Ser o no ser

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No es fácil empezar de cero. Es como volver a andar. Extraño, desconcertante y torpe. Sientes que el suelo bajo tus pies se desvanece a cada paso y solo puedes concentrarte en respirar. Natalia era experta en nuevos comienzos. Para su suerte o desgracia, era algo en lo que tenía mucha práctica y la experiencia siempre es un grado, aunque no estaba segura de que eso fuera del todo positivo. No había dejado de trabajar desde los dieciséis años, ni un solo día, ni siquiera en navidad, esas fechas por y para la familia. La publicidad siempre había sido su refugio, la forma de que el deseo cobrara vida, el único modo de liberarse de sí misma. No se arrepentía de la decisión que había tomado, pero mientras se abotonaba la camisa mirándose al espejo, hacía retrospectiva. Ya no quería que la publicidad fuera esa isla en la que olvidarse del mundo, sino un trabajo. Una ocupación que le gustaba, en la que escalar, con la que sentirse bien, pero no el boca a boca desesperado en que la había convertido.

-¿Necesitas ayuda?- Alba se apoyó en la puerta con una taza de café en la mano-.

-Llevo usando traje desde los dieciséis- Natalia hizo una mueca-, creo que puedo vestirme sin dificultades.

-Déjame a mí- dejó la taza sobre la cómoda y se acercó a ella-. Se que da vértigo- le tomó la mano y le abrochó el botón-. Es como quedarse suspendida en mitad de la caída libre, entre el cielo y el suelo.

-Tengo veintisiete años- Natalia suspiró-. Y la sensación de que he perdido once años de mi vida jugando las cartas equivocadas, siendo una marioneta, como el gladiador que lucha por su libertad, pero que al final solo acaba con el papel de bufón.

-Antes me gustaba esa sensación- confesó Alba-. Supongo que por la adrenalina. Siempre mirando mas alto que la última vez. Dejas de mirar el suelo y cuando la vista te lleva hacia abajo, resulta aterrador. Luego descubres que para alcanzar esas cosas que te hacen felices no tienes que subir a la torre mas alta, sino poner los pies en el suelo y que vivir por encima, como los globos de helio solo te han hecho sentirte mas perdida.

-No sabía que te sentías así- reconoció Natalia-.

-Me ha costado darle forma con palabras- Alba asintió-.

-Pensé en dimitir- confesó Natalia-. Cuando te propuse que nos fuéramos juntas. Al final no fui capaz, no se si por miedo, nostalgia o algún entramado extraño de mi cabeza. Acepté esa propuesta que llevaba persiguiéndome tantos meses y puse un océano de por medio, aunque ni siquiera fuera lo que quería. No me sentía con fuerzas de asumir quien era, ni lo que sentía, pero ahora las cosas son distintas. No le debo a mi apellido toda mi existencia, solo una parte y ya hace tiempo que saldé esa deuda.

-No hemos perdido- le acarició el rostro con ternura-. Estas aquí y estamos juntas, tratando de vivir a nuestra manera. No es una derrota. Así para celebrar nuestra valentía- le rozó la parte central del pecho con el dedo-, vamos a desayunar. Un buen desayuno y luego iremos a la agencia. Te meteré mano por debajo de la mesa mientras tomamos café, en el ascensor hablaré sin parar y te esperaré en la puerta sin moverme ni dos metros mientras organizo alguna propuesta a la que no puedas resistirte- se mordió el labio-.

-Me gusta- Natalia la besó en los labios-.

-No estarás sola- Le recordó Alba-. Mikel y Santi estarán contigo y yo puedo decirle a Sabela que conecte el intercomunicador de la sala. No es mucho, pero en las distancias cortas nos volvemos gigantes- la besó en los labios-.

Mikel y Alba habían intercambiado mensajes constantemente. Desde que conoció la futura dimisión de Natalia, quería asegurarse de que estuviera bien y como no le dejaría acercarse demasiado porque ya no era una niña, había tenido que recurrir a otros métodos. Pese a que se mostrase firme y decidida, la situación era difícil. Era lógico que estuviera abrumada e intranquila, por eso queráis estar a su lado, en la medida que ella se lo permitiera, para contener todo ese desconcierto. Sabía que en cuanto supiera la noticia, María montaría en cólera, sobre todo cuando se enterase que Natalia dejaba sus acciones en manos de su padre. Ahora que estaban en guerra, eso le daba cierto poder sobre ella y su complejo de inferioridad era descomunal. Mikel le había dejado claro que no tenía que entregárselas porque fuera su padre, que incluso podía venderlas, pero eso sería retorcido y Natalia quería seguir jugando limpio mientras la situación lo permitiera, claro.

Una droga de diseñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora