Artus Argentum

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Martes 27 de octubre de 1992.

Suroeste de Inglaterra.

Mansión Lestrange.

Lord Voldemort sostenía su varita en un fuerte agarre, no el dobles convencional y casi fino con el que solía portarla, no, simplemente ello no le era conveniente en esos instantes, no cuando ponía todo de sí en lo que tenía al frente; una esfera negra que levitaba justo delante suya, una que tenía varias runas plasmadas en azul brillante en ella, runas semejantes a las del suelo, que trazaban un círculo, pero esas destacaban en su color rojo sangre.

- vires in sanguine - Pronunció el señor oscuro mientras todas las runas de la esfera desaparecían. Ahora las mismas volaban por la habitación, alrededor de Voldemort, las mismas, siguiendo todas ahora una fila frente al mago tenebroso, se impregnaron, una por una, en el pecho del poderoso mago. - Offero sanguinem meum - Volvió a decir, con una voz distorsionada en esta ocasión, antes de clavarse su propia varita en el torso, donde cada runa había sido colocada.

- hoc est offer, Deus inferni - Finalizó diciendo Voldemort mientras, a paso tambaleante, se movía y agachaba, dejando caer la sangre que salía de su pecho hasta la esfera, provocando que esta brillara en una potente luz verde, inundando todo el cuarto, antes de desaparecer la propia esfera. Y, de eso modo, el señor tenebroso quedó completamente solo en una vacía habitación, con su mano sosteniendo su pecho, cerrando mágicamente su herida.

- Ese es el cuarto, solamente faltan tres - Murmuró en voz baja y fría Voldemort. - solamente 3, sí, muy pronto... todo mi poder estará de regreso - Dijo mientras, ya a paso firme, salía del cuarto, dirigiéndose al comedor; debía hablar con sus seguidores seriamente.

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- Mi señor - Saludó Bellatrix a Voldemort cuando tomó asiento, justo al lado derecho del señor Oscuro, estando Jade al otro lado. La respuesta del mago fue un seco asentimiento, uno sin voltear la cabeza, siendo que veía como cada uno de sus seguidores, los del círculo íntimo, se sentaban en la gran mesa del comedor.

- Bien, veo que ya todos estamos aquí - Dijo Voldemort con una voz extremadamente fría a sus vasallos, mismo que, ante tal mala muestra inicial de su señor, se estremecieron en sus sillas, temiendo lo peor.

- Los he citado aquí para, digamos, proveerles información, respecto a su muy mediocre desempeño hasta la fecha - Empezó el mago, poniéndose de pie, con una mirada dura en sus rojizos ojos.

- Mi señor, nos-so-so-tros, hechos hecho todo lo que hemos podido, los fracasos no estaban en nuestras manos - Tartamudeó Gibbon a su amo en busca de clemencia. - ¡Crucio! - Fue su única respuesta.

- ¡¿Cómo que no estaba en sus manos?! - Espetó el señor tenebroso dando un fuerte golpe a la mesa, haciendo a todos dar un respingo alarmados, a la par de enojados por la estupidez de su compañero; nunca nadie debía interrumpir al señor oscuro cuando hablaba.

- ¡¿Me están diciendo que se han vuelto tan débiles como para perder contra críos, pero esa debilidad no estaba en sus manos?! - El tono del seños tenebroso se volvía cada vez más fuerte, dejando que parte de su magia, poderosa por derecho propio, se filtrara por el cuarto, dando un aura endemoniadamente sofocante.

- Mi señor.. ellos.. él.. eran.. demasiado poderosos - Dijo como pudo Gibbon regresando, a poca cuesta, a su silla, pareciendo que en cualquier momento caería al suelo.

Todos los mortífagos miraban a su amo, entre asustados, y confundidos, algunos con preguntas y reclamos en su cabeza, pero que no se atreverían nunca a expresar por miedo a su señor.

- Sí - Susurró, solo siendo escuchado por el sepulcral silencio en la habitación. - conozco esa mirada, reconozco ese patrón de pensamiento - Dijo mientras, saliendo de su lugar en la mesa, caminaba alrededor de las sillas de cada seguido que lo veía detenidamente, como si tuvieran miedo de siquiera parpadear en su presencia.

Harry Potter: La luz que muereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora