CONTINUACIÓN DEL CAPÍTULO XVIII

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[Tiempo restante: ¡3 minutos!]


Comenzó a darse cuenta de las cosas que lo rodeaban por medio de pequeños lapsos de claridad que acudían a su mente vagamente.


Lo primero que distinguió fue la expresión ligeramente sorprendida y divertida en la cara de Mobei Jun y era solo porque había pasado tanto tiempo con él durante su vida pasada que fue capaz de percibir algo como eso en sus apáticas facciones.


Lo siguiente que notó fue que –en algún momento– Shang Qinghua había recuperado la consciencia y lo miraba fijamente. La confusión y el miedo eran legibles en su rostro.


Y finalmente, Shen Qingqiu.


Su Maestro estaba de pie aunque su postura era débil y parecía que iba a colapsar en cualquier momento.


El inmortal había utilizado a Xiu Ya para cortar las partes sobresalientes de las lanzas heladas si bien el resto del hielo demoníaco aún permanecía dentro de él. La única razón por la que el hielo no se había derretido aún completamente se debía a que las espinas de hielo estaban impregnadas de energía demoníaca.


Sin embargo las túnicas de su Shizun ahora se encontraban manchadas de sangre y agua.


Xiu Ya también le estaba apuntando directamente.


Luo Binghe no era tonto (aunque, si le preguntas, te diría que eso era algo debatible).


Sabía que justo ahora su sello demoníaco brillaba de forma intensa sobre su pálida frente.


De alguna manera, su sello se había roto.


El erudito lo miraba fijamente mientras luchaba fieramente por que las emociones que sentía en ese momento en su interior pudieran ser mostradas a través de sus ojos o la expresión de su cara.


Luo Binghe sabía que el disgusto y la ira se encontraban entre ellas y –pese a ello– cuando el Señor de Pico miró la inconfundible marca de demonio celestial sobre la frente de su discípulo no pudo evitar sentirse enormemente sorprendido al descubrir que había sido traicionado.


Había jurado que jamás volvería a permitir que alguien volviera a traicionarlo.


Y ahora, mírenlo.


De alguna manera, la presencia del demonio de hielo en el desfiladero era su culpa –el cuál, por cierto, había usado convenientemente ese preciso momento para escapar–.


El niño –no, la bestia– había sido muy inteligente.


Y aún así... no podía odiarlo.


Quería hacerlo. Sabía que como el cultivador virtuoso que era debía hacerlo. Después de todo, siempre había sentido odio hacia los demonios.

EL SISTEMA DEL ORGULLOSO DEMONIO INMORTALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora