Capítulo 39:

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Pía Melina.

Limpio las lágrimas que se escurren por mis mejillas, me siento como una estúpida y eso solo aumenta mis ganas de huir de esta mierda para terminar ahogándome en una miseria que no merece mis lágrimas, pero es algo más que inevitable cuando la persona que más me gusta me trata como la mierda para luego ser un príncipe azul.

Me envuelvo en las suaves sábanas de seda blanca, queriendo desaparecer este dolor que me carcome el alma sorbiendo mis mocos, limpiando los restos de agua salada que aún continúa en mis pómulos; completamente decida de darme mi lugar y disfrutar al menos este viaje que ya me está dando unas inmensas ganas de escapar desde ya.

Descubro mis cuerpo, sintiendo mi visión nublada aún por las lágrimas que permanecen listas para dar acto de aparición; cuando mis ojos divisan la tarjeta dorada que se encuentra en la pequeña mesita de noche.

Cierro mis ojos, tomo aire suficiente para que llegue a mis pulmones, mientras ato mi cabello en un moño alto un poco desaliñado para después a toda marcha encaminarme al baño de mi habitación como la idea de eliminar sus estúpidas caricias.

Ir de compras es algo más que agotador y más cuando estás completamente sola con un hombre que te dobla el tamaño siendo un iceberg con el que no puedes conversar de nada ya que su jefe le prohibió hablar conmigo.

Continuo mi caminar, percibiendo las ampollas que ya se han creado en mis píes debido a los altos tacones que no se para que mierdas me lo puse; a la misma vez que relamo mis labios, tratando de elegir otro vestido de corte princesa rosa francés.

Achico mis ojos, moviendo las perchas, mientras muerdo mi labio inferior con suavidad mostrando mi expresión de concentración.

Deslizo, descarto y así continuo hasta que me decido por uno que parece ser el perfecto para mí, impulsándome a cogerlo con emoción, encaminándome a toda prisa a los vestidores con la mirada del pelinegro encima de mí. Corro las cortinas del cambiador, llevando acabo mi tarea de desnudarme.

Los jeans ajustados de mezclilla clara cubren mis piernas delgadas, ajustándose a mi cintura diminuta y mi trasero insuficiente, un jersey tejido se adhiere a mis senos, abdomen y brazos, incluyendo un cuello de tortuga. El moño alto aún continúa estando ahí, a la vez que unos tacones stiletto recubren mis pies.

Finalizo mi tarea, saliendo con una frondosa sonrisa del vestidor, modelando a mi cuidador, dándome una vuelta que solo lo hace rodar los ojos.

—¿A que me queda mono? —inquiero con una flamante sonrisa.

Sin embargo, no responde, solo realiza un asentimiento de cabeza provocándome una sensación estrepitosa que me deforma un poco.

—¿Acaso tu jefe te ha metido un palo en el culo igual que el?

Se mantiene impetreo causando la formación de un puchero.

—¡Sois unos amargados!

Cierro mis ojos queriendo desparecer lo antes posible para sin importarme nada, comprar el vestido que agrego a otra de las bolsas. La salida está abarrotada de personas con bolsas, odio ser la única que ya está sola sin ningún acompañante cuando elevo mi mirada.

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Las salidas junto al aburrido y amargado de Dante no ha sido más que un intolerable dolor de cabeza.

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