______, bailando al compás de una música imaginaria, en un mundo imaginario, pero, ahora, no en los brazos de un hombre imaginario. Aquel universo de fantasía que él había invadido era todo lo que ella tenía. Tildada de Oops, rechazada durante casi toda su vida, sin educación, sin amigos. No era una mujer, sino un secreto inquietante que sus padres habían mantenido oculto. Una tremenda furia se desató dentro de él, pero logró contenerla. Más adelante se permitiría pensar en el cómo y el porqué. Ya encontraría a los culpables.
Por el momento, sólo existían el vals y la mujer que estrechaba entre sus brazos.
Hacía muchos años que Harry no creaba mundos imaginarios. Demasiados años, quizá. El se lo había perdido, pensó, pues soñando de aquella forma siempre existía una sensación de que cualquier cosa podría pasar... Dios... No quería destruir aquel instante eterno...
El solo hecho de tenerla tan cerca, aunque sólo fuese para bailar, hacía que lo invadiera una sensación mágica. Aunque pequeña y de complexión delicada, ella encajaba en su cuerpo como si hubiera sido creada especialmente para él. Podía sentir sus caderas moviéndose bajo la palma de su mano. Delicadamente, captó con el tacto la hinchazón producida por el embarazo. Deseó poder apretarla contra su cuerpo, sentir en sus mejillas los rizos de la muchacha, oler el fresco aroma del jabón de glicerina y rosas que Maddy usaba para bañarla.
Incapaz de resistirse, eso fue precisamente lo que hizo.
Momentáneamente sorprendida por la inesperada proximidad, ______ se puso tensa. Pero cuando él siguió bailando, ella se vio obligada a rendirse ante la fuerza de su brazo y dejó que su cuerpo se amoldara al del hombre. Harry apretó su cara contra el pelo de ella y cerró los ojos. Preciosa. Esta era la única palabra que se le ocurría para describirla. Con la ayuda de Dios, nunca permitiría que ella se marchase.
Temeroso de que la delicada mujer se cansara, Harry tuvo que poner fin al vals. Cuando dejó de bailar y se alejó de ______, ella se quedó levemente desorientada, con la mirada perdida, las mejillas coloradas y la boca abierta por la falta de aire.
—Gracias, ______ —dijo él lentamente—. Ha sido un placer.
Un hoyuelo apareció en su mejilla cuando le devolvió la sonrisa.
—Un verdadero placer.
Estas palabras, articuladas por sus maravillosos y silenciosos labios, le parecieron a Harry casi tan audibles como si las hubiera dicho en voz alta, a lo mejor porque eran la respuesta esperada. Tenía que aprender a leer los labios, pensó, con una sensación de temor. Necesitaba aprender enseguida. Tenía que comunicarse con ella sin traba alguna.
Reacio a abandonar el ático y dejar aquella versión mágica de ______, recorrió el salón imaginario con la mirada, buscando casi desesperadamente un pretexto, cualquier pretexto, para prolongar aquel rato irrepetible. Se le ocurrió una idea genial al ver la vajilla rota sobre la mesa. Fingiendo aceptar una invitación de su dama, se sentó en la silla del muñeco, levantó la taza vacía y la extendió hacia ella para pedirle que le sirviera más té. A pesar de la penumbra, pudo ver el recelo que volvía a adueñarse de la mirada de la joven.
La magia del vals había llegado a su fin. Y ahora, aunque no les gustase, habían vuelto a la realidad. Pero Harry ya no sabía muy bien qué era la realidad. Dónde empezaba, ni dónde terminaba. Sólo sabía que la vida había sido injusta con aquella hermosa mujer y que, de alguna manera, tenía que compensarla por ello.
Para ayudarla, lo primero que tenía que hacer era ganarse su confianza.
Permaneció con la taza extendida, esperando, invitándola con la mirada. Algo rozó la pernera de su pantalón. Él lo ignoró. Sólo ______ le importaba en aquel instante. Luego, sintió una especie de cosquilleo a través del calcetín. Pequeños pinchazos. No pudiendo ahuyentar esta sensación, movió el pie ligeramente y se inclinó para rascarse el tobillo. En este momento, las yemas de sus dedos rozaron un cuerpecito peludo.