A veces faro, a veces mar

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Hablar de sentimientos da miedo. Alba había llegado a esa rotunda conclusión con apenas dieciséis años, cuando percibió por primera vez, esa sensación extraña, esa emoción tan adictiva, esa ansiedad desmedida por algo que ni siquiera entendía, pero que la hacia sentirse bien. Aquello fue el principio de la atracción, del amor, de algo más que una amistad, el comienzo de un sentimiento que al poco tiempo la desbordaría por completo, un auténtico cuento de terror. Santi se había quedado dormido con las caricias que la rubia le hacía en el pelo después de tomarse a regañadientes un poco de sopa. Ver en sus ojos el sufrimiento y la angustia le partía el alma, por eso no le dejaría solo. Siempre la tendría a ella, porque si algo había entendido de esos amores que la vida se empeña en negarte, era que vivir con ellos terminaba convirtiéndose en una carga insoportable. El amor la mayoría de las veces, nada tenía que ver con los cuentos que lo pintaban perfecto.

-¿Cuánto llevo dormido?- carraspeó Santi sin abrir los ojos-.

-Un par de horas- Alba sonrió mirando hacia la ventana-. Vamos a ver amanecer.

-Me va a estallar la cabeza- gruñó Santi incapaz de acostumbrarse a la luz-.

-No esperaba menos con la cuenta que aboné anoche- Alba se mordió el labio-. Voy a preparar el desayuno- se incorporó evitando molestarle-. Procura no vomitarme la alfombra si eres tan amable.

Santi se acomodó mejor con el espacio que Alba había liberado y se cubrió la cabeza con un cojín haciendo que la rubia sonriera, Natalia solía hacer lo mismo cuando la resaca atacaba. Rebuscó por la cocina unas galletas sin lactosa y preparó café, aprovechando para escribirle a su morena y darle los buenos días antes que nadie. Se le hacía raro no despertar a su lado, remolonear en la cama, abrazarse a su almohada y aspirar el olor que dejaba en las sábanas, pero Santi la necesitaba.

-Sigue sin llamar- gruñó Santi dejando el móvil en la mesa-.

-Nada de malos pensamientos antes de desayunar- bufó Alba y le tendió una taza de café-. No me pongas esa cara que no pienso dejar que muevas un solo pie hasta que te la tomes entera, aunque dudo que en esa facha seas capaz de llegar a la puerta.

-Siento mucho lo de anoche- Santi se revolvió el pelo-. Yo, nunca...- la miró a los ojos-.

-Hay días en los que es mejor no pensar- Alba negó con la cabeza-, te lo digo por experiencia. ¿Qué tal el café?- inquirió con una media sonrisa-.

-Asqueroso- Santi enarcó una ceja-. Deberías decirle a mi hermana que te de una clase práctica- le sugirió-.

-Creo que la culpa de que me salga tan mal la tiene tu hermana- reconoció Alba-.

-También podrías reconocer que no es tu especialidad- Santi sonrió levemente-.

-No es una cuestión de orgullo o destreza- Alba negó con la cabeza-. Cuando yo empecé a tomar café tu hermana solía prepararlo cuando estudiábamos juntas en tu casa, era ese momento nuestro- sonrió-. Merendar a solas, charlar de nuestras cosas, hacer planes de esto y aquello. Eran momentos especiales, mágicos- se le iluminó la mirada-, creo que por eso nunca se me ha dado bien, meter la mano era como quitarles la pureza y hacer que perdieran su magia.

Santi se dio cuenta en el instante en el que aquel juego de seducción empezó disfrazado de cómplice amistad y suspiró. Recordaba perfectamente que el año Natalia volvió del internado, se empeñó en que su padre la enseñase a hacer café, insistiendo en que ya no era una niña y le parecía un paso clave para dejar atrás la convulsa adolescencia. Sin embargo, detrás de ese detalle insignificante, había un motivo de peso, madurar su relación con Alba, no tomándola como un juego de niñas, sino como un asunto serio.

Una droga de diseñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora