Las ruedas de chicago

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¿Justicia o venganza? En la Antigua Roma, cuna de la justicia, a menudo se usaba la venganza para impartirla. Cicerón decía que la justicia nunca espera ningún premio, sino que se la acepta por lo que es, en su concepto. Sin embargo, para Elena era muy complicado llegar a esa conclusión. Día tras día se cuestionaba sus pasos e intenciones y echaba la vista atrás. ¿Cuándo había dejado la vida de ser justa? ¿Era la venganza la respuesta para cerrar aquel círculo y volver a empezar?

Fingía un amor materno que no sentía. Cada mañana, desayunaba con su madre sin excepción. Desde la marcha de Natalia se habían vuelto mas unidas, sobre todo ahora que la relación entre su hermano y María era tan tensa. Puede que fuera porque era la única Lacunza que quedaba en el nido, aunque a Elena le daba la impresión de que había algo más. ¿Culpa? ¿Frustración? ¿Desesperación por cumplir un anhelado propósito? Tantas cosas habían cambiado. ¿Y la peor de todas? Que ella jamás podría mirar a María desde un sentimiento parecido al cariño.

-Preguntaba si hoy vas a acompañarme, hija- María la sacó de sus pensamientos-. Siempre leyendo esos libros viejos y apolillados.

-El Conde de Montecristo es una gran historia, madre- contraatacó Elena clavándole la mirada-. Una traición de alguien muy cercano, una condena, un amor y una elaborada venganza. Deberías leerlo- le recomendó con sorna-.

-Tienes que salir más, hija- María negó con la cabeza-. Me alegro de que hayas retomado las reuniones con las chicas del club.

-Nada como un secuestro para despuntar en popularidad- inquirió Elena-.

-Muy aguda- María rodó los ojos-, pero estaría bien que fueras mas amable. Ahora los de tu edad se ofenden por todo y suelen tirar la toalla con facilidad en cualquier materia. Respeto a mi pregunta- le recordó-, espero una respuesta.

-La verdad es que tengo un compromiso- confesó Elena-. Prometí encargarme de escoger los trofeos del hipódromo, ¿recuerdas?

-Claro- María asintió-. Últimamente donde tengo la cabeza con todo lo de tu hermano. Suerte que tú, eres mi mejor obra, hija.

-Es complicado, ¿no?- Elena no dudó en defender a su hermano-. Lidiar con todos esos sentimientos. ¿La persona correcta? ¿El momento indicado? ¿Seré capaz de soportar despertarme todos los días con la misma persona?

-Yo siempre supe que tu padre era el hombre de mi vida- confesó María-. Formaba parte de mi camino, de destino.

-Pero podría no haberlo sido- inquirió Elena-. De la noche a la mañana, la rueda del destino cambia. Respecto a mi hermano, dale un poco de tregua. Tiene un cajón entero lleno de relojes y siempre usa el mismo.

-Que uses las metáforas de tus libros es realmente exasperante- María sacudió la cabeza-. Respecto a tu falta de decisión, si puedes leer varios de esos- señaló el libro-, no veo porque no puedes hacer lo mismo con los chicos. No eres una niña y ya es hora de que...

-¿Me acueste con alguien?- Elena le clavó la mirada-.

-No me refería a eso- María la miró con desaprobación-. Solo...aprovecha tus oportunidades. Eres una chica muy guapa, inteligente, que se está labrando un futuro y eso visto desde fuera es muy atractivo. Solo...aprecia también esa parte.

-Intuyo que ya has subrayado a que personajes de mi gran historia debo hacerles más aprecio- Elena negó con la cabeza y miró el reloj-, pero tendrás que dejarlo para otro momento, porque llego tarde.

-Vamos hija- María tomó aire-. No debes sentir vergüenza. ¡Elena!- gritó viendo como se marchaba-. ¡Maldita sea!- golpeó la mesa-.

Al hacerlo le dio un espasmo en la mano y se quedó estática viendo como Mikel aparecía frente a ella como el sigilo propio de un fantasma. Por la media sonrisa y su risa aguda, estaba disfrutando de lo lindo con su humillación. Desde su reconciliación no es que las cosas entre ellos fueran color de rosa. Seguían durmiendo en habitaciones separadas, sus conversaciones no eran del todo amigables y aunque María intentaba reconducirlo, a decir verdad, sus esfuerzos no eran suficientes.

Una droga de diseñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora