Capítulo 57:

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Dante Vivaldi

Dormir después de una buena noche de sexo siempre ha sido de las pocas cosas que me traen paz, incluso después de recordarle a cada mujer, justo al final del éxtasis, que eso sería todo. No hay segundas veces, por más que el sexo haya estado más que bien.

Odio las ñoñerías que vienen después: caricias melosas, sonrisas tontas y un "buenos días" cuando lo único que quiero es silencio. Es lo único que evita mi mal humor por las mañanas. Sin embargo, esta vez todo se siente diferente. Hay una incomodidad arrastrándose en mi interior, una incertidumbre que, aunque invisible para cualquiera, yo la noto.

Despertar junto a una desconocida cuyo nombre me da igual jamás estuvo en mis planes, menos aún cuando la resaca aprieta mi sien y la sensación de estrés sigue anclada a mi cuerpo. Pero lo peor no es eso. Lo inaudito es que la mujer con la personalidad más colorida que he conocido sea la única capaz de provocar que mi miembro se endurezca con solo recordarla.

Me estiro en la cama y acomodo mi cabeza en la almohada con una sonrisa tonta en los labios, justo cuando el sol se cuela por la ventana, ganándose mi odio.

—No sabes las ganas que tengo de...

Alargo el brazo con la intención de disfrutar de un mañanero con la rubia, pero solo toco vacío. Sábanas arrugadas. Frías.

Abro los ojos de golpe. Mi corazón se contrae con fuerza contra mis costillas, y una maraña de pensamientos me golpea, enredándose con la incertidumbre que me asfixia. Una bestia despierta en mi interior, rugiendo con rabia.

—Pi... ¿¡pero qué carajos!?

La lámpara cruza la habitación y estalla contra la pared. Un golpe seco. Cristales deslizándose por el suelo. Mi respiración se acelera, y el odio me toma por completo. No sé qué demonios me pasa, pero solo tengo una cosa clara: voy a encontrarla. Y cuando lo haga, nadie podrá detenerme.

Dante Vivaldi

El odio me corroe, pero trato de respirar y controlarme. Hago acopio de toda mi fuerza de voluntad para sopesar las mil posibilidades de por qué esa chiquilla no está a mi lado... o en ningún maldito lugar cerca de mí.

—Vamos... Tal vez, solo tal vez, fue a buscar algo de comer y yo solo estoy exagerando.

Tomo aire con fuerza, tratando de apaciguar a los demonios que desgarran mi cabeza con crueles escenarios. Una película de acción se desarrolla en mi mente, donde la sangre y las maldiciones son el plato principal.

Paso una mano por mi cabello, despeinándolo con frustración, mientras el dolor de cabeza empeora. Las ideas se suceden sin freno, sin remordimiento, sin descanso. Y en lo único que puedo pensar es en que la muy hija de su madre me dejó. Justo cuando más jodido estaba.

«¡CARAJO!»

Mi puño se estrella contra el espejo con tal fuerza que los vidrios crujen y se astillan en la superficie. La adrenalina envenena mis venas, y la furia se multiplica en cuanto mis ojos captan algo sobre la mesita de noche.

Un anillo.

El anillo que le regalé.

Y junto a él, una nota con dos palabras que me arrastran directo al infierno:

"No me busques."

Estrujo el papel entre los dedos, sintiendo la rabia arder bajo mi piel.

—Está loca si cree que voy a dejarla ir así como así.

Tomo el móvil y marco un número con tanta fuerza que el plástico cruje bajo mis dedos. Mientras suena el tono, aprovecho para vestirme y salir de inmediato hacia su apartamento. No tengo pruebas, pero si alguien sabe dónde está, es él.

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