En el ojo del huracán

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El alma siempre tiende a juzgar a los otros por lo que piensa de sí misma. Es curioso como las personas son rápidas para juzgar a los demás, pero muy lentas para corregirse a si mismas. Es un error, porque añadimos un argumento inventado a una historia que desconocemos y de ahí sacamos una conclusión que ni siquiera deberíamos haber hecho. No había ni un solo medio que no se hubiera hecho eco de las últimas noticias. Su cara estaba en las portadas de periódicos y revistas y eso la hacía darle vueltas a una idea que no le entusiasmaba. Pese a haber sido juzgada y absuelta por quienes sí podían hacerlo, quitarse ese peso de encima no sería tan sencillo. Había logrado sacar la cabeza, pero el mar aún seguía embravecido, amenazando con hundirla.

Natalia se había acostumbrado a vivir siendo señalada por todos, juzgada en cada paso que daba. La primera persona que la había apuntado con el dedo, había sido su madre. Lo recordaba bien, ese instante en el que las dos dejaron de jugar en el mismo equipo. No entendía por que la rechazaba por su manera de ver la vida, hasta que un día se dio cuenta de que la razón por la que el mundo juzga a las personas de forma tan precipitada, la tiene nuestro propio ego. De forma consciente o no, necesitamos sentirnos mejores que los demás, superiores, distintos, especiales. David Fishman decía que el tamaño del ego de una persona se puede medir en la forma que maneja los errores que cometen los demás. Vamos en contra de los demás, les cuestionamos y les señalamos por que eso hace que nos sintamos poderosos. Siempre ha ocurrido así, desde que el mundo es mundo. Un rey alzaba el dedo y todos guardaban silencio, si replicabas estabas muerto. Juzgar a los demás no define que tipo de persona tenemos delante, nos deja claro quien vive realmente dentro de nosotros.

Odiaba esa situación, que todo el mundo se considerase con derecho a mirarla por encima del hombro cuando la mayoría eran escoria. Sabía que no lo soportaría mucho más, porque cuando todo el mundo te pone en el punto de mira, al final terminas creyéndote la mentira. Estaba en la azotea de la agencia, fumando. No había hecho otra cosa que discutir con todo el mundo. Se había comportado como una estúpida con su padre y con Alba, con ella había sido peor que una alimaña. Quería gritar, llorar, incluso saltar desde aquella azotea, pero estaba paralizada, casi sin respiración, asfixiada por las circunstancias y ya no lo soportaba más.

Miró hacia abajo durante unos minutos, todo parecía tan pequeño e insignificante desde esa distancia. A su lado, ella era una gigante que podía dominar el mundo de una patada. Ojala fuera tan fácil. Se echó la mano al bolsillo y pulsó el contacto de su padre, pero no le respondió a la llamada. Suponía que estaría ocupado en alguna gestión o que no quería hablar con ella, así que no insistió. Tampoco tenía derecho a obligarle a personarla cuando había sido una completa estúpida. Se lo merecía. Bajó por la lista de contactos y pulsó el de Alba, obteniendo la respuesta de su contestador.

-Alba, yo...siento lo de esta mañana. No...- se cortó la llamada-. ¡Joder!- espetó con furia pulsando el contacto de nuevo-. Se ha cortado...se que la he jodido, no tendría que haberte dicho nada de eso. No tienes la...-volvió a cortarse-.

Pulsó el contacto de Alba tantas veces que perdió la cuenta. Colgaba y volvía a llamarla cada vez que saltaba el contestador, pero no conseguía que diera respuesta. Odiaba pagar sus frustraciones con ella, herirla en su guerra contra el mundo. Hacerle daño a la persona que mas amaba en el mundo, cuando la única culpable de todo lo que estaba ocurriendo era ella, la hacía sentirse miserable. Encendió otro cigarrillo y le dio una profunda calada, no había dejado de fumar en toda la mañana. Trataba de invocar al humo como una fumata blanca que le diera la respuesta que buscaba, pero todo a su alrededor no hacía mas que difuminarse, llenándose de claroscuros. ¿Por qué siempre tenía que joderlo todo? Respiró profundamente, se encendió otro cigarrillo y volvió a marcar el contacto de Alba. De nuevo, no tenía respuesta, pero le daba igual, iba a pedirle perdón las veces que hiciera falta. El buzón estaba lleno y no aceptaba mas mensajes, tenía que pensar en otra estrategia.

Una droga de diseñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora