Harry se asustó tanto al ver a ______ inclinarse hacia adelante, que todo lo que pudo hacer fue quedarse mirándola con la boca abierta. Iba a llevarla al otro extremo de la caballeriza. Rosy, una de sus yeguas, había dado a luz una potranca hacía unos pocos días. Aunque la bestia era una mordedora incorregible, su potra era un encanto, con sus grandes orejas, sus patas largas y su propensión a chupar todo lo que le llamaba la atención: botones, dedos, codos o cualquier otra cosa que pareciera dar leche. Harry creyó que a ______ le encantaría verla. —______, ¿qué te pasa?
No alzó la vista cuando Harry la llamó. A juzgar por la manera en que se rodeaba la cintura con los brazos, creyó que podría tener un fuerte dolor. Su principal preocupación era el bebé, y miles de posibilidades cruzaron por su mente. ¿Se habría hecho daño mientras paseaba por el bosque? Tuvo la horrible visión de Harry abortando en las caballerizas. Dejó caer el bozal que acababa de coger de uno de los clavos, la agarró con fuerza de sus delgados hombros e intentó, sin éxito, hacer que se irguiera.
Estaba temblando. Temblaba horriblemente. Harry dirigió una mirada de impotencia hacia la casa, deseando que Maddy estuviera con ellos. Cuando de dolencias femeninas se trataba, especialmente aquellas relacionadas con el embarazo, no sabía qué hacer. ¿Debía llevarla en brazos a la casa? ¿Debía procurar que se acostara un rato en la cama?
—¡Jesús!
Se inclinó hacia un lado e intentó inútilmente apartarle los rebeldes mechones rizados para poder verle la cara. Finalmente, decidió ponerse de rodillas y estirar el cuello para poder mirarla a los ojos.
—______, cariño, ¿te duele algo?
Su terrible palidez reveló a Harry que estaba muerta de miedo. Recordó todas las historias que había oído acerca de mujeres embarazadas que abortaban y morían desangradas. La idea de que ______ muriese... ¡Dios santo! Ella era tan dulce, tan increíble y maravillosamente dulce...
Temiendo ver sangre en la tela de color rosa, miró con gran preocupación la falda del vestido, que le llegaba hasta las rodillas. Nada. Era un buen indicio, ¿o no? No había hemorragia. Pero a lo mejor aún no estaba sangrando profusamente.
—Cariño, ¿dónde te duele? ¿Puedes enseñarme dónde?
Sus ojos azules, que parecían dos planetas luminosos, lo miraron desde su carita transida de dolor. Acariciando su pelo hacia atrás, le sostuvo las mejillas entre sus manos.
—______, ¿te has hecho daño? Enséñame dónde, cariño. ¿Aquí? —Dejó caer una mano para tocarle la cintura—. ¿Te duele mucho?
Ella hizo un movimiento brusco para hacerse a un lado y evitar que la tocase. Luego, se quedó paralizada, mirando fijamente algo que se encontraba en el suelo. El siguió su mirada y vio el bozal desechado. Su cerebro no estableció relación alguna entre ese objeto y su miedo, hasta que ella volvió a mirar su mano.
Su mano vacía.
Sólo entonces Harry lo comprendió todo. Durante un horrible momento, se le hizo un nudo tan fuerte en el estómago que pensó que iba a vomitar. Reconstruyendo lo sucedido a cámara lenta, se vio a sí mismo haciéndola levantarse de la silla en que se encontraba, inmediatamente después de que Maddy la reprendiera. Luego, la llevó a la planta baja. Salieron de la casa. Atravesaron el jardín. Entraron en las caballerizas. Cuando él se volvió hacia ella con el bozal en la mano, su única intención era indicarle el camino hacia la cuadra de Rosy. Pero ______ pensó, sin duda, que él quería pegarle.
La furia... estalló dentro de la cabeza de Harry en cegadores tonos rojos. Si James Trimble estuviese cerca de él en aquel momento, lo habría matado. Cerró sus trémulos puños.
______ era todo lo que importaba, no el Oops! de su padre. Tranquilo. Tenía que estar tranquilo. Con este fin, tomó aire para obligar a sus pulmones a ensancharse, pero siempre sin poder contener el temblor que recorría todo su cuerpo. Al exhalar el aire, el rostro de ella se abrió paso entre la nube de su ira. Nunca había visto a nadie que pareciera estar tan muerto de miedo como ella. Quería desesperadamente borrar aquella expresión de su rostro, y trató de pensar en una manera —cualquiera que fuese— de tranquilizarla. La pobre criaturilla no entendía lo que él le decía. La única ocasión en que consiguió comunicarse con ella, tuvo que hacerlo mediante un dibujo.
Un dibujo... o una acción. Los actos hablaban más fuerte que las palabras. Todo lo que tenía que hacer era pensar en una manera de parecer inofensivo. No era una tarea fácil cuando la joven a la que él intentaba convencer estaba terriblemente asustada.
Vagamente consciente de sus movimientos, o de la decisión que los impulsaba, Harry dobló una pierna bajo su cuerpo y se sentó sin ceremonia en el suelo. Fue la mejor idea que se le ocurrió. Esperaba que ella se sintiese menos amenazada si él adoptaba una posición en la que no demostrara ninguna superioridad física. Aunque en realidad esto no le daba a ella mucha ventaja. Después de trabajar con caballos durante casi toda su vida, había aprendido a moverse más rápido que la mayoría de las personas, habilidad que le había salvado el pellejo en más de una ocasión. Si la chica decidía huir, él lograría levantarse antes de que ella pudiera siquiera dar media vuelta.
Algo frío y húmedo le estaba calando una de las piernas del pantalón. No quería pensar en qué clase de porquería se había sentado, de modo que centró toda su atención en ______. La pobrecita no parecía capaz de correr. Las piernas le temblaban tanto, que a él le extrañaba que sus rodillas no chocaran entre sí.
Sin lograr pensar en ninguna otra cosa que pudiese disipar sus temores, Harry hizo la valiente tentativa de sonreír. Una horrible y artificial sonrisa de oreja a oreja fue todo lo que pudo conseguir. A través de los enredados mechones de su pelo negro, ella se quedó mirándolo boquiabierta, como si él se hubiese vuelto loco. Y a lo mejor era así. ¿Un hombre adulto, sentado sobre excremento de caballo y sonriendo como si le gustase? Esto debería ser más que suficiente para hacer que lo ingresaran en un manicomio.
A pesar de que sus piernas aún no parecían capaces de sostenerla, ella logró dar un paso hacia atrás. Luego, dio media vuelta y salió de las caballerizas corriendo. Harry la siguió con la mirada, y sintió un gran alivio cuando vio que se dirigía a la casa. La idea de tener que perseguirla por el bosque en aquel instante no le pareció muy atractiva. Tampoco la de atraparla. La muy picara no peleaba limpiamente.
Como era su costumbre cuando nada parecía salirle bien en la vida, Harry quiso frotarse la cara con las manos. Se detuvo en el último instante. La palma de su mano estaba embadurnada de algo marrón. La olió con mucha cautela. Luego, a pesar de sí mismo, soltó una risotada.
—¿Señor?
La asombrada voz masculina salió de algún lugar detrás de Harry. Al mirar por encima de su hombro, vio a Deiter, el jefe de los mozos de cuadra, en la entrada del cobertizo donde se guardaban los arreos. Enjuto y canoso, la cara del hombre parecía una tira de cecina de muía.
—Sí, Deiter. Dime.
—¿Se encuentra usted bien?
Esta pregunta hizo que Harry empezara a reírse de nuevo, pero esta vez más fuerte. Cuando sus carcajadas finalmente se apagaron, Deiter volvió a hablar.
—¿Qué está haciendo usted ahí sentado?
—En realidad no estoy muy seguro. Me pareció una buena idea hace un rato, pero ahora...
—¿Necesita ayuda?
Harry suspiró.
—De hecho, creo que voy a necesitar toda la ayuda que pueda conseguir.