El corazón tiene razones que la razón desconoce

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Paulo Coelho decía que las personas cambian cuando se dan cuentan del potencial que tienen para cambiar las cosas. Creía firmemente que empoderarse ante la vida, nos daba las herramientas necesarias para cambiar el mundo. Aquella reflexión tan introspectiva había calado en Natalia, que llevaba varias semanas acudiendo a terapia sin faltar, siguiendo las instrucciones de la doctora Oliveira al detalle, enfocada en mantener esa actitud de reflexión positiva de la que tanto hablaban en las sesiones. Era cierto que tenía miedo, a que no saliera bien, a no ser capaz de encontrar la salida, a no dar la talla, a quedarse estancada y que la tierra se la tragase, como tantas otras veces. Después de tanta parsimonia vital, de tirar innumerables piedras contra su propio tejado, le producía pavor que la vida se la jugase y que con aquella lucha, mas que ganar una batalla, estuviera cavando su propia tumba.

Volvió a mirar la receta y se dejó llevar por la música, tenía puesto un vinillo de los Beatles que le encantaba. Movía los pies al ritmo de aquella canción, canturreando algunas partes sin dejar de sonreír. Nunca se había considerado una persona romántica, aunque si era cierto que le encantaba lo de tener pequeños detalles. Y allí estaba, preparándole una cena romántica a Alba, con varios libros de recetas esparcidos por la encimera, varias decenas de consultas en internet acerca de algunos tecnicismos culinarios que no sabía ni que existían, dos tiritas en los dedos un mano a mano con la cebolla y una radiante sonrisa que no había podido borrar solo de imaginar la cara que pondría cuando viera todo lo que había armado.

Honey pie you are making me crazy- canturreó sin perder el ritmo con los pies-.

Metió la cuchara en la crema que estaba preparando y se la llevó a la boca. Estuvo unos instantes boqueando por lo caliente que estaba y moviendo la cabeza con inseguridad acerca del punto. Ni muy líquida pues sería una sopa y no era lo que estaba preparando, ni muy espesa porque sino su sorpresa terminaría convertida en puré y sabía que Alba lo odiaba desde pequeña.

-Ciento quince mililitros de coñac- Leyó con atención-. ¿Eso cuanto es?- se fijó en la botella-. Un chorrito- tampoco iba a complicarse-. Reservar el agua de cocción de la naranja- rodó los ojos al darse cuenta de que lo había tirado-. ¿Qué desgraciado a escrito esto?- miró el libro de aquel chef ultra galardonado-. Me voy a quejar a tu equipo de edición, cocinillas de pacotilla- le hablaba al libro-.

Escuchó el timbre varias veces y dio un bote, sobresaltada por el sonido. Seguro que era Alba que entre toda la montaña de cosas que siempre llevaba en el bolso no encontraba las llaves y la paciencia precisamente, pues no era su fuerte. Se limpió las manos con rapidez negando con la cabeza por el desastre que tenía allí armado y corrió hacia la nevera, donde tenía enfriando el rosado favorito de Alba. Lo descorchó con rapidez y lo vertió en una copa, caminando hacia la puerta con total despreocupación, la rubia se iba a quedar de piedra con la sorpresa.

No tardó en perder la sonrisa de la cara y en ponerse nerviosa, pues precisamente no era a aquella visita a quien esperaba. Ni siquiera había pensado en su madre en los últimos días, pero allí estaba, delante de ella, mirándola con gesto serio y con algo de desconcierto, lo que la confundió aún mas.

-¿Se puede saber que haces aquí?- Natalia no daba crédito-.

-El rosado es para mediocres- entró como una apisonadora-. Un rojo sin intensidad, un blanco sucio, un vino a medias diseñado para demostrar que hay cosas que jamás deberían mezclarse. Huele bien- ese aroma a comida casera estaba por toda la casa-. ¿Desde cuando cocinas?- frunció el ceño-.

-¿A que has venido mamá?- Natalia se cruzó de brazos-.

-Tengo algo para ti- caminó por la estancia y dejó el bolso sobre el sofá-. ¿Estampados?- se fijó en la tapicería-, es sumamente vulgar. Es una gran oportunidad- sacó un dossier-.

Una droga de diseñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora