Negras y rojas

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Oscar Wilde decía que es bastante difícil no ser injusto con lo que uno ama. El amor actúa como una droga, como una copa de cava la noche de final de año. Te hace creer que nada puede salir mal, que el mundo está al alcance de nuestra mano hasta que el efecto se pasa y volvemos a la realidad. Esa es la razón por la que necesitamos enamorarnos, la ilusión. No podía retroceder en el tiempo por más que lo deseara y tampoco, era capaz de mostrar un arrepentimiento sincero. En el 1194 a. C los griegos sitiaron Troya por una historia de amor prohibida. Así que nadie podía culparla por querer vivir la historia que merecía.

Se había refugiado en casa de Álvaro para no tener que dar demasiadas explicaciones. Pese al poco contacto entre ambos, la había acogido de buena gana y le ponía las cosas fáciles. El amor a veces es tan complejo, que acabamos asfixiándolo en un intento de desenredarlo. Tumbada sobre aquel sofá que parecía rescatado de un vertedero, hacía retrospectiva, pero a la mente solo le venían los momentos felices. El primer reencuentro, la primera noche que pasaron juntas, cuando se negó a casarse, la declaración de Natalia en la valla publicitaria. Ella había intentado salvar todo eso, protegerlo con todas sus fuerzas. Por eso asumía su culpa. Por amor, por encima del resto de las cosas.

-Si sigues a ese ritmo, voy a quedarme pronto sin suministros- Álvaro la miró a través del humo-. Voy a preparar un poco de café, te sentará bien-le acarició la pierna despacio-.

Había intentado dialogar con Alba, pero estaba sumida en una especie de globo. No cerraba los ojos, pero tampoco se espabilaba del todo. Prácticamente no comía y se había tenido que meter con ella en la ducha por el bien de su higiene personal. Esa no era la Alba que el conocía, aunque era evidente que para ella era una vieja amiga. Necesitaba hacerla reaccionar, pero no sabía cómo.

-Puedes criticar mi café-Álvaro sonrió levemente-. Seguro que comparado con el de Natalia deberían condenarme a muerte.

Alba reaccionó al oírle decir su nombre. Levantó la barbilla y abrió los ojos, incorporándose despacio. Miró por encima de él como si la esperara y se quedó un rato con los ojos fijos en la estancia, hasta que se dio cuenta que aquello solo era producto de su imaginación. Natalia no vendría a expiar sus culpas, Natalia ahora estaba muy lejos de ella.

-Su café...huele diferente- Alba tenía la voz ronca de tanto tiempo en silencio-.

-Una crítica constructiva-Álvaro se mordió el labio-. Quiero enseñarte algo.

Álvaro cogió la guitarra que tenía colgada en la pared y comenzó a tocar. Dado que Alba no hablaría y él no soportaba el silencio, la música era el único salvavidas. Podían guardarse sus infiernos para sí mismos, pero eso no les impedía hacerlo con una buena banda sonora.

"Una película montada,

A carta cabal"

-Sabes que ese verso no tiene sentido, ¿verdad? - Alba rompió el silencio-.

-No pretendía que hiciéramos un análisis- Álvaro enarcó la ceja-.

-Tu mismo- Alba encendió el cigarrillo que se había apagado y le dio una profunda calada-. Algo intachable no puede vivir en una realidad imaginaria.

-Déjalo-le pidió Álvaro-, es solo una canción.

-Loquillo se declaraba hombre de bien a carta cabal en Feo, fuerte y formal-Alba sonrió levemente-.

-Está bien, no vas a dejarlo- Álvaro bufó y dejó la guitarra apoyada el respaldo del sillón-. Una historia de amor...de las que siempre se recuerdan-soltó un suspiro-. De eso habla la canción.

-Es preciosa-Alba le miró con ternura-.

-Pensaba en...mi primer amor cuando la escribí- confesó con gesto amargo-. Supongo que intento reconciliarme con ese niño al que no se lo puse fácil, pero a la vez, me resisto. Recordar el pueblo, a mi madre, me hace sentirme mejor. Todos somos felices siendo niños, ¿no?

Una droga de diseñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora