Mi señor, mi dueño... mi amo

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Sábado 31 de octubre de 1992.

Noroeste de Inglaterra.

Casa de Harry Potter.

- Saca la varita – Harry escuchó decir a su prometida de manera tenue, casi pareciendo un susurro en el viendo del desierto, por poco inaudible, pero cuya fuerza no desaparecía de su voz, quizás ayudaba el hecho de que estuviera apuntando la varita a la yugular del chico cuando hablaba.

- Bueno, querida, no tengo problema con eso; ya estamos en la habitación, ¿Pero no es muy temprano para eso? – Cuestionó Harry de forma calmada, aunque, por supuesto, la chica no apreció para nada la broma, presionando más la varita en contra del cuello del mago tenebroso.

Harry, por su parte, miraba fijamente los ojos de su prometida; fríos, dolidos, lagrimoso. La varita de Daphne no se movía, al igual que no lo hacían los ojos de ninguno de los dos perversos hechiceros, pero lo que sí tuvo un peculiar cambio fue la varita de Daphne; empezando a brillar en un color rojo en su punta. A Harry no le tomó ni un segundo en reconocer que hechizo, o más bien, que maldición, Daphne estaba amenazando con conjurar.

Aquel conocimiento no lo amedrentó en lo más mínimo; él ya conocía muy bien la maldición, y era perfectamente consciente de que no recibiría ningún daño; era simplemente inconcebible que ese hechizo lanzado por ella le afectara realmente, de igual forma que sería a la inversa, así funcionaban esas maldiciones.

La ira justa no dañaría a quien no tienes verdadera intención de herir.

- No hay necesidad de eso, querida – Harry levantó su mano ligeramente, tomando la de Daphne, y deslizando suavemente la varita por los dedos de la bruja, sacándola de sus manos. – No hay motivos para tener conflictos en nuestra habitación –

Daphne se quedó paralizada cuando su varita fue sacada de sus manos. No había puesto resistencia alguna, simplemente no podía; aun con todo lo ocurrido, simplemente no podía llevarle la contraria, le era imposible, inaudito. Así que ahí estaba ella, viendo como su prometido sostenía su varita con sus manos, era un agarre fino y sin presiones, mismo que se sostenía cuando el mago empezó a caminar hasta el taburete y, al llegar al frente del mismo, metió la mano a su verde y largo abrigo, sacado del mismo 3 objetos; sus tres varitas, la comprada ilegalmente en Borgin and Burkes, (madera de acacia, núcleo de pluma de fénix, rígida y de 29 cm de largo), la varita que consiguió en Ollivander, (madera de álamo temblón, núcleo de cuerno de basilisco, rígida y de 31 cm de largo), y, por último, la legendaria varita de saúco, robada de manos de Albus Dumbledore, (madera de saúco, núcleo de pelo de cola de Thestral, y con una longitud de 34.5 cm de largo).

Harry a continuación, y con las 4 varitas el sus manos, procedió a dar un último paso para agacharse un poco, dejando las 4 varitas en el mueble de madera. Daphne no sabía cómo reaccionar, pero no es que tuviera tiempo para hacerlo de todos modos, siendo que, con un solo movimiento de la mano de Harry, ella terminó sentada en la cama, donde, un segundo después, Harry se acomodó a su lado, tomando con delicadeza su mano.

- ¿Cómo te has lastimado? – Cuestionó suavemente el brujo al notar las marcas en la mano de la bruja, mismas que se provocaron cuando ella había golpeado la celda de Grindelwald.

- Nada importante – Murmuró Daphne por lo bajo.

Harry se quedó callado instantáneamente al escuchar a la chica, luego simplemente colocó la mano de su prometida entre las suyas, pasando lentamente su mano todavía orgánica por encima de la de ella, ligeros roces con la mano que era especialmente cálidos, calor que aumentó ligeramente cuando la palma empezó a brillar en color azulado, "magia curativa". Se dio cuenta Daphne.

Harry Potter: La luz que muereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora