LOS RESTOS DE NUESTRA HISTORIA

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7 de Febrero de 2018.

Verla marchar siempre se le antojaba terrible, pero en aquella ocasión fue mucho peor. Agradeció que no se girase para mirarla por última vez, que ignorase las lágrimas que se deslizaban sin permiso por sus mejillas, que obviara el dolor en su rostro, que disimulase el suyo propio. Alba se mantenía erguida frente a aquella puerta de cristal viendo como los viajeros entraban y salían, con los brazos abrazados a su pecho, acunando los últimos latidos de su corazón.

No supo a ciencia cierta cuanto tiempo permaneció allí de pie, esperando por si se arrepentía y daba media vuelta, ansiando esa escena de película en la que Natalia volvía a su lado, la tomaba de la cintura y le daba uno de esos besos que no se olvidan nunca, uno de esos que te devuelven el alma al cuerpo. Sabía que soñaba despierta, que aquello no pasaría, pero desearlo no le hacía daño a nadie, solo a ella.

Adiós, mi vida.

Cada paso que dio en la dirección contraria fue como un disparo en el pecho, como una puñalada por la espalda, estaba traicionando a sus mejores deseos, pero desgraciadamente no podía hacer nada. Natalia era dueña de su destino, se había prometido a si misma apoyarla en todas las decisiones que tomara, le gustaran mas o menos, aunque la destrozasen y eso había hecho. Incluso se había despedido de ella, cuando era lo que más odiaba del mundo.

Podía sopórtalo todo, menos decirle adiós.

Le dolía todo el cuerpo como si cargara con todas las malas acciones del mundo sobre sus espaldas, como si caminara sobre brasas incandescentes traídas del mismísimo infierno para hacerla pagar por todas sus faltas. Entró en la cafetería y se dejó caer en la primera silla que encontró, como si llegar hasta allí hubiera sido toda una proeza. Le pidió una botella de vodka al camarero y se tomó la primera copa de una sentada, agradeciendo que aquel liquido amargo tratara de mezclarse con la pena y darle otro sabor, ella ya había probado todos los métodos conocidos para digerirla y ninguno había logrado hacerla sentir mejor.

Había desarrollado un método infalible para soportar el mal trago cada vez que se despedía de Natalia. Marcaba la fecha de su regreso en el calendario como si fuera su cita mas importante del año y programaba a consciencia como sobrellevar su ausencia. Levantarse al amanecer, salir a correr para alejarse de sus peores pesadillas, refugiarse en el trabajo como si fuera su bunker particular, llenar los espacios en los que su mente le jugaba alguna que otra mala pasada en compañía del vodka pues la soledad era demasiado abrumadora y caer redonda después de un día en el que ni un solo instante merecía la pena.

Se bebió la botella entera y con ella empapó la pena, que ahora se le hacía mas pesada que antes y se marchó de la cafetería. Estuvo un rato deambulando por el aeropuerto como un fantasma, fijándose en todas las caras con las que se cruzaba esperando encontrar la de Natalia hasta que decidió descansar en unos sillones, agotada tras tantas emociones. Se quedó dormida observando a la gente ir de un lado para otro, imaginándoles una vida y se despertó por el horrible tono de llamada de su móvil. Se frotó la nunca, adolorida por la incómoda postura y enseguida rebuscó su teléfono en su bolso, podía ser Natalia diciéndole que se había arrepentido pidiéndole que fuera a buscarla. Lo descolgó sin ni siquiera pararse a mirar y se maldijo por ello en cuanto no escuchó su voz.

-Por fin respondes- Rodó los ojos al oír a su madre-. ¿Se puede saber donde te has metido? - inquirió con tono serio-. Te pedí que estuvieras expresamente en la oficina para recibir a los chicos de Lacome- le recordó-.

-Voy para allá- gruñó Alba poniéndose en pie con dificultad-. He tenido que resolver unos pendientes y ya sabes como funciona la burocracia- miró por última vez hacia las puertas de embarque y suspiró-. Además, se te da bastante bien hacer de anfitriona.

Una droga de diseñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora