Capítulo 1:

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Pía Melina.

Diciembre.

Todo lo que incluye este mes del año, el intenso frío que se cuela por mis huesos, junto a la blanca nieve que moja tus botas es molesto y avasallador. Es una de las etapas del año donde debemos permanecer juntos en familia, cantar villancicos, hacer muñecos de nieve y disfrutar de los nuevos comienzos pueden traer ciertos sentimientos... Entre ellos nostalgia.

Cubro mejor mi cuerpo con un gabán negro de piel sintética que mantiene mi figura abrigada con unos jeans ajustados de mezclilla con tiro alto, una camisa de cuello de tortuga con mangas largas  y unas botas de tacón cuadrado que me ayudan a darme ese toque elegante, pero sutil. Suelto un suspiro, dejando mis labios un poco en forma de trompeta, admirando como el frío obliga a las millones de personas que habitamos en este país helado, proteger nuestros cuerpos de una posible hipotermia.

Estos días en los que escucho las risas de los niños, el suave cantar de las aves, el delicioso olor a café apoderándose de mis sentidos y las hermosas luces navideñas que cuelgan de las millones de tiendas que se extienden de un lado a otro me lleva a rememorar mi niñez, mi pasado, incluso los momentos con mi madre. 

Mis ojos se empañan con el recuerdo contrayendo mi expresión.

Me centro, caminando a paso apresurado adentrando mi presencia en la empresa de publicidad donde llevo meses de interna. Deslumbro a algunos de mis compañeros de trabajo, conversando de manera animada.

Sus ojos se fijan en mí, levantando sus brazos para llamar mi atención y mostrarme una de esas sonrisas que lo dicen todo. Pego más los folios a mi pecho, elevando las comisuras de mis labios en una sonrisa mientras escucho los murmullos de los que aún esperan su hora de vacaciones; en cambio yo, no me puedo sentir mejor estando en estos días festivos en donde siento que puedo aplacar mi dolor.

—Hola chicos.

—Hola Pía

La reconfortante voz de Peter es un calmante en mi pecho, sus ojos entre azules con verde son la combinación perfecta, sus labios finos con ese tono rojizo que se asemeja a su cabello y pómulos es más que mono.

—¿Qué tal Peter?; ¿Cómo te fue con tu tesis?

—Muy bien en realidad, puede que sea sorprendente, pero gracias a tus consejos mis nervios no me traicionaron.

—Sabía que lo lograrías, solo debías dejar de pensar que todo saldría mal.

Un pequeño golpe en mi cabeza me hace girar mi rostro para encontrarme con las órbitas negras de Mérida.

—¿Acaso te olvidaste de tú compañera de estudio?

—Por supuesto que no tonta —respondo, percibiendo como las puertas del ascensor se abren finalmente—, es momento de que me retire.

Me preparo para marcharme, cuando un agarre en mi muñeca me hace detenerme.

—¿No tomarás las vacaciones?

—No, lo siento, debo terminar algunos encargos primero —contesto besando su coronilla para a toda marcha entrar en el espacio reducido del transporte de metal.

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