—No quiero que pases frío, cariño. Déjame echar un poco de leña al fuego.
Con una expresión algo recelosa en el rostro, ella parpadeó cuando la bajó de su regazo. Harry se puso en pie rápidamente y echó unos leños a la chimenea, empujándolos suavemente con una bota para ponerlos en su lugar. Unas chispas saltaron del tiro del hogar. Enseguida, las llamas se apoderaron de la leña. Harry se frotó las manos contra los pantalones, para limpiárselas, al tiempo que se volvía hacia su esposa, que se encontraba arrodillada sobre la alfombrilla, con un aspecto demasiado inocente como para permitir que hubiera tranquilidad en su espíritu. Bañada por la luz dorada de la lumbre, con su camisón largo y suelto, y el pelo como una nube alrededor de sus hombros, ella parecía una figura religiosa. O un ángel. Tierno, increíblemente tierno. El sintió como si estuviese a punto de profanar algo sagrado, y no era ésta la sensación más adecuada cuando su conciencia estaba en guerra con la pasión contenida. Angelical o no, él tenía la intención de poseerla, ¡y al diablo con sus escrúpulos!
Él le extendió una mano.
—Ven aquí, ______, cariño.
______ le escrutó los ojos como si presintiese sus intenciones. Harry se inclinó ligeramente y la cogió de los brazos. Sin darle la oportunidad de elegir, tiró de ella para que se pusiera de pie.
—No quiero que tengas frío —le dijo mientras la acercaba al fuego.
Ojos azules que reflejaban el color dorado de la luz de la lumbre... Al mirarlos, Harry aceptó que ella tenía toda la razón al no fiarse de él. Dado su comportamiento hacía unos minutos, tenía suerte de que la pobre no estuviese aterrorizada. ______ le había dado toda su confianza, lo cual no había sido nada fácil para ella, y él estuvo a punto de traicionarla. En aquel momento, aunque no se lo merecía en absoluto, estaba dispuesta a confiar en él una vez más.
Todo esto a Harry le pareció abrumador. La confianza era un regalo, y, viniendo de ella, uno que no tenía precio. La recorrió con la mirada. En medio de su arrebato de pasión de hacía un momento, le había desabrochado el camisón, lo cual le evitó la molestia de tener que hacerlo en aquel momento. Con una despreocupación que no sentía, le desabotonó uno de los puños, y empezó a sacarle el brazo de la manga.
—Vamos a quitarte esto, ¿vale?
El codo quedó atascado en la sisa del camisón. Harry lo liberó rápidamente. Luego centró toda su atención en la otra manga. Con el rabillo del ojo, vio sus labios moviéndose y supo que, aunque quisiera, no podía ignorar sus protestas. Dejó lo que estaba haciendo para escrutar su mirada.
Harry habló ahora con voz curiosamente débil.
—Mi amor, si tienes miedo y quieres que me detenga, sólo tienes que decírmelo.
Estaba casi seguro de que esto era precisamente lo que ella le había estado diciendo, hasta el momento en que la miró a los ojos. Pero entonces no dijo nada. Él esperó, en medio de la angustia y de la incertidumbre, resuelto a volver a meterle el brazo en la manga, abrocharle el puño y aceptar su rechazo de buen grado. En lugar de esto, ella alzó la barbilla ligeramente, respiró hondo y se puso derecha. —No, no te detengas.
Harry sabía cuánto le había costado decir estas palabras. Para él, hacer el amor con ella era la culminación natural de su deseo, pero seguramente ella no sentía lo mismo.
—No lo lamentarás. Te lo juro.
No queriendo prolongar aquel momento de tortura, rápidamente le sacó el otro brazo de la manga del camisón.
—Ya está.
Se inclinó, cogió el camisón con las manos y, evitando deliberadamente mirarla a los ojos, empezó a alzarle la falda. En el último segundo, el valor la abandonó. Sabiendo lo asustada que debía de estar ella, Harry esperaba que le opusiera al menos una resistencia instintiva. Y cuando ______ intentó rechazarlo y cogió la falda con todas sus fuerzas, dio un tirón a la tela y logró que ella la soltara. Con un movimiento suave, le pasó el vestido por la cabeza y se lo quitó.
Al volverse, a Harry le dio un vuelco el corazón. Aunque ella hizo el valeroso intento de ocultar su cuerpo con los brazos cruzados y las manos abiertas, poco pudo cubrir. Su visión era como un sueño, con el cuerpo desnudo bañado por la luz dorada de la lumbre. Sus pezones de color rosa se asomaban a través de las cascadas de pelo azabache que caían sobre los senos. Incapaz de resistirse, Harry alargó una mano para rozar con sus nudillos la sensible cima de los senos. Al sentir su caricia, ella se sobresaltó como si le hubieran clavado un alfiler.
Él bajó la vista, dominado por la ternura que le producía ver sus desesperados intentos por ocultar más territorio del que sus dos manos podían cubrir. Por la manera en que ella se rodeaba el cuerpo con los brazos, supuso que la inocente muchacha no sabía qué parte era más importante ocultar: su prominente vientre, su ombligo o el tentador triángulo de pelo negro que asomaba en el vértice de los muslos.
Al final, se rodeó el vientre con un brazo y puso la otra mano sobre el ombligo; decisión que no dejaba de ser embarazosa para él. Pero no desaprobó el resultado. Ningún hombre en su sano juicio deseaba ver el ombligo de una mujer cuando tenía una vista perfecta de...
No encontró la palabra adecuada para designar aquella tentadora mata de rizos negros. En el pasado, Harry, como la mayoría de los hombres, se había referido a aquella parte del cuerpo de la mujer con poco respeto. La lista de nombres que se le daban era tan abyecta como larga. Atreverse siquiera a pensar que una sola de esas palabras pudiera tener alguna relación con ______, le pareció un sacrilegio.
Alzó la vista hacia su vientre hinchado. Una perversa curiosidad se despertó en él mientras observaba la mano que ella se había puesto sobre el ombligo. Estaba clarísimo que se empeñaba en ocultar algo, pero él no sabía qué. Todo ombligo era muy parecido a los demás. Muñéndose de ganas de saber qué le avergonzaba tanto como para querer ocultárselo, sintió la tentación de apartarle las manos.
Pero, dado el banquete que ella le estaba dando a sus ojos, decidió que podía dejar que la chica tuviera al menos un secreto. Por el momento, en todo caso. Después no habría lugar para secretos entre ellos.
Aun rodeando su cuerpo con los brazos de la manera en que lo estaba haciendo, una gran parte de su piel quedaba al descubierto. De color crema, parecía luminiscente bajo la luz proyectada por el fuego. Pura seda reluciente. O una hoja temblorosa...
Harry se sobresaltó al caer en la cuenta de que su amada estaba temblando. Dirigiendo enseguida la mirada hacia la de ______, vio en las profundidades de sus ojos que estaba a punto de salir corriendo. Y con toda la razón. Él la estaba mirando boquiabierto, como un condenado . ¡Por Dios! Desde el principio, él no había podido manejar bien la situación, y, a juzgar por la expresión de su rostro, las cosas iban de mal en peor a pasos agigantados.
A pesar de toda su experiencia con mujeres a lo largo de aquellos años, de repente se sintió como un zoquete. Terriblemente nervioso. Con una voz que no era más que un vibrante susurro, trató de excusarse.
—Perdóname por... haberme quedado mirándote, mi amor. Es sólo que... Dios mío, ______, eres tan hermosa... Apenas puedo...
El pequeño rostro de la joven se puso de color rojo escarlata. Harry lanzó una mirada a su prominente vientre y a sus delgados brazos, que en vano intentaban ocultarlo. ¡Imbécil! ¡Mil veces imbécil! Estuvo a punto de golpearse en la frente con el dorso de la mano. ______ estaba en avanzado estado de gestación. Era de lo más natural que no se sintiera bonita.
Pero lo era. La criatura más hermosa sobre la que él había posado los ojos, sin excepción alguna. Entonces, díselo, maldito imbécil. Harry trató de humedecerse los labios con una lengua que estaba tan seca como un trozo de cecina de ternera. No era muy hábil con los halagos. Nunca lo había sido. Por alguna razón siempre se había sentido un poco tonto cuando intentaba ser romántico.