Capítulo 18:

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Mini maratón 1/2

Pía Melina

Los nervios son un cuchillo de doble filo, y ahora mismo siento su filo desgarrándome desde dentro. No hay peor castigo que estar frente a alguien que, con una sola mirada, logra que mis piernas tiemblen, mis mejillas se calienten y mis pensamientos se nublen. Es rabia. Es vergüenza. Es algo mucho más oscuro que no quiero nombrar.

—Déjate de juegos —espeto, odiando la fragilidad en mi propia voz.

Él no responde de inmediato. Me observa, con esa media sonrisa indescifrable que me crispa los nervios. Sus ojos recorren mi rostro, con descaro, con paciencia, como si le divirtiera la manera en que intento mantener la compostura.

—No me van los juegos —dice finalmente, arrastrando las palabras.

Miente. Lo sé. No hay hombre más manipulador que él. Un encantador de serpientes con demasiado dinero y un historial de conquistas que me da asco. Lo he investigado, he leído sobre él, he visto las fotos. Es frío, egocéntrico, mujeriego. Un tiburón que huele la más mínima gota de sangre en el agua.

Y sin embargo, aquí estoy.

Coloco un mechón de cabello tras mi oreja, un gesto automático, pero su mirada sigue cada uno de mis movimientos como si descifrara un código. Me molesta. Me inquieta. Me obliga a enderezarme y clavarle los ojos con firmeza.

—Tus actos dicen otra cosa.

Sus labios se curvan apenas, un destello de burla cruzando su rostro. Relame su labio inferior, un gesto perezoso, estudiado, diseñado para desquiciarme. No lo logra. No del todo.

El calor sube por mi cuello, pero me niego a apartar la mirada.

—Actúa profesional, Pía. No pierdas el control.

Cierro los ojos un instante, recuperando la calma, pero su risa gutural llena el espacio, perforando mi intento de serenidad.

—Mis actos pueden decir muchas cosas —responde con esa voz grave, calculada.

Se gira hacia la ventana, dándome la espalda, pero su presencia sigue siendo aplastante. No puedo evitar que mi mirada se deslice por la amplitud de sus hombros, por la forma en que el traje se ajusta a su espalda. No es justo que alguien tan insoportable se vea tan... así.

Sacudo la cabeza, molesta conmigo misma.

—Eres impo...

—Ah, preciosa... —me interrumpe sin siquiera girarse. Su voz es baja, cargada de una autoridad que me revuelve el estómago—. Eres una pésima mentirosa.

Mi mandíbula se tensa. Aprieto los puños bajo la mesa. Odio la facilidad con la que juega conmigo. Odio que le divierta.

—Já, ni si...

Levanta una mano con la misma calma exasperante de siempre. Un gesto que me irrita aún más.

—Dejémonos de rodeos. Tome asiento.

La orden me crispa. Mi lado dulce, educado, el que nunca responde con rudeza, quiere obedecer sin cuestionar. Pero otra parte de mí—la que este hombre despierta sin esfuerzo—quiere desafiarlo solo por el placer de verlo fruncir el ceño.

Respiro hondo y me siento frente a él, sintiendo su mirada recorrerme como si ya hubiera ganado un juego en el que nunca acepté participar.

—No me dé órdenes —gruño, sin la fuerza que quisiera.

Él sonríe.

Tomo mis notas, organizándolas con dedos firmes.

—Bien... sabemos de todos sus logros: empezó joven, sin ayuda de su padre, y construyó un imperio. Pero si pudiera comenzar de nuevo, ¿qué haría diferente?

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