Durante el resto del día y los dos siguientes, Harry evitó deliberadamente subir a la habitación de los niños. No obstante, todos los días se reunía con la señora Perkins para que lo pusiera al corriente de los progresos de ______. Edie Trimble les hizo una visita y, tras permanecer allí largo tiempo, pareció quedar satisfecha con las referencias y el rendimiento de la cuidadora.
La señora Perkins, una amable mujer de mediana edad, había llegado a Styles Halls con cartas de recomendación llenas de alabanzas y parecía ser la personificación de la eficiencia. Contó a Harry que ______ se estaba adaptando muy bien a su nueva rutina, y que no debía preocuparse lo más mínimo por su bienestar. A partir de aquel momento, le dijo, eso era asunto suyo.
Harry estaba más que dispuesto a dejar que la mujer se las arreglara sola. No podía olvidar su reacción física en el carruaje ante la presencia de ______, y tampoco podía perdonarse a sí mismo por ello. Cuanto más lejos estuviese de la joven, mejor.
Afortunadamente, la suya era una vieja casona llena de recovecos y, tal y como había predicho el doctor
Muir, la presencia de ______ en aquel lugar podía pasar prácticamente inadvertida. Harry siguió con su rutina habitual: trabajaba durante el día en las caballerizas, en los campos o en la cantera, y pasaba las noches haciendo cuentas o descansando en el estudio.
La tercera noche, él acababa de arrellanarse en su silla favorita con una copa de coñac y un número reciente del Morning Oregonian de Portland, cuando un chillido desgarrador retumbó en la habitación. Enseguida se enderezó en su asiento y se le erizaron los pelos de la nuca. Poco después se oyeron unos gritos.
Harry soltó una maldición y salió corriendo al pasillo, donde chocó con Maddy, su ama de llaves, quien también se había alarmado al oír aquel escándalo. Después de recobrar el equilibrio con algo de dificultad, los dos se dirigieron hacia las escaleras. En el ascenso, Harry le sacó una ventaja considerable a la mujer. Maddy, rellenita y de piernas cortas, iba jadeando detrás de él. Cuando Harry llegó a la habitación de los niños, encontró que la habían cerrado con llave por dentro.
Golpeó con fuerza el grueso panel de roble.
—¡Señora Perkins! ¿Qué demonios está pasando?
—¡Ayúdeme! —La mujer parecía desesperada—. ¡Ay, Dios, ten piedad! ¡Ayúdeme, por favor!
—¡Jesús, María y José! —Maddy se persignó, horrorizada.
Harry la hizo a un lado a empujones. Echándose un poco hacia atrás, le dio una fuerte patada a la puerta. La gruesa tabla de roble se mantuvo firme. Espoleado por los gritos procedentes de la habitación, dio varios pasos hacia atrás y embistió con todo su peso con el hombro contra la puerta. Tras el impacto, rebotó hacia atrás con tal violencia que prácticamente se estrelló contra la pared.
—¡Joder!
Maddy se llevó las manos a las sienes.
—¡Dios santo! ¿Qué está pasando ahí dentro?
Al parecer, se había armado la de Dios es Cristo. Harry miró la puerta con denodada resolución. Toda la vida había oído historias de hombres que echaban abajo puertas a patadas, y él era más corpulento que la mayoría. Tenía que haber un truco para conseguirlo. Centrando toda su atención en el pomo de la puerta, retrocedió tanto como se lo permitió la pared que se encontraba detrás de él, dio dos pasos para coger impulso y plantó el pie justo debajo de la cerradura de latón. La estructura de madera se astilló, la puerta cedió y Harry entró en la habitación de los niños corriendo y tambaleándose. Sin dejar de dar tumbos, se detuvo a escasos centímetros de la señora Perkins y ______, quienes parecían estar enzarzadas en un combate mortal.