Esposa trofeo

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Sábado 31 de octubre de 1992.

Noroeste de Inglaterra.

Casa de Harry Potter.

Daphne se encontraba realmente en pánico, el conjunto de libros era un desafío mayor al esperado, siendo que, en realidad, no había logrado nada más que decodificar algunas letras al azar. Aunque, inclusive ese pequeño progreso, le era insignificante; teniendo que corregir varias de estas cada pocas horas, siendo que eran traducciones erróneas.

- Realmente eres una inútil – La sangre de Daphne se heló completamente al reconocer la voz detrás de sí, una voz que, usualmente, sonaba cálida, alegre y comprensiva, pero que, en esta oportunidad, era todo lo contrario, fría, despectiva y de reproche; la voz de Harry James Potter.

- Yo... - Intentó decir Daphne. - ¿tú qué? – Repuso Harry mirándola gélidamente. – yo.. he... echo... todo lo posible... Harry... - Tartamudeó la temblorosa chica ante su prometido. – Pues claramente no has hecho lo suficiente, Greengrass, muy poco avance para todos los problemas que me has causado hasta el momento – Fue la cortante respuesta del poderoso mago tenebroso.

Daphne sintió su cara calentarse, a la vez que, curiosamente, sentía que se mojada; lagrimas, eso era lo que empezó a escurrir de sus ojos, finos hilos transparentes de un doloroso líquido simbólico de la más profunda de las tristezas. Ella ya había recibido palabras así antes de otra persona.

De Alexander Greengrass.

Ella no se esperaba un comportamiento así de su prometido, pero, a la vez, no podía contrariarlo; la pérdida del brazo fue su culpa, merecía aquellas palabras, todo por su vanidad e imprudencia al actuar, una que parecía finalmente haberse cobrado la simpatía de su amado prometido. Ahora solo faltaba esperar al castigo, sí, seguramente habría uno, él no era el mago más peligroso en siglos por nada, y sus sospechas solo se confirmaban cuando él alzaba la varita.

- ¡Crucio! –

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Daphne se despertó abruptamente y con un brinco, su pecho subía y bajaba rápidamente en señal de una respiración irregular, su pelo se veía descuidado y enmarañado, (contrario a lo bien arreglada que siempre era la muchacha), ojeras prominentes de color negruzco enmarcaban sus ojos, mismo que despedían una cantidad considerable de lágrimas que parecían brillar por el sol que entraba por la ventana.

La bruja intentó calmar su pecho al controlar la respiración, una inhalación, una exhalación, dos, tres, cuatro, y finalmente las lágrimas habían cesado, trayendo de vuelta a la chica la vista, antes nublada por sus ojos empañados, vista que, al voltearse, le permitió percatarse de un hecho que la veía aquejando desde hace días.

Su prometido no se encontraba en su lado de la cama.

La bruja simplemente gimoteó ligeramente al darse cuenta de eso, ya habían pasado días y él seguía sin verla fuera de Hogwarts, cuando, de vez en cuando, coincidían en los pasillos. La cama, desacomodada de su lado por el repentino despertar, el de él, bueno, parecía inamovible, no había rastro de que alguien estuviera ahí en un tiempo, ni siquiera parecía que su propio despertar alterara a la sabana; se veía completamente lisa, como si hubiera sido planchada hasta la última arruga.

Daphne agachó la cabeza en pena mientras se levantaba con desgana, simplemente sin ganas reales de hacerlo, no es como que tuviera que hacer algo ese día; era fin de semana, no tenía horarios escolares por aplicar.

Su pechó se sintió oprimido al recordar el día; él ni siquiera tendría nada que hacer hasta la noche, cuando fueran las reuniones de su grupo particular, pero aun con ello no había despertado a su lado, no como antes lo hacía todas las mañanas, saludando con aquella tintineante sonrisa.

Harry Potter: La luz que muereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora