De repente, como si le molestase el poco habitual peso de sus manos, el bebé se movió dentro de ella. No fue un movimiento ligero, como los que la joven solía sentir, sino más bien bastante fuerte. Se llevó un susto, y sintió el pecho de Harry sacudirse de la risa, sus profundas vibraciones recorrieron todo su cuerpo como rayos de sol. Reacomodando sus manos, él palpó dulcemente su dura redondez. El bebé se movió para intentar escapar de la molesta presión. ______ sintió que un ardiente rubor le subía por el cuello.
Harry debió de sentir en su mejilla el calor que invadía el rostro de la chica, pues se inclinó para mirarla a la cara con sus centelleantes ojos de color ámbar.
—No seas tímida, ______, amor. Este es mi bebé. Y tú eres mía. Sentir la vida que crece dentro de ti es como tocar un milagro.
______ cogió las manos a Harry y dejó que sus ojos se cerraran de nuevo. Por razones que ella no alcanzaba a comprender, se sentía sumamente bien entre sus brazos. Maravillosamente bien. No quería moverse, no quería que él jamás apartara sus manos de allí. Su bebé. La dulzura de estas palabras estuvo a punto de hacer que los ojos volvieran a llenársele de lágrimas, pero esta vez serían lágrimas de alegría.
Permanecieron así durante largo tiempo: ______ recostada contra su cuerpo, y él sosteniendo su peso. La sensación que la invadió fue muy similar a aquella que se adueñaba de ella cuando contemplaba la salida del sol: sentía como si Dios le hubiera regalado una canción.
Cuando salieron de la caballeriza, los pensamientos de Harry estaban completamente centrados en la chica que andaba junto a él, al amparo de su brazo. No puso ninguna objeción cuando él le dijo que aquel bebé era suyo, que ella era suya. Había rogado a Dios por qué no tuviera ninguna objeción. Ya se había involucrado demasiado y le costaría mucho volverse atrás. Estaba locamente enamorado, y eso era irrevocable. Ella había llevado alegría a su vida, una alegría que superaba en mucho todos sus sueños; un dulce y maravilloso júbilo que le había hecho sentir que la existencia valía la pena. Ver el mundo a través de sus ojos le enseñó a apreciarlo de otra manera. Potrillos recién nacidos. Ratones en el ático. Bailes al compás de melodías silenciosas. El insuperable sabor de un té inexistente. Ella era niña y mujer a la vez, en un solo cuerpo, una combinación encantadora, y las amaba a las dos.
Perderla en aquel momento... La sola idea le causaba a Harry un profundo dolor, de modo que la apartó de su mente. Ella le pertenecía, a ojos de Dios y de los hombres. El bebé que estaba esperando era suyo. Nada podría cambiar eso. Él no lo permitiría, pues perderla, ahora que la había encontrado, sería como morir por dentro.
A la mañana siguiente, un convoy de mercancías llegó a Styles Hall, y todas eran para ______. Harry se sentía como un niño en Navidad mientras conducía a los hombres a su estudio, el cual a partir de aquel momento se convertiría también en salón de música.
Al ver el órgano, Maddy alzó las cejas para manifestar sus reservas.
—Señor, ¿está usted seguro de que quiere que lleven ese ruidoso aparato a su estudio? ¿Cómo podrá usted concentrarse?
Harry tenía la intención de concentrarse mucho, pero no necesariamente en sus cuentas. Hacía ya varias semanas que había decidido que la mejor manera de cortejar a su esposa era con sonidos. No permitiría que pusieran sus señuelos en otra habitación.
—¿Dónde está ______ ahora? —le preguntó a Maddy.
—En la habitación de los niños. Dibujando, creo.
Harry sonrió. Estaba tan ansioso de mostrarle a su esposa todo lo que le había comprado, que fue corriendo al carromato para llevar él mismo uno de los cajones.