Al sentir el primer roce de la lengua de Harry, ______ soltó un chillido dentro de la palma de su mano y volvió a retorcerle las orejas. Harry decidió que éstas podían soportar el castigo. En todo caso, después de unos pocos segundos ni siquiera podía ya sentirlas.
______ era como un milagro abriéndose en sus brazos. Tan increíblemente dulce, tan absolutamente cándida. Conociendo bien a las mujeres y las diversas maneras de complacerlas, Harry sabía exactamente dónde y cómo tocarla, y ella respondía a cada nueva sensación con ávido deseo y entera confianza.
Cuando ella estaba jadeando y temblando de excitación, él metió la mano que tenía libre bajo su falda. Se imaginaba su objetivo, el vértice de los muslos, mientras buscaba a tientas la hendidura dentro de sus calzones. Se sentía tan ansioso de recorrer con las yemas de los dedos su cálida humedad, que estaba a punto de perder la razón. Tanto era así que tardó varios segundos en darse cuenta de que ______ se había puesto rígida y empujaba sus hombros con fuerza. Él se echó hacia atrás y clavó sus ojos enloquecidos de pasión en los de ella, llenos de miedo.
La miró a los ojos y cayó en la cuenta de la causa de su reacción. Se quedó paralizado y respiró hondo para tratar de controlarse. Luego, con gran renuencia, sacó la mano de debajo de la falda. Parecía que después de todo el fantasma de Douglas sí los perseguiría.
—Tranquila, cariño. —Harry se apoyó en un codo, recostó la cadera contra la mesa e inclinó la cabeza para besar su boca hinchada—. No tengas miedo. No te haré daño.
La tensión desapareció lentamente de su cuerpo. El miedo se esfumó de sus ojos. Acostada sobre aquella mesa, con sus preciosos pechos desnudos y a muy poca distancia de los labios de Harry, ella lo tentaba de una forma en que ninguna mujer lo había hecho nunca, y se felicitó por su dominio de sí mismo, casi propio de un santo. Recordando que aquella picarilla había estado a punto de arrancarle las orejas, esbozó una sutil sonrisa de satisfacción, seguro de que llegaría el momento, y pronto, en que ella le dejaría hacerle el amor sin poner ninguna traba. Todo lo que se necesitaba era paciencia y que llegaran otras oportunidades para excitarla.
El quiso levantarse. Al advertir este movimiento, ______ agarró la pechera de su camisa y se resistió con fuerza. Harry levantó las cejas.
—¿Qué quieres, amor?
Ella susurró algo en silencio, pero, en el febril estado de pasión insatisfecha en el que él se encontraba, tuvo dificultades para concentrarse en los movimientos de los labios.
—¿Qué?
Los ojos de ______ se oscurecieron hasta adquirir un turbio tono azul grisáceo. Luego, acarició sus propios pezones con las yemas de los dedos y le sonrió enseñando los hoyuelos de sus mejillas. Harry le lanzó una mirada a sus pechos. Mientras la miraba excitar sus propios pezones hasta ponerlos erectos, sintió que cierta parte de su cuerpo también experimentaba una dolorosa erección.
—No, ______ —dijo él con voz ronca.
Ella tiró con vehemencia de su camisa.
—No puedo —insistió con una risa entrecortada—. No sabes lo que me estás pidiendo.
Ella hizo un mohín con la boca y rodeó su cuello con los brazos.
—Por favor.
Cogiéndola un poco más arriba de los codos, Harry la obligó a sentarse, fingiendo que no entendía. Era mentira, por supuesto. Pero a su modo de ver, todo pecado era relativo, y era preferible que le mintiera por omisión a correr el riesgo de excitarse tanto que perdiese el control. Sería imperdonable hacer que ella se sometiera a su voluntad, y podría causar un daño irreparable. ______ apenas estaba empezando a confiar en él.
Con manos trémulas, Harry intentó coger las cintas de su camisa interior, lo cual no fue una tarea fácil, pues ______ trató de impedírselo con sus delgados dedos. Él bajó la vista para ver lo que ella estaba haciendo y estuvo a punto de soltar un gruñido cuando se dio cuenta de que se estaba pellizcando suavemente, de nuevo, los hinchados picos de sus pechos. Volviendo a dirigir la mirada hacia su rostro, la observó atentamente y la vio tensa de deseo, con los párpados entornados a causa de su apremiante necesidad.
—¡Dios!
La cogió de las muñecas y le apartó las manos de los pechos. Concluyó que era evidente que había abierto la caja de Pandora, y emprendió la tarea de volver a guardar sus tesoros donde los había encontrado. Mientras anudaba el cordón de su camisa interior y le hacía un lazo, suspiró con resignación.
—Te ha gustado, ¿verdad?
Ella esbozó una sonrisa angelical y asintió con la cabeza. Harry le cerró el canesú y empezó a abrocharle los botones como si su vida pendiera de un hilo.
—Bueno, pues tendremos que hacerlo de nuevo un día de estos. —Hablaba con voz inusualmente nerviosa. Ella asintió de nuevo. Él sonrió y la miró a los ojos mientras abrochaba el último botón—. La próxima vez no me pidas que pare y te enseñaré lo placenteras que pueden ser las demás cosas.
Un gesto de preocupación se dibujó en su frente, haciendo que las delicadas cejas se juntaran. Harry se inclinó para hacer desaparecer sus arrugas con un beso. Cuando se enderezó, rozó el labio inferior de ella con los nudillos.
—Créeme, ______. Si no me hubieses detenido, te habría hecho cosas que te parecerían cien veces más agradables. —Al ver que ella no parecía estar muy convencida de esto, insistió—. A lo mejor incluso mil veces más placenteras. —Ella parecía seguir teniendo reservas. Su esposo la observó durante largo tiempo y luego volvió a hablar con voz suave—. No puedes contar nada.
Ella susurró.
—¡Sí puedo! —Enseguida alzó una mano cerrada y empezó a abrir sus dedos, de uno en uno—. Uno, dos, tres.
Harry la detuvo, riéndose a pesar de no ser ésta su intención.
—Está bien. Me has convencido. ¿Hasta qué número puedes contar?
—Hasta cuarenta —le dijo con orgullo—. Sin errores.
—¿Hasta cuarenta? ¿Tanto? —Reflexionó por un momento. Luego, resuelto a explicarle las cosas en términos que ella pudiera entender, siguió—. Lo que acabamos de hacer fue... —Alzó un dedo—: Una sensación placentera. Pero lo que pudimos haber hecho... —Alzó los diez dedos. Luego, los abrió y los cerró tres veces seguidas—. Lo que pudimos haber hecho si tú no me hubieras mandado parar, habría sido como cuarenta sensaciones placenteras.
Ella entrecerró los ojos con recelo.
—De verdad. Muchísimas sensaciones placenteras. —Apoyando las manos sobre la mesa a ambos lados de ______, él acercó la cara al rostro de la joven—. Y déjame decirte, mi amor, que si alguna vez quieres más de eso, yo te complaceré a cualquier hora y en cualquier lugar.
Ella arrugó la nariz, lo que hizo que él se echara a reír de nuevo. Luego, la cogió delicadamente de la barbilla y la hizo alzar la cabeza.
—En cuanto a volver a casa de tus padres, será mejor que lo olvides. Te amo,______. No me importa que no puedas oír. No me importa nada. ¿Entiendes? Y, además, te enseñaré a hablar.
A ella pareció inquietarle esta declaración.
—Entretanto —susurró él—, tienes una boca preciosa, y se me ocurren muchas cosas para las que podría servir, además de hablar.
Tras decir estas palabras, posó sus labios sobre los de ella para reforzar el efecto de ese argumento.