CAPITULO 4:

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Harry permaneció inmóvil con un pie apoyado en el último escalón del porche de los Trimble. Escrutó los arbustos con la mirada para tratar de ver a la joven una vez más. El espeso follaje frustró esta tentativa. De repente, llegó a sus oídos un débil jadeo, y los arbustos empezaron a balancearse. Echando el peso de su cuerpo hacia atrás, vio una mancha blanca. Al instante ella salió de sopetón de los arbustos. Su cuerpo delgado parecía flotar sobre una nube de céfiro.

—No te haré daño, ______. No tengas miedo. —Antes de que sus palabras se apagaran por completo, ella ya había desaparecido en el espeso soto que bordeaba el jardín—. ¡Maldición!

Convencido de que corría peligro al andar sola de noche por el bosque, Harry estuvo a punto de ir tras ella. Luego recapacitó y cambió de idea. Era evidente que creía que él era Douglas, y el terror que él le producía la haría correr con todas sus fuerzas. Aunque lograse atraparla, dudaba de que pudiera hacerle entender que no tenía la intención de hacerle daño alguno. Pobre criatura. Ya había tenido que cargar una cruz demasiado pesada en su vida antes de que Douglas le añadiese nuevas congojas. Harry no quería agravar sus problemas dándole un susto de muerte. Era muy posible que no pudiese entender lo que le había pasado aquel día, ni tampoco que era poco probable que aquello volviera a ocurrir.

Movió la cabeza con pesadumbre y siguió subiendo las escaleras. Dios santo. La sola idea de que aquella pobre criaturilla creyese que él era el violador hacía que Harry quisiera regresar corriendo a casa para darle a Douglas la paliza de su vida. Su indómita ira le hizo llamar a la puerta de los Trimble con más fuerza de la que habría empleado normalmente. La sangre siempre tiraba, y por esta razón Harry no quería ver a su hermano balanceándose en el extremo de una soga. Pero, además, si atrapaban a Douglas, iba a tener muchísimos problemas.

Edie Trimble, la esposa del juez, le abrió la puerta. Le sorprendió ligeramente que no hubiese sido una criada quien le hubiera hecho pasar, pero enseguida comprendió que aquella noche era excepcional en la vida de aquella familia, que eran tiempos en los que se imponían la discreción y los murmullos. Sin duda alguna, el hecho de tener una hija retrasada mental ya era lo suficientemente difícil. Si se propagaba la noticia de que habían violado a la joven, los cotilleos nunca dejarían que los Trimble olvidaran lo sucedido. Sin duda, habían dado el día libre a todos los empleados para cerciorarse de que esto no ocurriese.

Harry pensó que era una pena que los Trimble tuvieran que ocuparse de este tipo de asuntos en un momento semejante. Pero suponía que esto era bastante normal. A pesar de que la mayoría de la gente era bastante comprensiva cuando de deficiencias se trataba, no faltaban los individuos de mentalidad cerrada. Si bien sus padres nunca llevaban a ______ al pueblo, ni tampoco dejaban que la vieran las visitas, Harry  había oído decir que algunas damas habían desairado a Edie en más de una ocasión por causa de su hija. También se rumoreaba que las otras tres hijas de los Trimble rara vez iban a casa de sus padres, y que esto no se debía a la distancia, como esta familia sostenía, sino a que sus esposos no se sentían a gusto en presencia de ______.

Aunque impecablemente arreglada, con su vestido de alpaca verde y su pelo canoso recogido en un perfecto moño en lo alto de la cabeza, Edie parecía agotada. Sus ojos azules estaban hinchados de tanto llorar. El rostro delicadamente esculpido mostraba su lividez, la piel tirante sobre los pómulos salientes, la boca finamente dibujada, fruncida y rodeada por dos grietas profundas. Se sobresaltó al verlo allí, pero logró disimular bastante bien. El único signo delator era el nervioso movimiento con el que sus dedos tiraban de la falda.

—Señor Styles. —Inclinó la cabeza al dirigirse a él. Su actitud era acartonada y formal—. ¿A qué debemos este... honor?

Pareció como si pronunciar esta última palabra le hubiera producido náuseas. Pero esto era natural. Los Styles no debían de estar en el primer lugar de sus preferencias en aquel momento. Imaginaba que su más vehemente deseo sería arrancarle los ojos con las uñas. Si ______ fuera su hija, así es como se sentiría él. Furioso. Encolerizado. Sediento de venganza.

—He venido a hablar con su esposo. —Harry casi no podía hablar—. Espero que esté en casa.

Ella asintió con la cabeza y abrió la puerta un poco más, haciéndole señas para que pasara al recibidor, aunque con evidente renuencia. Sintiéndose como un gorgojo en un saco de harina, Harry hizo girar el sombrero en sus manos; deseaba con todas sus fuerzas no encontrarse allí en aquellos momentos. ¿Qué podía decirles a los padres de la chica a la que su hermano había violado? ¿He venido a reparar el daño? Como si esto fuera posible... Una disculpa no sería suficiente para enmendar el daño causado. Había sentido vergüenza unas cuantas veces a lo largo de su vida, pero esta ocasión se llevaba el premio.

Normalmente seguro de sí mismo y por completo ajeno a lo que los demás pensaran, Harry observó el refinado estilo del vestido de Edie Trimble y deseó haberse tomado el tiempo necesario para vestirse de una manera un poco más formal. Ya era suficiente con ser el hermano de un violador, para parecer además un hombre de mal gusto.

Pero, bueno, ya era demasiado tarde. Si bien tenía la suerte de gozar de una enorme fortuna y de una casa tan grande que todo su dinero cabría en la planta baja, Harry pasaba la mayoría de su tiempo con los jornaleros, trabajando con los caballos o en el campo. Cuando hacía vida social, lo cual era bastante raro, prefería la compañía de la gente común y corriente que se ganaba la vida labrando la tierra. A menos que planeara ir al pueblo, normalmente vestía con vaqueros azules y una camisa cómoda y práctica, con el cuello abierto y remangada hasta los codos. Antes de ir a aquella casa, se había lavado y afeitado, y se había puesto pantalones de montar de media caña y una chaqueta, considerando que de esta manera estaría presentable. Con todas las preocupaciones que tenía, había olvidado que Trimble era un hombre que le daba gran importancia a las apariencias. Después de haber sido juez por más de treinta años, ni siquiera tenía animales domésticos en su propiedad, y mucho menos se rebajaría a ensuciarse las manos.

—El juez está en su estudio. —La actitud de la señora Trimble era perfectamente cortés, pero glacial.

Muy consciente de que ella no se había ofrecido a guardarle el sombrero, Harry la siguió hasta un pasillo largo lleno de puertas. Al llegar a mitad del corredor, ella se detuvo y dio un golpecito suave sobre una puerta de roble reluciente.

—¿Juez? Alguien ha venido a verte.

Se oyó un gruñido indiscernible en el interior de aquella habitación. La señora Trimble abrió la puerta y se apartó para que Harry pudiera entrar. Al hacerlo, se tranquilizó un poco. Era un estudio muy parecido al suyo, con sillas amplias y cómodas estratégicamente distribuidas alrededor de alfombras tejidas en colores muy vivos. Una habitación en la que un hombre podía relajarse y sentirse en casa. Libros encuadernados en piel llenaban las baldas de roble reluciente que cubrían tres paredes. La cuarta ostentaba una chimenea hecha con piedras de río. La luz del fuego parpadeaba alegremente en su interior. La única iluminación adicional provenía de las llamas de dos mecheros de gas que se encontraban sobre la repisa de la chimenea.

El juez se encontraba sentado en su escritorio, con su camisa blanca arrugada, el cuello abierto y la corbata carmesí suelta. Un hilo de humo, de olor bastante fuerte, salía de un cenicero situado cerca de su codo. Harry  posó la mirada en el cigarro. Aun después de catorce años, pensaba en su padre cada vez que veía uno, y le invadía la tristeza.

The ______ Song (Harry Styles) TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora