Carne de cañón

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Reflexionaba en mitad de la noche sobre esos días que parecían verdaderos sueños y sobre ese estado de desconexión en el que todo había sido tan real que podía jurar haberlo vivido en algún momento mientras observaba como Natalia dormía. El calor de su cuerpo, el sonido acompasado de su respiración, la calma que le transmitía acostada a su lado. Ella la protegía de sus demonios, como esos amuletos que los niños ponen debajo de la cama para espantar a los monstruos.

Suspiró sin dejar de contemplarla y le acarició la nariz con la yema del dedo, despacio y con un movimiento suave. Todo parecía tan sencillo junto a ella. Se mojó los labios y le dejó un tierno beso sobre el hombro saliendo de la cama con lentitud y sigilo para no despertarla. Estaba desnuda así que se puso la camiseta que Natalia llevaba puesta antes de que las dos se fueran a dormir y salió de la habitación sin hacer ruido. Ya en la cocina, tomó la jarra de agua de la nevera, llenó un vaso hasta arriba y se lo bebió de golpe, tenía la garganta seca. Solía pasarle desde que Natalia había vuelto. Cuando dormían juntas concentraban tanto calor que casi no podían ni respirar. Era como estar en el epicentro de una estrella, en la hora punta del día mas caluroso del año. Sin embargo, las dos se quedaban ahí, en silencio, sin moverse, como en trance, disfrutándolo. Abrazadas la una a la otra con una sonrisa en los labios.

Dejó el vaso en el fregadero y volvió a la habitación. Al entrar reparó en la caja que la misma Natalia había dejado allí, a un lado y soltó un enorme suspiro. Había entrado en uno de esos bazares para hacerse con ella de camino a su casa. Era una de esas cajas de cartón que se transformaban encajando las pestañas en apenas un minuto. Le había costado bastante decidirse, pero en cuanto entró en su habitación se dio cuenta enseguida de que aquel ya no era su sitio. Allí estaban sus recuerdos, fotos cargadas de nostalgia y entre sus paredes, todos esos sueños encerrados que ella jamás dejó volar. Lo único que había recogido eran algunas fotos y recuerdos que solo tenían valor para ella, como el trofeo que ganó en un concurso de dibujo del colegio o la medalla por una carrera que habían hecho todas las mujeres de su vida en favor de la recaudación por la investigación del cáncer de mama. Luego había abierto las ventanas de par en par y hacía cerrado la puerta dejando que aquella habitación por fin se liberase de sus demonios.

Tomó la caja, se sentó a los pies de la cama y observó algunas de las fotos. En todas salía riéndose. Con su padre, con su hermana y con su madre, pero esos momentos nunca duraban demasiado. Desde niña siempre había sido el chivo expiatorio de su familia, aunque se negara a reconocerlo. Era como esa cabra que se sacrificaba en las sociedades tribales antiguas para así garantizar la prosperidad familiar. Poco importaban su entrega, su sacrificio o si esfuerzo, su papel siempre había sido el de la oveja negra. Apretó el puño con fuerza, rabiosa por toda la situación y derramó una lágrima. Le había vendido su alma al diablo y había terminado viviendo un auténtico infierno.

Alba no se había dado cuenta de que Natalia se había despertado y la estaba mirando. No había hecho otra cosa desde que había abierto los ojos. Podía sentir la tensión y el dolor de Alba en su propio cuerpo y eso era lo que más odiaba. Ella mejor que nadie la entendía, sabía lo que era dejar atrás a su familia, que las personas que mas quería la rechazaran. Nunca se había acostumbrado del todo, pero había aprendido a seguir con su vida. No cumplir las expectativas tampoco merece que vivas una auténtica pesadilla.

-¿Te arrepientes?- preguntó Natalia con la voz un poco ronca-.

-¡Joder, me has asustado!- se llevó la mano al pecho-.

-Perdona- Natalia hizo una mueca y salió de la cama-.

La morena se puso a su lado, sentándose tambien a los pies de la cama. Alba suspiró y apoyó la cabeza en su hombro. Sentía tantas cosas que no sabía ni por donde empezar, aunque la emoción que sobresalía por encima de todas era la rabia. Rabia ante todas esas malas decisiones que había tomado por la familia, por todos esos sacrificios en los que se había flagelado a consciencia para no defraudar a Natalia. Quería patalear, gritar, pero era incapaz de hacerlo.

Una droga de diseñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora