Cuando Harry regresó a Styles Hall, la casa parecía estar sumida en un silencio absoluto. Sintiéndose inefablemente solo, empezó a recorrer todas las habitaciones de la vivienda. Veía a ______ y al bebé en todas partes. Se habían marchado. Al llegar a su estudio, se sentó frente a la chimenea, se quedó mirando fijamente la caja del fuego ennegrecida por el hollín, y pensó que la oscuridad era un presagio. Se habían marchado, y lo más probable era que nunca regresasen. Por difícil que fuese, tenía que aceptarlo.
Frederick llamó a la puerta del estudio.
—¿Quiere usted que le traiga algo, señor? ¿Una taza de café, tal vez? ¿Le pido a una de las criadas que le traiga la comida?
Harry dejó escapar un suspiro.
—En realidad, no tengo hambre, Frederick. Gracias, de todos modos.
El mayordomo entró en la habitación. Al llegar a la chimenea, hizo algo sin precedentes: se sentó en la silla que se encontraba frente a la de su amo.
—Sé que no es un consuelo, señor, pero ha hecho usted lo correcto. Es difícil, lo sé. Pero, al final, será lo mejor para ella y para el bebé.
Comprender esto no era muy reconfortante. Harry no dijo nada.
—Maddy le escribirá con frecuencia. Estoy seguro. Y, en muy poco tiempo, ______ empezará a escribir sus propias cartas.
Harry asintió con la cabeza.
—Supongo que todo será más fácil entonces. Pero pasará una buena temporada antes de que ella aprenda a leer y a escribir, Frederick.
—Sí, señor, lo sé. —El hombre se quedó callado un momento, con las manos extendidas hacia la chimenea, como para calentarlas, aunque no hubiese fuego en ella.
—Lo que usted necesita ahora es tener proyectos que lo mantengan ocupado. Una cosa que podríamos proponernos es hacer una jaula para ratones. No me gusta quejarme, pero desde que ______ hizo saltar todas las trampas del ático, estamos plagados de esos bichos. Encontré excremento en el suelo de la cocina esta mañana, ni más ni menos.
—¡Dios mío! Espero que lo hayas tirado.
—Bueno, señor, no exactamente. Dado que a esas criaturas parece encantarles, yo, esto... lo llevé arriba. Pensé que a lo mejor... bueno, pues si tienen comida allí, quizá no vuelvan a la cocina.
Harry gruñó y se frotó la frente. Luego, soltó una carcajada poco entusiasta.
—Frederick, eso es un disparate. ¿Dar de comer a los ratones del ático? ¿Tienes alguna idea de lo rápido que se multiplican estos animales? No puedo recordar las cifras exactas que aprendí en la universidad, pero es increíble.
—Tiene usted razón, desde luego. Es un disparate dar de comer a los ratones. —Miró a Harry de soslayo—. Entonces, le pediré que tenga la amabilidad de volver a poner las trampas.
Harry gruñó de nuevo.
—No puedo hacerlo. Lo más seguro es que atrape a uno de sus favoritos. Tal vez tengas razón. Tendré que hacerles una jaula. —Recordó lo sucedido en la estación de trenes y le contó la historia a Frederick—. A lo mejor podemos montar un negocio para vender esos indeseables bichos —dijo en broma—. Quinientos dólares por cabeza. ¡Toda una ganga!
Frederick sonrió.
—Yo me contentaría con regalarlos, señor.
—No hay problema. Esta mañana me habría podido deshacer con facilidad de dos docenas. Increíble, ¿verdad? Sólo tienes que decir a las personas que algo es muy raro y valioso para que enseguida lo quieran.