Capítulo 36:

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Pía Melina.

El viaje no fue para nada ameno, y menos cuando continuo con esta opresión molesta en mi pecho que me hace cuestionarme en que momento mi corazón comenzó a volverse tan loco al solo apreciar el perfil del castaño.

Acomodo mi cabeza encima del puño de mi mano, mientras me deleito delineando los rasgos perfilados del hombre que más sabe sacarme de quicio, aunque lo peor son las irremediables ganas que me abarcan de darle un beso.

El silencio me aturde, lo hace más cuando el solo mantiene su atención en el teléfono y no se detiene de hablar con quien sea que esté manteniendo una de esas aburridas conversaciones de negocios. Desvío mi atención al paisaje plagado de calidez y paz.

Suspiro frustrada, admirando el hermoso y caluroso paisaje de uno de los países más cálidos que en mi vida he querido visitar. Cierro mis ojos agotada por el intenso dolor de cabeza que se apodera de mí, y todo por una jodida botella de alcohol que ni siquiera estoy orgullosa de haber probado.

Relamo mis labios, jugueteando con el dobladillo de mi jersey rosa francés de lana de mangas largas junto a unos jeans sumamente ajustados que aseguran mi para nada notable trasero con unas sandalias artesanales que cubren mis pies, y un moño alto más que desaliñado recubre mi cabello.

Cierro mis ojos acoplando mejor mi cabeza en el cabezal de asiento trasero, mientras trato de mantener mi mente ocupada en otros pensamientos que no sean el recuerdo del castaño masturbándose a mi costa, mientras me observaba liberarme de aquella opresión en mi monte de Venus.

«Un catorce de febrero junto a Dante Vivaldi»

Vuelvo a abrir los ojos, siendo más que complicado para mi persona el no preguntarme en qué momento terminé viendo a semejante cabron de esa manera tan especial e incluso el solo hecho de que quiera llegar a tener algo más con alguien que ni siquiera conoce el significado de la palabra fidelidad.

Los recuerdos me atormentan. Mi memoria se convierte en mi enemiga trayendo la cena, sumándose el recuerdo de como yo misma me ofrecí en bandeja de plata queriendo venir a un lugar con él viéndome como toda una estúpida al imaginar que tal vez podría llegar a tener algo más... Algo en donde él sería esa persona que no me haría daño... Necesito bajarme de esa nube donde todos son cuentos de hadas.

Con mis ojos delineo sus labios. Tan carnosos que no dejan de moverse con cada frase que pronuncia mezclando la ejecución constante de frases o palabras que lo hacen verse mucho más atractivo de lo que es. Relame sus labios con su larga lengua flexionando sus brazos al despeinar sus cabellos con la tensión de sus músculos enloqueciendo a mis hormonas...

—Toma.

Extiende un pañuelo en mi dirección con expresión sombría manteniendo su teléfono en su oído.

—¿Para qué es?

Intercambio mi mirada entre su persona y la pequeña servilleta dudando de si tomarla o no.

Coloca el silencio a la llamada para fijar toda su atención en mi, complicándolo cuando escaneo con mejor atención el ajustado traje que se adhiere por completo a su anatomía.

—Para que te limpies los restos de saliva que salen de tus labios.

Mis mejillas se sonrojan por la vergüenza, mientras golpeo su hombro tratando de evitar la situación en la que me acaba de meter.

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