Entrando en calor

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Abrumadas por una mezcla convulsa de euforia y lasitud, las nuevas jerarcas de la Horda abandonan la sala del trono y avanzan por los pasillos del bastión, deseando poder dejarse caer sobre algo cómodo. En el camino, Adora se detiene al sufrir un pequeño escalofrío en el cuello, causado por una corriente de aire fresca proveniente de una ventana abierta.

—El tiempo sí que vuela... —murmura, contemplando esa oscuridad enigmática que solo la noche puede ofrecer —. De no ser por ti, probablemente nos habría dado la madrugada allí dentro.

—Nos complementamos —responde Catra, restregándose el ojo derecho por el cansancio —. Yo marco el ritmo que llevamos, y tú te encargas de apuntar hacia donde vamos; ah, y de los discursos, me rehúso rotundamente a volver a salir a ese balcón.

—Me parece que motivaste muy bien a las tropas.

—Adora... casi todo el discurso salió de tu recién adquirida elocuencia, todas las miradas estaban sobre ti.

—¿Crees que te opaqué?

—Por supuesto, esa enorme frente tuya llama mucho la atención.

Tras un breve silencio, ambas comparten una carcajada alegre y prosiguen con su camino; sin embargo, al llegar a un cruce entre dos nuevos pasadizos, Adora se detiene nuevamente al notar que su acompañante gira hacia la derecha.

—Catra, ¿a dónde vas? —cuestiona, arqueando la ceja en señal de confusión.

—¿A dormir? —responde la felina con sarcasmo —. ¿Acaso ya olvidaste en dónde están los dormitorios?

Adora sonríe vanidosamente al acercarse, tomando su mano para guiarle por el pasadizo izquierdo.

—Esos son los dormitorios de nuestras tropas —responde entonces —. Supremas gobernantes como nosotras requieren, como mínimo, de aposentos privados; ¿no lo crees?

—¿Privados?, ¿en qué momento preparaste una habitación para nosotras?

—Catra, cariño... ostentar el poder significa comandar voluntades con el mero uso de la palabra; simplemente ordené que se dispusiera una habitación para nosotras, y una habitación fue dispuesta para nosotras.

La felina voltea los ojos con exasperación mientras se deja llevar por el pasillo. Durante toda su vida ha sido tratada como una marginada que debe aprender a cuidar de sí misma, una simple lacaya cuyo único propósito es el de seguir órdenes... ahora que las tornas han cambiado, acostumbrarse a ejercer su propia autoridad tomará algo de tiempo. Su mente ofuscada consigue despejarse al momento de llegar ambas a su destino, dos enormes e imponentes puertas de metal en las que se ha grabado el símbolo de la Horda.

—No recuerdo haber visto esta habitación antes... —confiesa. De hecho, ni siquiera recuerda haberse aventurando nunca por ese pasadizo.

Mostrando una sonrisa solemne, Adora se encarga de abrir las puertas de par en par, para seguidamente inclinarse ante su amada en un gesto de cortesía.

—Ante usted, su majestad —expresa con satírica devoción —. Los aposentos reales. Todo ha sido dispuesto con el fin expreso de asegurar su comodidad.

Catra ahoga una risa infantil antes de cruzar por la puerta, y lo que ve dentro ciertamente le toma desprevenida. Aparte de ampliamente espaciosa, la habitación ostenta decoraciones cuya elegancia y pulcritud contrastan sobremanera con la estética general de la Zona del Terror.

—Adora... ¿de dónde sacaste todo esto? —cuestiona, paseando la mirada por cada rincón.

Sofás llamativos y esponjosos, muebles robustos hechos de una madera cuidadosamente barnizada, grandes ventanales que muestran el precioso mosaico de una rosaleda, numerosas estanterías abarrotadas de libros y, justo al fondo de la habitación, una vistosa cama matrimonial; todo cuanto ven sus ojos obedece religiosamente a una estética que armoniza con los diversos tonos que existen entre el rojo y el negro.

Dominio [Catradora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora