El castigo de Astoria

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Jueves 11 de febrero de 1993.

Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

Sala de los menesteres.

Astoria empezaba a perder su, ya de por sí poca por naturaleza, paciencia. Luna Lovegood era una duelista, para su sorpresa, sumamente competente en todo tipo de magia defensiva, pero ese no era el problema; el problema era que ella, Greengrass Astoria, era completamente incapaz de seguirle el ritmo en cualquier sentido. Ese hecho la enfurecía, simplemente no podía ser posible.... Así no funcionaban las cosas; ambas eran sangre pura, sí, pero de estirpe diferente, ella era la heredera segunda de una familia, incluso con la actual deshonra de sus padres, sumamente reconocida, y esa niña, la predilecta del mago tenebroso de la actualidad por algún motivo, era simplemente una nacida de una casta menor, una familia sin importancia.

- Reducto – El hechizo voló, tintineando con ira, desde la varita de Astoria en dirección a Luna quien, en un ágil movimiento, hizo alzar un azulejo del suelo para defenderse. La pieza se volvió polvo, pero antes de caer la última mata de polvo, un hechizo rojizo ya volaba desde donde antes estaba la pieza, sacando a volar la varita de Astoria. Seguido de eso la misma bruja perdió el equilibrio y cayó al suelo; sus zapatos, que no tenían cordones, de alguna manera habían adquirido un par, amarrándose entre sí, dejándola caer cuando quiso recoger su varita. Eso último habría sido trampa en realidad, siendo que ya había perdido el duelo y ella seguía queriendo atacar.

- ¡Estúpida mocosa!, ¡¿Cómo alguien de una familia tan insignificante se ha vuelto tan poderosa?! – Gruñó Astoria mientras Luna deshacía su hechizo. La rubia bruja retrocedió ligeramente ante la reacción de Astoria, y, antes de poder decir algo, la puerta se abrió. Astoria, aterrada, abrió los ojos cuando una figura oscura se apareció en frente de ella a una velocidad simplemente anormal, no era aparición, parecía que simplemente se había movido de forma sobrenatural; era Harry James Potter, el señor oscuro , quien los había dejado a todos en la sala para que practicaran ellos, eso mientras él iba a dejar unos papeles a Dumbledore. El resto de alumnos de la clase veían esto asustados.

- A mi oficina, ahora – La voz fúnebre del chico salió de sus labios, tan fría como para congelar a Astoria con tan solo palabras. La bruja sentía como si su sangre hubiera dejado de fluir, y ahí, paralizada en frente del mago tenebroso, solamente logró recuperar la movilidad antes las siguientes palabras del brujo. – Ahora –

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Aula de defensa contra las artes oscuras.

Astoria, una vez llegando a la puerta del aula, sintió como una fuerza invisible la lanzaba hacía dentro, tan fuerte que salió volando violentamente, arrastrándose por el suelo, rodando, y chocando con el escritorio.

- Saca tu varita, Astoria – Las palabras resonaron en los oídos de la derribada bruja. El miedo recorría cada vaso sanguíneo de la hechicera, los mismos vasos estaban más repletos de sangre que usualmente; siendo que el ritmo cardiaca acelerado, producto del miedo encarnado, bombeaba más sangre de la usual por su torrente sanguíneo. – Harry.... – La bruja fue acallada de decir cualquier palabra cuando, mágicamente, fue obligada a ponerse de pie. Él ni siquiera se había movido mínimamente, parecía que la magia sin varita podía ser utilizada por él, de una manera tan perfecta, de modo que no requería mover las manos.

- Arrogante, pretenciosa e incompetente – Pronunció Harry mientras sacaba, de un movimiento suave de su mano izquierda hacia su largo saco, su varita, pero no la que empleaba usualmente, de ello se dio cuenta Astoria; era un tanto más larga, algo delgada, y parecía tener tallas, que se asemejan a racimos de bayas de saúco, corriendo por su alargada longitud – poco habilidosa, pero con un ego del tamaño de Europa – La varita de Harry pareció cortar el aire, lanzando de manera horizontal un flash de luz rojizo, el mismo, en un movimiento meramente reaccionario, fue cubierto por un encantamiento protector de Astoria, quien, a pesar de haberlo bloqueado, se tambaleó de espaldas por la fuerza del hechizo, cayendo al suelo de nueva cuenta y quedando sentada.

Harry Potter: La luz que muereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora