—¿Que me vaya? ¿Me estás echando de casa? No seas ridículo, Harry. Soy tu hermano. No puedes echarme.
Su hermano. Harry miró larga y fijamente los pronunciados rasgos de Douglas, tan parecidos a los suyos; el pelo enrulado, la piel dorada y los anchos hombros. ¿Cómo era posible que dos personas fuesen tan parecidas por fuera y tan completamente distintas por dentro?
—No tengo hermanos —dijo Harry secamente—. A partir de ahora, mi hermano está muerto para mí. Vete de aquí antes de que haga realidad este sentimiento.
Que Harry recordara, era la primera vez que Douglas abandonaba su actitud de gallito. Tenía el rostro crispado a causa de un sentimiento que sólo podía ser pánico.
—No estarás hablando en serio. —Se alejó de la pared y se encogió de hombros para estirarse la camisa—. ¿Adónde iré? ¿Qué haré?
—Eso no me importa.
—Pero yo... —Douglas se calló y soltó una carcajada nerviosa—. Venga, Harry, dame una oportunidad de enmendarme. Todo el mundo merece una segunda oportunidad.
—Tú has agotado todas las oportunidades.
Douglas se quedó inmóvil, mirándolo boquiabierto.
—¡Por el amor de Dios! Quítame la mensualidad de este mes. Enciérrame en la casa. Haz lo que quieras, pero no me eches.
—Esos son castigos para niños, Douglas. —Harry hablaba con enorme dureza—. Esta vez no has robado las calabazas de un granjero ni has incendiado la cabaña de un vecino.
En un abrir y cerrar de ojos, Harry recordó las innumerables travesuras que su hermano había hecho a lo largo de los años, la mayoría de ellas inofensivas, pero siempre con una crueldad implícita que él se había negado a ver. Sacos de excrementos empapados de queroseno que dejaba en los porches de las casas y a los que prendía fuego para que los desprevenidos habitantes salieran corriendo a apagar las llamas a pisotones. Excusados exteriores que cambiaba de sitio al anochecer para ponerlos directamente detrás de la fosa séptica, de tal manera que las personas cayeran en sus pútridos sedimentos. Travesuras inofensivas, se decía siempre Harry. Pero, en realidad, sabía que no era así.
—El daño que has causado hoy no se puede compensar con dinero, Douglas. ¿No puedes entenderlo?
La mandíbula del joven violador volvía a temblar nerviosamente.
—Pero se puede arreglar. —Alzó las manos en señal de súplica. En otra ocasión Harry quizás se hubiese compadecido de él, pero en aquel momento no sentía nada. Absolutamente nada—. Para reparar lo ocurrido, hasta me casaría con esa Oops, Harry. No tienes más que pedírmelo.
—¿Casarte con ella? Ni a un perro le desearía una suerte semejante, y mucho menos a una chica retrasada.
Tras decir estas palabras, Harry giró sobre sus talones y salió del cuarto de los arreos. Al llegar al pasillo, se detuvo un momento.
—Si no te has marchado antes de que regrese de casa de los Trimble, yo mismo te entregaré a las autoridades.
—¿De casa de los Trimble? ¿Para qué diablos vas a ir allí?
Sí, ¿para qué iba?
—Para tratar de reparar el daño —dijo Harry en voz baja—. Aunque sólo Dios sabe cómo. El hecho de ser un Styles no es una licencia para destruir las vidas de otras personas, Douglas. Estás acabado en esta región. Lárgate antes de que empiecen a buscarte.
Al abrigo de la escalera del alto porche que la protegía de la brisa fría de la noche, ______ se acurrucó detrás del acebo, con la espalda firmemente apretada contra los cimientos de ladrillo de la casa. «Aquí estoy a salvo». Nadie podría acercársele a hurtadillas por detrás. Ninguna mano podría cogerla de modo inesperado. Tal y como estaba, sólo podrían acercársele por delante.