Durante el primer mes de su vida Bartholomew Alexander Styles, a quien le pusieron el nombre del padre de Harry, crecía a un ritmo impresionante. La leche de su madre y el ilimitado amor que le prodigaban todos los adultos que conformaban su mundo le sentaban estupendamente. Pero a pesar de los centímetros que había crecido después de cuatro semanas, aún no era tan largo como su nombre. Sin embargo, lo que no tenía en longitud, lo tenía en potencia pulmonar. Cuando lloraba, todos en la casa, menos su madre, lo oían y acudían corriendo a su lado.
«Pequeño Bart», lo llamaba Harry. Este era un nombre que sufría cambios sutiles cuando el niño despertaba a Harry a las tres de la mañana. Mientras sacaba a su hijo de la cuna para andar con él de un lado para otro de la habitación, Harry le susurraba:
—Pequeño latoso. Ni siquiera estamos a mitad de la noche.
Bart, igual que su madre, no parecía tener noción del tiempo y era una criatura regida por los impulsos. Hacer vida social antes del amanecer nunca había sido una de las actividades favoritas de Harry. Pero, después de cuatro semanas, tenía que reconocer que esta costumbre estaba empezando a gustarle. Quizás demasiado para su tranquilidad de espíritu. Ya era 10 de febrero, y sólo faltaban tres semanas para el 1 de marzo.
Por distintas razones, Harry había esperado para decirle a ______ que tenía la intención de mandarla a una escuela. En primer lugar, no quería que el poco tiempo que les quedaba para estar juntos se viera empañado por la tristeza y tenía la certeza de que, apenas se lo contara a _______, los dos iban a sentirse tristes. Por otra parte, sabía que ______ no recibiría muy bien la noticia, y no veía de qué podía servir hacer que se disgustara semanas antes de que fuese necesario. Durante catorce años, la habían obligado a vivir aislada. Para ella no sería nada fácil que de repente la forzaran a salir al mundo, que ahora, súbitamente, esperasen que asistiera a clases e hiciera vida social.
Y, además, estaba el hecho innegable de que Harry había resultado ser más cobarde de lo que creía. En resumidas cuentas, no tenía ganas de hablarle a ______ de su decisión porque sabía que ella iba a odiarlo por ello. Ir a una escuela en Albany era lo mejor para ella. Harry estaba convencido de esto y, con el tiempo, ______ lo comprendería. Pero, igual que una medicina amarga, lo que era mejor para una persona no siempre resultaba muy apetecible.
Harry había pensado con mucha antelación en cientos de maneras distintas de darle la noticia; pero, cuando finalmente llegó el momento, las palabras que tantas veces había repetido se le escaparon como pelusas de la flor del diente de león llevadas por el viento. Estaban en el estudio, un tablero de ajedrez se encontraba desplegado sobre la mesa que los separaba, y el bebé dormía muy bien abrigado sobre el sofá de crin de caballo, cerca de ellos. Haciendo acopio de valor, Harry miró los preciosos ojos azules de su esposa.
—Tengo una sorpresa maravillosa para ti, ______. Es algo que quiero decirte desde hace ya varias semanas.
Bajo la parpadeante luz de la lumbre, su sonrisa le pareció aún más radiante que de costumbre. Al mirarla, Harry supo que nunca en su vida había visto a una mujer más hermosa que ella. Hacía dos días que la modista había terminado de hacerle el guardarropa para el periodo de posparto, y estaba despampanante con su falda de color rosa intenso y su blusa de algodón rosa pálido, con mangas de volantes. El vestido se ajustaba a su figura, enseñando su, de nuevo, delgada cintura y sus caderas ligeramente voluptuosas.
—¿Una sorpresa? ¿Qué es? ¿Un perrito?
A Harry se le hizo un nudo en la garganta. No había olvidado que ella quería un perro. Antes de tomar la decisión de mandarla a Albany, había pensado comprarle uno para Navidad. Ahora esto tendría que esperar hasta que ella hubiera terminado la escuela.
—No, no es un perro, mi amor. —Se obligó a esbozar una sonrisa—. Es algo mejor. —Inclinándose sobre el tablero de ajedrez, la miró profundamente a los ojos—. He decidido mandarte a una escuela, ______. Una escuela para sordos.
Los ojos de ______ se ensombrecieron, y una expresión de desconcierto se asomó a su pequeño rostro.
—¿A una escuela? —Sonrió vacilante—. ¿Cuándo?
—En tres semanas —dijo Harry con voz ronca—. Te va a encantar, ______. Los estudiantes ponen en escena sus propias obras de teatro. Estoy seguro de que tú lo harás muy bien. ¡Llevas muchos años disfrazándote y representando obras en el ático! Y también hacen bailes en ese lugar. Bailes de verdad. Podrás ponerte vestidos bonitos y bailar el vals hasta caer. Eso será muy divertido, ¿no te parece?
Las sombras abandonaron sus ojos para ser reemplazadas por un brillo de emoción.
—¿Bailes?
—¡Desde luego! Con música y todo. —Mientras la miraba, Harry rogó de todo corazón que las expresiones de su propio rostro no fueran tan reveladoras como las de ella; para que la pobre nunca adivinara que se le estaba partiendo el corazón con cada palabra que decía—. Harás muchos amigos, ______. Personas sordas como tú. Gente que sabe hablar por señas. Aprenderás a leer y a escribir sin ni siquiera darte cuenta de ello. ¿No te parece magnífico?
Ella apretó las manos contra su pecho.
—Sí, estupendo. ¿En tres semanas? ¿Cuánto tiempo son tres semanas?
—No es mucho tiempo. Unos veinte días. —Esto no era suficiente tiempo, al menos a su modo de ver—. Te marcharás el 28. De esta manera, tendrás tiempo para instalarte antes de que empiecen las clases.
La sonrisa de emoción se le heló en la cara. Le miró fijamente durante varios segundos.
—¿Marcharme?
Harry tragó saliva.
—Sí. La escuela está en Albany. Irás en tren. Maddy te acompañará, así que no tendrás ningún problema. Mientras estés en la escuela, durante el día, ella cuidará a Bart.
_____ no dejó de mirarlo fijamente.
—¿Cuánto tiempo?
Harry sabía perfectamente lo que ella le estaba preguntando, pero decidió fingir que no.
—¿Cuánto tiempo? ¿Te refieres al viaje en tren? Varias horas. Tendré que echarle un vistazo al horario. Albany se encuentra a unos trescientos kilómetros de aquí. —Sonrió de nuevo—. Es decir, tres veces cien, en caso de que te lo estés preguntando. Parece un largo viaje, pero en realidad no lo es, no en nuestros días y con los medios de transporte modernos.
La mirada de ella se hizo más angustiosa.
—No... Lo que quiero saber es cuánto tiempo estaré en la escuela.
—Sólo el tiempo que se requiera para que aprendas todo lo que necesitas saber. Cómo hablar, cómo leer y escribir, cómo hacer operaciones matemáticas.
—Mucho tiempo.
—No... Serán dos o tres años como máximo, ______. Dado que tú te quedaste sorda cuando ya tenías adquiridos el habla y el lenguaje, sobrepasarás rápidamente a los demás estudiantes. Te graduarás antes de que te des cuenta. Entretanto, nos visitaremos con frecuencia. No nos parecerá mucho tiempo.
Durante un terrible instante, Harry pensó que ella se echaría a llorar. Pero alzó la barbilla, se puso derecha y esbozó una sonrisa que no transformó la expresión de sus ojos.
—Qué emocionante. Me muero de ganas de ir a esa escuela.
Tras decir estas palabras, ella se levantó de la silla, evitando mirarlo a los ojos, pero siempre dirigiendo la cara hacia él para que pudiera leerle los labios.
—Creo que estoy demasiado emocionada y no puedo seguir jugando al ajedrez. Por favor, discúlpame.
—¡______! —Gritó Harry—. Espera, cariño...
Cogiendo al bebé rápidamente, la joven se dirigió hacia la puerta. No se volvió en ningún momento, ni tampoco miró hacia atrás. Mientras ella salía del estudio, Harry se dejó caer en la silla de nuevo y cerró los ojos. Luego, con un amplio y brusco movimiento del brazo, tiró violentamente al suelo el tablero de ajedrez.