Dante Vivaldi
El alcohol siempre ha sido mi medio de escape, la única paz que conozco en momentos donde pensar se vuelve asfixiante. Ahogarme en sentimientos cursis y aburridos nunca ha estado en mis planes, menos cuando los recuerdos son cuchillos de doble filo que se clavan una y otra vez en la llaga oculta en mi pecho.
«Maldición»
Trago fuerte y sirvo otro vaso de whisky, sintiendo el ardor abrasador en mi garganta mientras me hundo en el respaldo de la silla. La luna se filtra por el enorme ventanal de la sala, iluminando el desastre en mi cabeza con una claridad cruel. Flashes de la noche anterior me golpean sin piedad: unos gemidos desconocidos, el roce de una piel ajena, un cabello rubio que no debería traerme este tipo de pensamientos.
No podría haber sido ella. Pía no sería capaz de aparecer y echarse a mis brazos como si nada.
El sonido de unos pasos me devuelve al presente. La silueta de la mujer de anoche se acerca, deslizándose hasta quedar de rodillas frente a mí, con los ojos brillando de expectativa.
—Cariño... ¿por qué no vienes a la cama conmigo?
Su voz melosa me crispa los nervios. Extiende la mano, intentando tocarme, pero la detengo a medio camino, atrapando su muñeca con más fuerza de la necesaria.
—Quédate en la habitación —murmuro, con la voz ronca por el alcohol y el fastidio.
Ella forcejea un poco, pero mi agarre no cede. Sus labios se curvan en una sonrisa burlona, una que no encaja con la molestia en su mirada.
—Se nota que estás bien cogido de los cojones por esa rubia.
El golpe de sus palabras me atraviesa como un disparo a quemarropa. Un escalofrío helado me recorre la espalda al recordar la maldita noche en que Pía se marchó.
El dolor que debería haber apagado con el whisky vuelve con más fuerza, más crudo, más jodidamente insoportable.
Apretando la mandíbula, suelto su muñeca con un movimiento brusco y vuelvo a empuñar el vaso, clavando la vista en el líquido ambarino como si en él estuviera la respuesta a este tormento.
Pero ni todo el alcohol del mundo podrá arrancarla de mi maldita cabeza.
—Cállate.
—¿Qué pasó, cariño? ¿El niño de papi que no le gustaban las rubias ahora está jodido por una?
Su tono juguetón es un balde de agua fría que me revienta el poco sentido común que me queda. Lo peor es que sus palabras destilan más verdad de la que me gustaría admitir.
«Carajo.»
El vaso estalla en mi mano con un crujido seco. Un dolor punzante me atraviesa la palma, pero no es nada comparado con la presión en mi pecho. La sangre gotea entre mis dedos, caliente y espesa, tiñendo la alfombra de un rojo oscuro.
—¿Por qué has hecho eso? ¿Acaso estás tonto?
La mujer salta de su sitio, su voz cargada de preocupación, pero todo lo que yo hago es seguir mirando el vacío, con el eco de un par de ojos azules taladrándome la memoria.
Ella se mueve con rapidez, casi en bragas, hacia la cocina, rebuscando algo para detener la hemorragia. Pero en mi cabeza no hay más que un solo pensamiento: necesito más whisky, más alcohol, más cualquier cosa que me haga olvidar.
—¿Dónde están los malditos botiquines cuando los necesitas? —gruñe, golpeando puertas y revolviendo cajones.
Sus movimientos nerviosos hacen que su cabello caiga sobre su rostro en mechones dorados. Un impulso absurdo me lleva a estirar la mano sana y recogerlos en un moño alto.
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Perfect Doom
Storie d'amoreDicen que el amor puede cambiarlo todo, pero ¿qué pasa cuando ni siquiera crees en él? Dante Vivaldi no cree en promesas, y Pia no tiene tiempo para cuentos de hadas. Sin embargo, cuando sus mundos chocan, descubren que el dolor y la esperanza no s...