Delfines entre tiburones

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Observaba la sangre caer frotándose los nudillos, con la vista clavada en como las gotas rojas se diluían al contacto con el agua. Se le venía a la cabeza el mito hollywoodiense en el que un tiburón cruza el Misisipi hasta una playa remota llevado únicamente por el olor de la sangre. Era una simple leyenda, ya que los tiburones no pueden oler la sangre diluida en el agua ni mucho menos sentir como una gota cae a miles de kilómetros de distancia. Una muestra más de como la humanidad se empeña en demonizar su propio mundo. No se acercarían a nosotros ni en una piscina porque saben que somos los verdaderos depredadores. Soltó un suspiro al levantar la cabeza y mirarse al espejo, clavando la mirada en Noemí, que estaba justo detrás de ella, junto a la puerta.

-Lo siento, no pretendía...-Le sonrió algo nerviosa-. Podías haber usado el baño de mi casa.

-No es nada grave- cerró el grifo con rapidez y agitó las manos para deshacerse del exceso de agua-.

-He traído el botiquín de la cocina- agitó el pequeño maletín junto a un jersey que reposaba en su brazo-.

Natalia soltó un suspiro y la dejó tomar el control. Sabía que hacerse la dura no le serviría y Noemí le inspiraba confianza. No le gustaba que nadie que no fuera de su estricta confianza invadiera su espacio, pero con Noemí las sensaciones eran distintas. No tenía miedo de ella ni recelo, sino una extraña conexión. Con ella podía bajar la guardia sin temor a que el mundo, se le viera encima. Se sentó cuando Noemí le empujó el hombro delicadamente hacia abajo y se quedó mirándola extrañada cuando se arrodilló para curarla. Su madre jamás había hecho algo parecido, ni siquiera con un raspón sin importancia. Normalmente era Carmen quien le curaba las heridas o su padre, ya que para María el hecho de lamerse ciertos sinsabores, era una debilidad.

-No voy por ahí causando problemas- Natalia sonrió, ya que sus encuentros siempre habían dicho lo contrario-.

-El mundo es un lugar hostil- Noemí se mordió el labio y continuó curándole la mano-.

-Algo así- Natalia asintió despacio-. ¿Quién crees que soy? - le preguntó mirándola a los ojos-.

-¿Por qué te interesa lo que yo piense?- inquirió Noemí-.

-Eres una persona honesta- confesó Natalia-.

-¿Por qué quieres saber la respuesta?- Se interesó Noemí-.

-Durante años he creído que soy como la mala hierba que lo arrasa todo a su paso- reconoció Natalia algo contrariada-. Un fenómeno al que el fuego puede poner freno, pero no destruir porque crecerá de nuevo. Incluso he pensado que si yo no hubiera aparecido esa noche aquí- la miró a los ojos-, hubieras tomado otra decisión, pero desperté en ti un demonio que estaba dormido.

-Tu mundo no es para alguien como tú- confesó Noemí-. Por eso cada segundo, te cuestionas quien eres. Y no deberías hacerlo- le dedicó una sonrisa tierna-. Eres alguien a quien se puede mirar a los ojos y sentirse en paz con su reflejo. Puedes...Puedo lavarte la camisa- la señaló con el dedo-, no me cuesta nada. La mancha de sangre sal...saldrá con un poco de bicarbonato y sal. Para que no te enfríes- le puso el jersey sobre las manos y terminó rozándola quedándose estática por el calor que desprendía, un calor que siempre le recordaba a él-.

-Gracias- Natalia le devolvió el gesto con una sonrisa y tiró la camisa al cubo de la basura que había junto al sanitario-.

-Tienes los ojos de tu padre- Noemí se sorprendió de que esas palabras salieran de su boca-.

Todos voltearon cuando vieron a Noemí salir del baño sin Natalia, preocupados porque lo que a simple vista no parecían mas que unos cuantos golpes en realidad pudiera haber sido mas grave. Sin embargo, Alba se dio cuenta que Noemí huía de lo que Natalia la hacía sentir, ya que no era la primera vez que se cruzaba con esa mirada y la entendía. Una honestidad que daba auténtico pavor. Natalia no tardó en volver con todos remangándose el jersey con su habitual elegancia, momento en el Mikel y Noemí intercambiaron una mirada con cierta complicidad.

Una droga de diseñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora