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Han pasado dos semanas desde que estoy en lo que ahora se que se llama "Niebla", y es que el nombre es perfecto para el lugar, cada mañana una ligera sábana nebulosa cubre por completo el verde paisaje disipándose cuando llega la mitad del día y los rayos del sol luchan caprichosos por mostrarse, jamás lo logran, suspiro sabiendo que al igual que el sol jamás traspasará las densas nubes, yo tampoco saldré nunca de este lugar.

Vuelvo a esconder mis descalzos pies debajo del gigantesco sweater que traigo por abrigo, me encuentro sentada abrazada a mis piernas en el sofá frente a la ventana que da a uno de los jardines, todo es altos pinos en el frío horizonte, recargó mi cabeza en el respaldo para ponerme más cómoda y ver el cielo gris.

Por fortuna hace tres días que Marcél no se encuentra en "Niebla", así no tengo que soportar sus miradas lascivias y los recurrentes roces de las yemas de sus dedos sobre mi brazo cuando nos sentamos a la mesa, es todo tan repulsivo.

Y como cada mañana nos encontramos todas en uno de los salones de la inmensa mansión, ellas le llaman "el salón del té", en un sentido sarcástico, es una habitación tan grande como la sala de estar pero con un acabado barroco, a Marcél le gusta que pasemos tiempo juntas, dice que sirve para que estrechemos lazos familiares, es absurdo puesto que es palpable que ninguna de ellas se soportan a excepción de Karla y Romina que conversan todo el tiempo.

—Ponte allí —escucho la voz de Mar al darle una orden a uno de sus escoltas. Señala hacia la ventana donde tengo puesta mi vista.

Aunque parezca absurdo, nuestros escoltas asignados nos siguen a todas partes y en la "sala de té" pareciera que se encuentran más alertas a la espera que ninguna de las chicas termine arrancándose los cabellos.

—Te he dado una orden —insiste al ver que su escolta no se mueve de su lugar— ¡Ash! —camina hacia el sujeto, lo toma del brazo y lo hace caminar hacia donde le indicó— Te quedas allí —el escolta vuelve hacia donde anteriormente se encontraba mostrándose inexpresivo— ¡Te estoy ordenando que te vayas a la ventana! —grita molesta.

—Deja al pobre hombre en paz —interviene Sara sin ver hacia Mar, sólo centrada en el barniz rojo y las uñas de sus pies.

—No te metas, zorra.

Es obvio que terminarán discutiendo como siempre sucede, es indudable que de todas son ellas las que no se pueden ver ni en pintura.

Sara levanta la cara para ver hacia Mar y ella se planta con los brazos cruzados en forma retadora, deja su cuaderno de bocetos en el sofá que tiene cercano.

—Marcél no está así que no me detendré a amenazarte, ¡voy a romperte la cara! —grita Mar.

—Mira, estúpida, me haría muy feliz si Marcél ve como tocas a otro hombre, porque es seguro que te mataría a golpes pero el pobre idiota este —señala hacia el guardia—, no tiene la culpa de tus niñerías como para terminar con una bala en la cabeza.

—Basta ambas —interviene Karla con voz pausada dejando sola a Romina para caminar hacia ellas.

—Detesto cambiar pañales —esta vez habla Greta otra de las chicas mayores dejando su libro sobre la butaca donde se encontraba sentada—. Karla, dejemos que estas idiotas se saquen los ojos —habla con fastidio.

—"Claro, nos haría muy bien pasar unos días en el maravilloso cuarto de juegos de Marcél" —hay sarcasmo en las palabras de Karla—. No lo hago por ellas, lo hago porque estoy cansada de terminar como Santo Cristo cada vez que estas bobas se enfrentan. Háganos un favor y la próxima vez que quieran pelearse, que sea cuando no estemos presentes.

Sara y Mar sólo se ven con odio, pero parecen entender lo que Karla les ha pedido, ambas se alejan y retoman lo que se encontraban haciendo, al igual que Karla y Greta.

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