensas ganas de besarlas a cada segundo; llegando a sentirme como un idiota de esos que tanto he detestado en mi vida.

Ahora entiendo a mi madre, incluso a Ethan, porque uno no planea sentir las cosas que siente por cualquier persona, solo por la que vale la pena ser destruido, porque muy en él fondo confías al cien por cien de que esa persona jamás tendría el valor de hacerlo.

Estaciono la camioneta en la pequeña gasolinera, desabrochando mi cinturón para con cuidado bajarme del auto, colocando el pestillo y la alarma no sin antes cubrir a la rubia con la chaqueta de uno de mis trajes de repuesto, a la misma vez que con suavidad le acomodo su cabeza en el asiento con un cojín circular.

Cubro mi pectoral con un pulóver negro que se ajusta a mis músculos tensos con el ejercicio que no pude evitar hacer en el gimnasio el día de hoy, a pesar de que estamos en enero todavía y que falta poco para el catorce me siento mentalmente agotado cada vez más, lo peor es que quien nada más sabe levantarme el ánimo está soñando con esos unicornios cursis de los que seguro es amante.

Le doy un beso en su coronilla para después sin mucha complicación bajarme finalmente del auto, encaminándome en dirección a la tienda.

Despeino mis cabellos, apreciando la oscuridad de la noche que lleva una alocada idea a mi cabeza, una alocada idea que no quiero dejar pasar. Sonrío por el perverso pensamiento, mientras tanto coloco mi mano en la puerta abriéndola para que la campanita que anuncia la llegada de un cliente llame la atención del joven de detrás del mostrador.

Me desvío hacia el pasillo derecho donde se encuentran las botellas de refresco, jugos, agua, sodas y algunas confituras que seguro ella es amante. Admiro bien, siendo más que meticuloso con lo que elijo para evitar cagarla cómo hago la mayor parte del tiempo con ella, intentando demostrarle que a pesar de ser un prepotente, no soy tan malo como se imagina.

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