¿Quién espera del otro lado?

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Temor, afecto y placer; son los elementos que envuelven a Catra mientras se sumerge en una abrumadora experiencia onírica.

Su travesía se remonta al más primigenio de todos los miedos, el temor a lo desconocido. Jugar con Adora, dormir con Adora, combatir con Adora, incluso besar a Adora; Catra ha hecho más cosas con Adora que con cualquier otra persona, pero lo que estaba por ocurrir esa noche era completamente nuevo. Muchas preguntas atribulaban su mente: ¿estamos yendo demasiado rápido?, ¿qué pensará de mi cuerpo desnudo?, ¿podré hacerla sentir bien?; y la más atemorizante de todas, ¿esto me dolerá?

Aunque el temor le vuelve presa de dudas e inseguridades, un faro de luz resplandece entre las tinieblas; entre besos dulces y caricias suaves, Adora consigue librarle del denso nubarrón que obnubila sus pensamientos, con ese resplandor tan cálido que emana su afecto. Adora parecía dispuesta a saciar su hambre sin importar lo que pudiera hacer o decir; sin embargo, al momento de la verdad, esta busca constantemente en su mirada la aprobación para proseguir. Con Adora, y solo con Adora, Catra puede sentirse amada, puede sentirse protegida; incluso en la inmensa vulnerabilidad que supone su desnudez, ahora sabe que todo estará bien. Ahora, de hecho, quiere más.

Al sentirse tan cómoda entre sus brazos, para Catra resulta simplemente natural el dejarse llevar por sus deseos más íntimos, deseos que existen por y para Adora. El fuerte agarre de sus manos le hace sentir de su propiedad, el roce de sus labios recorriendo su cuerpo le hace sentir apetecible, la osadía de sus dedos adentrándose en su intimidad le hace sentir atrevida... ah... pero su lengua, no existen palabras para describir lo que su lengua le hace sentir. Con una habilidad aparentemente innata, Adora dirige sus gemidos como quien dirige una orquesta, en un crescendo constante que alcanza su punto más alto con una explosión de fuegos artificiales.

Es entonces que, con la mente en blanco, la respiración agitada y las piernas temblorosas; Catra culmina su vigorizante travesía, más satisfecha de lo que recuerda haber estado jamás. Incluso ahora, flotando plácidamente en el océano de su subconsciente, podría jurar que puede escuchar su voz; sí... no es más que un eco distante, fácilmente olvidable entre el sonido que hacen las olas al romperse; pero claramente está clamando su nombre. «¡Catra!», exclama una y otra vez, siendo cada llamado más audible que el anterior... podría reconocer esa voz en cualquier parte... sí... no se trata de otra persona que... ¿Scorpia?

—¡Catra!, ¿¡estás ahí!?

—¡Scorpia! —exclama la felina, cayendo de la cama por tan forzoso despertar.

—¡Oh, Catra! Menos mal, empezaba a preocuparme que no respondieras —responde la capitana, suspirando con alivio —. ¿Tuviste problemas para dormir?

«Si las paredes hablaran», piensa la aludida, tumbada en el suelo con las sábanas cubriéndole el rostro. Sus mejillas se encienden al pensar sobre la última noche, y sobre el sueño tan lúcido que tuvo al respecto...

—¿Catra?

—Dame un minuto, ¿quieres? —termina por responder, gruñendo perezosamente al quitarse las sábanas de encima.

Una sonrisilla pícara se dibuja entonces en su rostro, pues lo primero que consigue ver son las prendas de su chica colgando del techo. Su sueño fue demasiado profundo como para notar en qué momento se fue; sin embargo, conociendo a Adora, sobre todo a la nueva Adora, le ha de haber resultado imposible ignorar el llamado del deber.

Sin ánimas de comenzar a forjarse una reputación de dictadora holgazana, Catra hace un esfuerzo por levantarse y ponerse de pie; no obstante, en el momento preciso en que consigue enderezarse, la joven felina comienza a sentir un repentino y focalizado dolor corporal. Se trata de una rigidez incómoda en sus músculos, principalmente en sus piernas, abdomen y... otras zonas más íntimas. La última vez que recuerda haber sentido un dolor semejante, fue cuando empezó a asistir a las sesiones de entrenamiento para reclutas.

Dominio [Catradora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora