Haciendo todo lo posible por ocultar su enfado, Daniel Muir se sentó con cuidado en el borde de la cama de ______ Trimble y la cogió de la mano. El recelo que se reflejaba en sus grandes ojos azules hizo que a él se le encogiera el corazón. Aquella era al menos la vigésima vez, desde que Harry Styles lo fue a buscar al pueblo, que había tenido que tragarse la ira que sentía contra sus padres. No podía entender cómo dos personas tan buenas y caritativas como James y Edie podían darle un trato tan insensible a su hija menor. Si era verdad que la joven estaba embarazada, su estado no cambiaría de un día para otro. Pero habían insistido en la necesidad de confirmar sus sospechas aquella misma noche.
Daniel no era partidario de asustar a sus pacientes, y no había la menor duda de que ______ le tenía miedo. No era de extrañar. No la había atendido más de una docena de veces en toda su vida; sólo en una ocasión desde aquella fiebre que le afectó a su salud mental, y él era prácticamente un desconocido para ella. Ahora se encontraba en su habitación, sacándola de un sueño profundo para examinarla. Edie montaba guardia detrás de él, retorciéndose las manos, gimiendo y llorando. Esto bastaba para aterrorizar a la joven. Para colmo de males, James estaba al otro lado de la habitación, marcando un sendero con sus pisadas en el reluciente suelo de parqué. A pesar de ser dos personas tan inteligentes, no parecían tener ningún sentido común.
—¿Y bien? —Preguntó James con impaciencia—. ¿Está embarazada o no?
Ya era suficiente. Daniel se levantó de la cama y se irguió cuan alto era, lo que en realidad no era mucho. Lanzándole una mirada hostil a la consternada pareja, espetó:
—¡Salid de la habitación! Aún no la he examinado y no pienso hacerlo en estas condiciones.
Edie se sobresaltó. James se detuvo tras girar sobre sus talones y clavó en él una mirada de asombro.
—Estáis alterando a la chica —dijo Daniel con más delicadeza—. Os ruego que esperéis en el pasillo. Cuando tenga un diagnóstico, os llamaré.
—¡Pues, vaya! —exclamó Edie indignada.
En aquel momento, a Daniel no le importó haber ofendido a Edie Trimble. La mujer estaba agotando su paciencia, y esto era lo único que podía hacer para no verse obligado a atarla con una cuerda. Retrasada o no, ______ tenía sentimientos, y su madre, más que nadie, debería saberlo. Había sido violada, nada menos, ¿y nadie había llamado a Daniel para que fuera a examinarla? Edie debió haber sabido en aquel entonces que era posible que la joven presentara una hemorragia interna o, por ejemplo, que hubiera contraído una infección. No obstante, en aquella oportunidad no lo llevaron a la casa. Era casi como si Edie tuviera miedo de que él examinara a ______, como si temiera su diagnóstico. ¿Por qué? Ésta era precisamente la pregunta que se hacía, y Daniel no tenía una respuesta.
Después de acompañarlos hasta la puerta, Daniel suspiró y se volvió hacia ______. La muchacha lo estaba mirando nerviosa, con los ojos como platos. Haciendo todo lo posible por parecer inofensivo, se dirigió lentamente a la cama. Volvió a sentarse en el borde del colchón, la cogió de la mano de nuevo y le dio una palmadita afectuosa.
—¿Te acuerdas de mí, ______? —le preguntó en voz baja.
Sin dejar de mirar fijamente su boca, ella metió la barbilla y se frotó la cara contra el hombro de su camisón. Daniel contempló sus rasgos finamente cincelados, pensando que era una pena que una fiebre la hubiese dejado incapacitada. Si bien las demás Trimble estaban casadas y, debido a las largas distancias que tenían que recorrer, rara vez iban a casa de sus padres, Daniel recordaba con toda claridad sus rostros. Sin lugar a dudas, ______ era la más bonita de las cuatro hermanas. Pero, desde luego, era preciso mirarla detenidamente para darse cuenta de ello. Tenía una melena de pelo azabache extraordinariamente tupida, cuyos sedosos rizos se arremolinaban en desorden alrededor de la cara, prácticamente ocultando un rostro que era casi tan perfecto como un camafeo. Su madre no invertía mucho dinero en ropa para la joven, posiblemente porque estropeaba todas sus prendas corriendo por las montañas. Como consecuencia de esto, ______ andaba por ahí con vestidos humildes y poco favorecedores, hechos con telas de mala calidad. Para colmo, nadie se había tomado la molestia de enseñarle cómo alternar en sociedad. Para ser justos con los Trimble, era muy posible que ella fuese incapaz de aprender; pero, aun así, Daniel pensaba que era una pena que no hubieran intentado al menos pulirla un poco. En aquellas condiciones, sus modales y su comportamiento eran los de una niña de seis años.
—Cuando eras muy pequeña, yo solía esconder caramelos en mis bolsillos cuando venía a verte, pero no creo que puedas recordar nada de esto.
Ella enseguida dirigió la mirada hacia el bolsillo superior de su chaqueta. Cogiendo la solapa, Daniel vació el compartimento interior, contento de llevar siempre consigo manjares que le permitían ganarse a sus pacientes de menor edad. Inclinándose un poco hacia adelante, soltó su pequeña mano.
—Venga, coge todos los que quieras.
Sus cejas finamente arqueadas se juntaron para fruncir el ceño. En lugar de tratar de coger las golosinas, ella se puso una mano sobre el vientre y negó ligeramente con la cabeza.
—¿No te apetecen los caramelos, eh? —Con cuidado de no hacer ningún movimiento brusco, Daniel retiró el edredón y puso una mano junto a la de ella sobre su vientre—. ¿Tienes dolor de tripas?
La masajeó suavemente con sus manos expertas. Tal y como sus padres le habían advertido, su vientre estaba levemente abultado. Examinó con cuidado la hinchazón. Luego, volvió a cubrir a la joven hasta la cintura con el edredón y le sonrió.
—Todo parece estar bien.
La desconfianza que se reflejaba en sus ojos le reveló a Daniel que, a menos que se mostrase comedido, sería casi imposible hacerle un examen interno. Sin desanimarse, se inclinó para abrir su maletín negro y sacar el estetoscopio. Habiendo trabajado en esta profesión durante más de cuarenta años, se había convertido en todo un experto en tratar a los pacientes tímidos. Después de meter el diafragma del estetoscopio entre sus manos ahuecadas para calentarlo, lo puso un poco más abajo de la clavícula de ______ e hizo gran alarde de lo bonito que era escuchar su corazón. Al mismo tiempo, pegó las palmas de las manos contra el pecho de ella con todo cuidado. Al advertir que no protestaba, bajó el instrumento un poco más, y siguió bajándolo hasta ponerlo sobre uno de sus pequeños senos. Mientras fingía estar escuchando, palpó la zona rápidamente. Se le cayó el alma a los pies cuando ella hizo un gesto de dolor, y percibió lo hinchada que estaba.
Sin hacer un examen meticuloso, no podía estar absolutamente seguro de que la chica estuviese embarazada, pero la distensión de su abdomen y la sensibilidad de sus senos eran dos señales rotundas. Dejó escapar un suspiro mientras guardaba el estetoscopio en el maletín. Dado que ella había dejado de menstruar, estaba casi completamente seguro de que sus padres habían hecho un diagnóstico correcto. No le entusiasmaba la idea de comunicarles la noticia. Sin duda alguna, Edie gritaría y se lamentaría, lo cual sólo lograría asustar aún más a la joven.
Poniéndose derecho, contempló a ______ con una mirada triste. Se preguntó qué sería de ella. En el mejor de los casos, terminaría en una residencia de madres solteras. Probablemente pasaría una temporada de pesadilla en un hospital psiquiátrico, posibilidad que le partía el alma. Ella era una criaturilla salvaje, acostumbrada a correr libremente por el bosque. Sería muy duro que la encerrasen en algún sitio, cualquiera que fuese, sobre todo cuando nadie podría hacerle entender que sería sólo por unos pocos meses.
Llevado por un impulso, Daniel le apartó el pelo de la cara afectuosamente. La belleza de sus rasgos delicados lo dejó sin aliento. Sacó un caramelo del bolsillo superior de su chaqueta y se lo metió en la mano.
—Quizá te apetezca un caramelo por la mañana, ¿verdad?