La resolución de las princesas

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La inauguración de la Joya de Etheria se aproxima, y Luna Brillante no fue el único reino en recibir una invitación. En el otro extremo del continente, un dron hordiano sobrevuela el paraje helado que rodea al Reino de las Nieves, y deja caer un proyector a las puertas de su castillo.

Mientras tanto, la princesa Frosta estudia diligentemente en su biblioteca privada, o al menos eso es lo que piensan sus tutores; en realidad, se entretiene dibujando algunos bocetos de su alter-ego, la Perdición del Invierno.

—¡Come hielo, gata embustera! —exclama entusiasmada.

En su dibujo porta una armadura de hielo que la hace ver como dos metros más alta, y se encuentra pisoteando a nada menos que Catra

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En su dibujo porta una armadura de hielo que la hace ver como dos metros más alta, y se encuentra pisoteando a nada menos que Catra. A su alrededor están Adora, Glimmer, Mermista y Perfuma, todas aplaudiendo su gran hazaña.

—Chicas... —murmura con pesadez, observando los bocetos de quienes pudieron haber sido sus amigas.

Entonces recuerda la invitación que recibió para reunirse con los rebeldes en Luna Brillante, misma que declinó. En su corazón desearía haber aceptado, pero en su mente sabe que tomó la decisión correcta.

Entrapta se unió a la Alianza de las Princesas, y como resultado perdió la vida en una misión de rescate, por no mencionar que Dryl fue rápidamente ocupado por el ejército hordiano; Perfuma se unió también, y aunque no sabe qué fue de ella, hace poco se enteró de que Plumeria sufrió el mismo destino. Si a eso le sumas que She-Ra fue capturada por el enemigo, aliarse con ellas parece un grave error.

—Aún así, espero que estén bien.

—¿Quiénes? —pregunta alguien a sus espaldas.

Frosta deja escapar un grito por la sorpresa, e inmediatamente oculta sus dibujos debajo de una pila de libros. Al voltearse para ver de quién se trata, se encuentra con dos de sus guardias, y a juzgar por la nieve que traen encima, deben ser los que custodian la entrada del castillo.

—¡Les he dicho muchas veces que no me interrumpan en mis horas de estudio! —les reclama enseguida, visiblemente avergonzada.

—Lamentamos mucho la interrupción —responde uno de ellos, quien sostiene un extraño artefacto entre sus manos —. Estábamos montando guardia cuando esta cosa aterrizó a nuestros pies, pensamos que querría verla.

Confundida, la princesa se levanta de su asiento para echarle un vistazo. A simple vista no es más que un disco de metal, con un paracaídas y un botón rojo que le resulta bastante sospechoso.

—¿Deberíamos... presionarlo? —pregunta el guardia que tiene enfrente.

Frosta evalúa cuidadosamente la situación, y decide que deben presionarlo, pero no allí. Es así como los tres abandonan el castillo, y caminan sobre la nieve hasta encontrarse a una distancia razonable.

—Ponlo en el suelo —ordena entonces la menor, señalando un punto en específico.

El guardia al que alude deposita el disco en el lugar indicado, y rápidamente regresa a su lado. A continuación, Frosta eleva ambas manos hacia el firmamento, y levanta un muro de hielo justo enfrente, separándolos del artefacto.

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