Preludio a la guerra

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Desde aquel aciago día en que se anunció la muerte de su hermano Micah, Castaspella no había vuelto a sentir una desesperanza tan grande como la que pesa ahora sobre sus hombros; aunque su trabajo como Hechicera Superior es usualmente agotador, la última semana ha resultado especialmente inclemente. Las defensas mágicas del reino han sido siempre protección suficiente, incluso cuando la guerra contra los hordianos alcanzó su punto más álgido, Mystacor permaneció a salvo; sin embargo, esa sensación de seguridad les ha vuelto peligrosamente dependientes de los espejos lunares.

—Me enfrento a una crisis sin precedentes... —murmura Castaspella para sus adentros, mientras avanza por un largo pasadizo adornado con estatuas de piedra.

No existe en Mystacor ningún protocolo de seguridad que contemple la posible pérdida de los espejos lunares, por lo que se ha visto obligada a improvisar, y lo ha hecho lo mejor que ha podido. Su prioridad en todo momento ha sido la restauración de los espejos, y ahora mismo se dirige al Lunarium para comprobar el estado en el que se encuentran.

—Por favor, denme buenas noticias —manifiesta en voz alta, llegando finalmente a su destino.

A pesar de que Adora redujo el salón a ruinas durante su escape, ya han podido retirar todos los escombros, y las reparaciones del techo se encuentran casi terminadas. Situados justo en el centro del Lunarium, un grupo de diez hechiceros veteranos yacen formados en círculo, ejecutando un complejo ritual mágico con el que lentamente están restaurando la integridad de los espejos.

Al reparar en la presencia de la recién llegada, uno de los hechiceros abandona el círculo para ir a recibirle. Se trata de un anciano sorprendentemente bien preservado para su edad, de contextura robusta y hombros anchos.

—Castaspella, buenas noticias es justamente lo que ofrecemos —responde, con una voz gruesa y áspera —. Mantener este ritual por tanto tiempo ha demostrado ser todo un desafío, pero creo que nos estamos acercando.

—Lamento haber delegado esta carga sobre ustedes...

—¡Tonterías! —exclama el anciano con jovialidad —. Podremos estar retirados, pero Mystacor sigue siendo nuestro hogar, y lo defenderemos hasta el final.

—Sí, por supuesto.

—Vamos, arriba esos ánimos. Si mantenemos el ritmo, estimo que la restauración habrá sido completada antes de que anochezca.

Son buenas noticias, realmente lo son, pero no lo suficientemente buenas como para elevar los ánimos de Castaspella; después de todo, los espejos no servirán de nada hasta que llegue el próximo eclipse lunar, y todavía faltan dos semanas para que eso ocurra.

—En ese caso, no robaré más de su tiempo —responde finalmente, inclinándose respetuosamente a manera de despedida.

Esta observa a su compañero corresponder el gesto y regresar al círculo, momento preciso en que consigue escuchar una voz familiar a su espalda.

—Ya he arreglado el radar de la zona oeste.

—Bow, encanto —responde Castaspella al voltearse, con su voz adquiriendo un tono más maternal —. Agradezco tu ayuda. Sin esos radares que trajiste, estaríamos completamente a ciegas.

—Es lo menos que puedo hacer... —expresa el joven arquero, sin poder ocultar la culpa que corroe su corazón —. Adora escapó porque dejé que me engañara.

Tras ese desafortunado incidente, Bow y Glimmer regresaron a Luna Brillante para notificar a la reina Ángela sobre lo sucedido, y solicitar su ayuda para defender a Mystacor de una posible invasión; desgraciadamente, temiendo que al ceder sus tropas su propio reino pudiese quedar vulnerable, Ángela a duras penas accedió a enviar a una docena de sus guardias, y solo con la condición de que Glimmer permaneciese en el castillo.

—Hey, ya hablamos sobre esto —manifiesta Castaspella, sacándole de sus pensamientos.

Comprensiva, la mayor da un paso al frente y reposa la mano sobre su hombro.

—Ni tú, ni Glimmer, ni siquiera Adora —agrega entonces —. Los únicos responsables de este problema son los hordianos.

—¡Hordianos! —exclama Bow de repente, retrocediendo con nerviosismo.

—Exacto, los hordianos.

—¡No!, ¡los hordianos están aquí! —aclara, con la mirada clavada en la tableta que sostiene entre sus manos.

Acercándose para ver la pantalla de cerca, Castaspella comprueba con pavor que uno de los radares ha detectado movimiento en la periferia del reino; concretamente, lo que parece ser un numeroso grupo de naves hordianas. Mientras tanto, a varios kilómetros de distancia, una sonrisa juguetona se dibuja en el rostro de Catra, pues su presa se encuentra ya a la vista, como un ratoncillo acorralado contra la pared.

—Finalmente —proclama, apreciando Mystacor desde la comodidad de su trono.

La felina se encuentra a bordo de la nave nodriza, imponente en tamaño y con una forma que recuerda vagamente a una pieza de ajedrez; más precisamente, a la parte superior del rey. Esta lidera a una flota compuesta por treinta y dos naves hordianas de menor tamaño, todas armadas y preparadas para el combate.

Acompañándole dentro de la sala de control se encuentran varios soldados, entre los que destacan Lonnie, Rogelio y Kyle, siendo este último a quien Catra voltea a ver desde su trono.

—Hey, tú —exclama en voz alta —. Tráeme a Shadow Weaver, ya estamos por llegar.

—¿Shadow Weaver?

Acongojado por su petición, Kyle se acerca lentamente mientras frota sus manos con nerviosismo.

—Ella... entró a su cabina y dijo que no quería ser molestada. Ya sabes cómo se pone cuando está de mal humor... —termina por agregar, sonriendo penosamente.

—No me digas... —responde la felina con sarcasmo.

Sobresaltado, Kyle deja escapar un chillido cuando Catra salta sorpresivamente fuera de su trono, y traga saliva al notar cómo esos feroces ojos heterocromáticos se clavan en su mirada.

—Dime algo, Kyle... ¿quién da las órdenes por aquí? —cuestiona la mayor, mostrando súbitamente sus afiladas garras.

—Ahm... ¿T-Tú?

—Exacto, yo —agrega la felina, deslizando maliciosamente sus garras por la mejilla de su subordinado —. ¿Y qué tienes que hacer cuando yo te de una orden?

—¡O-Obedecer!

En ese preciso instante, Catra abandona las sutilezas y le sujeta bruscamente del cuello, con la fuerza suficiente como para levantarle del suelo.

—¡Que no se te olvide!, ¡la próxima vez que te de una orden, espero que obedezcas! —amenaza con fiereza, para seguidamente soltarle y hacerle a un lado —. Es a mí a quién deberías temer enfadar, no a esa anciana.

Habiendo dejado al chico con las piernas temblorosas, Catra retrae sus garras y se dirige hacia la puerta, envuelta por un aura lo suficientemente intimidante como para que todos se aparten instintivamente de su camino.

—Terminen con los preparativos —ordena, justo antes de salir de la sala de control —. Yo misma traeré a Shadow Weaver. 

Dominio [Catradora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora