Declaración de intenciones

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¿Existen realmente los finales o únicamente les ponemos un parche de contención a las heridas? Nunca podremos estar del todo convencidos de que algo haya acabado para siempre, de que ese punto final no termine dilatándose en otros muchos signos y es que prácticamente nada desaparece, todo nos marca y nos transforma. Resultan ser principios interrumpidos, oportunidades fallidas, desvíos vitales que se regeneran y terminan dejando huella. Seguirán estando ahí en cada nueva aventura, en cada nueva decisión como impulso del siguiente objetivo, dándole la mano al futuro inmediato, alumbrando nuestra mejor versión. Por mucho que tratemos de bloquear los recuerdos, evitar los lugares donde todo ocurrió, lo sucedido seguirá formando parte de nuestra vida, como una segunda piel. Continuará ahí, esperando su momento para removernos por dentro, por que no hay nada más potente que la pincelada de un recuerdo para desdibujarnos todos los esquemas. Los primeros rayos del sol emergieron por la ventana, no había corrido las cortinas, aunque a decir verdad, tampoco sería capaz de recordar como había llegado hasta allí. Estaba tumbada en el sofá, con el cuello adolorido y la cabeza martilleándole las campanas del nuevo día, tapada con su propia chaqueta. Se frotó los ojos y gruñó al hacerse daño con el propio maquillaje seco, masticando la pastosidad de su boca con dificultad. Estiró la mano hacia la botella de vodka que descansaba en el suelo, a sus pies y le dio un largo trago, apurando su contenido. Al menos podía ponerle nombre a las sensaciones que la atravesaban, doña resaca iba a torturarla durante todo el dia y prefería a esa vieja conocida que a otros demonios a los que ni siquiera era capaz de mirar. Se incorporó poco a poco y se apoyó en sus rodillas abriendo las piernas con poca elegancia y bebiendo otra vez, ya tendría que estar en la oficina. Estiró la mano hacia el canuto a medio consumir que reposaba en el cenicero y lo encendió con calma, con aspiraciones cortas y suaves, prendiéndolo poco a poco y disfrutando de su sabor. Le dio otro trago a la botella y miró la hora en el móvil, llegaba tarde a una cita importante. Le había costado averiguar donde estaba, pero a juzgar por el olor a pintura, el pincel tirado en el suelo y la cantidad de sábanas y lienzos que veía por aquí y por allá, pudo deducir que había venido a refugiarse a su estudio. No era el típico lugar al que ella estaba acostumbrada, tenía la cocina y el salón unidos, una cama que prácticamente era una extensión del salón y un baño mediocre, pero era un buen sitio donde refugiarse. Tenía casi treinta y cinco llamadas perdidas entre Sabela, sus padres, su hermana, Christian y Santiago, pero ninguna era la que esperaba así que las ignoró. Por ella, podía estar desintegrándose el mundo que no le importaba absolutamente nada. Natalia llevaba un día entero sin dar señales de vida y aunque trataba de no ponerse en lo peor y darle su espacio para asimilar la nueva situación a la que se enfrentaban, los viejos fantasmas no la dejaban respirar. El solo hecho de pensar que ahora mismo pudiera estar de nuevo en el maldito control de equipajes, con otra persona que no fuera ella, tirada en algún tugurio de mala muerte buscando desaparecer o lo que era peor, que hubiera encontrado el método perfecto para echarla de sus pensamientos y dar carpetazo a una historia que por mucho que no quisiera, siempre sería la de su vida. Ni siquiera recordaba que coño hacía alguien como ella con marihuana. Torció la vista al escuchar el tono de alarma de su móvil y achinó los ojos, tratando de acomodarse a la intensa luz de la pantalla para leer la notificación del calendario. Genial, llegaba tarde a un encuentro importante. Consumió el canuto en dos caladas y apuró el culo de vodka que quedaba, vistiéndose mientras bebía y se bañaba en desodorante y colonia. Estaba echa un desastre, pero nada que un poco de maquillaje y gel fijador no pudieran arreglar. Se subió en sus tacones, tomó la americana y salió a toda prisa, lanzando todo lo que cargaba en el asiento del copiloto, pisando el acelerador. En el camino, intentó localizar a Natalia, pero la morena no daba señales de vida.

-¡Coge el puto teléfono!- gritó tirando el suyo contra el asiento-.

Odiaba llegar tarde y no soportaba a la gente impuntual, mucho menos si tenían cita. Le estaba bien empleado despues de todo. Entró en el edificio casi corriendo, recuperando la compostura en el ascensor y bajándose en la planta de la consulta de la doctora Soler, su psicóloga. Necesitaba hablar con alguien o de lo contrario no sabría de lo que sería capaz. Salió del ascensor casi traspasando la puerta y se acercó hacia la recepcionista para comunicar su llegada con toda parsimonia impostada que era capaz de atesorar en una pose elegante con la que trataba de disimular el desastre.

Una droga de diseñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora