23 - Enfermedad

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ATHENA HABÍA permanecido en casa durante tres días, sin querer irse por si alguien aparecía en su puerta. Miró películas, garabateó ideas aleatorias en diarios, leyó y anotó toda su pila de libros nuevos que se habían entregado al comienzo de la semana y habló con algunas personas por teléfono. Cada vez que sonaba el teléfono, su corazón saltaba y luego caía, una vez que descubrió que él no había sido la persona del otro lado. Entonces, cuando sonó el teléfono mientras alimentaba a Benji y escuchaba música, cruzó corriendo la habitación y tomó su teléfono completamente cargado, respondiendo sin siquiera mirar. –¿Hola?

Athena–. Ella frunció el ceño cuando la ola de decepción relajó la tensión en sus hombros. Dormir sonaba bien ahora mismo. Pronto captó la preocupación que se tejía en su voz, incrustándose profundamente como si algo anduviera muy mal.

–¿Jake? ¿Qué está pasando?– preguntó frenéticamente tratando de escuchar el ruido de fondo. Bueno, él no estaba en un hospital, así que eso es bueno.

Papá–, hizo una pausa. –Él uh– Jake hizo una pausa de nuevo cuando una gran tos ferina hizo eco en el teléfono. Sonaba tan horrible y doloroso que Athena retrocedió, sintiendo tanta simpatía por Billy.

–Eso es una tos y media–, hizo una mueca, ahora entendiendo completamente por qué Jake había estado tan preocupado. Athena luchó por recordar la última vez que Billy se había enfermado. Habían enviado cartas muy a menudo, ella las enviaba a su casa y él las enviaba a la dirección que estaba en la parte inferior de la última y ajustaba la esperanza de que ella la recibiera. Ni una sola vez, en alrededor de cien cartas, había mencionado una enfermedad. No es que Billy se quejaría tanto de algo así. Se preguntó si era algo debido a que él ya no estaba en fase.

Lo sé–. Jake suspiró arrastrando los pies como si se pasara una mano por el pelo.

Se tensó, no queriendo hacer la misma pregunta que se le vino a la cabeza en ese momento. Pero ella disipó cualquier pensamiento negativo y lo reemplazó con esperanza. –¿Es malo?– preguntó en voz baja, las palabras saliendo tensas.

Suspiró profundamente y abrió un grifo, lavando un vaso. –No lo sé. Se niega a ir al médico.

Miró el reloj y vio que faltaban unas horas para que anocheciera. A Athena no le apetecía correr por el bosque de noche, dado que sería más difícil ver a los atacantes. Victoria seguía regresando, como una mancha que marcaba para siempre la cara de un mortal. Siempre y cuando volviera en tres o cuatro horas. Eso es todo. La salud de Billy era importante y ella necesitaba estar ahí para él, dejarle una nota a Jasper por si acaso sería suficiente. ¿Seguramente? –Estaré allí en tres minutos–, respondió ella, manteniendo la voz ligera a pesar del temor que se acumulaba en su interior. No quería verlo enfermo, le dolía lo suficiente ver las arrugas en el rabillo de sus ojos que crecían mientras sonreía. Odiaba que un día él se fuera para siempre y no había nada que pudiera hacer para detenerlo. Su enfermedad fue solo el comienzo de un ciclo que ella había temido desde que la noticia de que él ya no estaba en fase se escribió en una carta. Lo había decidido el día después de conocer a la madre de Jacob, una mortal en la que casualmente se imprimió. Colgó el teléfono y tomó el papel más cercano, garabateando una nota que dejó en el mostrador de la cocina, por si acaso.

Corrió directamente allí, sin siquiera detenerse cuando se encontró con algunos lobos con los que normalmente se detendría para charlar. Jake abrió la puerta mientras ella caminaba hacia la casa, teniendo que aminorar el paso debido a un latido irreconocible en la distancia, y con una sonrisa tranquilizadora para él, se dirigió a la habitación de Billy. –¿Qué te ha pasado?– preguntó en voz baja mientras se sentaba en el borde de la cama, mirando por encima del débil y pálido caparazón de su mejor amiga.

Él sonrió débilmente cuando su voz llegó a sus oídos, sintiéndose algo tranquilo por dentro. –La inmunidad del lobo no dura para siempre. Se va después de un tiempo sin desaparecer. Cada enfermedad–, habló lentamente y sin aliento, haciendo una pausa para dejar salir otra tos (que hizo que Jake se estremeciera). –Alguna vez he luchado contra el regreso para perseguirme–, suspiró, ya había terminado con la enfermedad que había experimentado sólo durante dos días. –¿Jake te llamó?

–Lo hizo. Está realmente preocupado–, suspiró, escuchándolo tamborilear con el dedo sobre la mesa de madera. ¿Por qué no decirle?

–Solo en caso de que se dé la vuelta–, respondió lentamente, con un rasguño en la voz. Tenía mucho sentido. No quería que Jake se preocupara por pasar por lo mismo si terminaba convirtiéndose, su cumpleaños también se acercaba pronto. Billy pensó que decírselo solo agregaría aún más estrés al proceso de conversión y no quería que su hijo sufriera las cosas que él podría evitar. Así que Athena accedió a guardar silencio.

Pasaron unos veinte minutos con una charla suave, principalmente de ella, ya que le dolía hablar demasiado. Durante ese tiempo, Athena de alguna manera se las había arreglado para acostarse en el suelo junto a su cama, mientras buscaba patrones en el techo. Algunas de las manchas le parecían constelaciones, pero Billy pensó que estaba loca. –¿Sabes lo qué extraño?–, murmuró, rompiendo un silencio creado que se produjo cuando Jake abrió la puerta principal.

–¿Mh?– ella tarareó, medio escuchando la conversación que Jake estaba teniendo con uno de sus amigos. No era que fuera entrometida, acababa de escuchar algo bastante preocupante para empezar y quería registrarse. La conversación fluyó rápidamente entre los dos adolescentes, girando en torno al tema de Sam y su 'manada'.

–La vieja tú–, respondió y la atención de Atenea quedó completamente atrapada. Ella se sentó y se volvió hacia él, envolviendo sus brazos alrededor de sus piernas.

–¿La vieja yo?– ella repitió con una ceja levantada de desconcierto.

–Cuando hablas correctamente y usas palabras como 'magnífico' para describir las cosas más pequeñas–, hizo una pausa, sonriendo suavemente ante los muchos recuerdos que inundaron su cerebro. –Y el acento, casi ha desaparecido ahora.

Ella se rió suavemente. –Puedo presentar ese ser encantador en cualquier momento, por favor–, dijo con un fuerte acento británico, trayendo de vuelta la forma en que solía hablar en un instante: era la memoria muscular. Se rió de lo absurdo que sonaba para sus oídos modernizados y prometió no volver a hablar así nunca más, a menos que hiciera un viaje de regreso a Inglaterra. Pero Billy sonrió por lo familiar que sonaba, la voz se convirtió en algo que lo llevó directamente al comienzo de su vida. Dejó caer el acento y continuó con un tono más serio, –Tuve que cambiar a Billy, lo sabes.

–Sé que lo hiciste, no puedo evitar extrañarlo cuando éramos más jóvenes–, respondió con la misma sonrisa, una que le destrozó el corazón. Sonaba demasiado a reminiscencias del pasado. Como si no hubieran estado corriendo juntos por el bosque ayer. A veces se sentía así, especialmente en los días más solitarios de su existencia.

–¿Qué estás tratando de evitar que mate a todos?–, se rió entre dientes, tratando de no ser demasiado fuerte para molestar a Jake (quien se había desmayado rápidamente en el sofá mientras miraba un documental en la televisión).

–Y los paseos por el bosque en la noche–, agregó, sólo aumentando la sonrisa que creció en su rostro.

–Fueron divertidos–, recordó, recostándose en el suelo de madera. –¡Oh! Recuerda cuando mis ojos finalmente se volvieron completamente dorados, así que salimos a celebrar y te emborrachaste–, se rió, recordando cada desordenado segundo de esa noche en un instante. Había sido tan eventual que Billy durmió durante al menos dieciséis horas después de recibir una reprimenda demasiado dramática de su madre. Oh, cómo la extrañaba.

Billy permaneció en silencio, tratando de estrujarse el cerebro por el recuerdo del que ella hablaba con tanto cariño. –No–, respondió simplemente con el ceño fruncido. Athena estalló en una carcajada que le dolió el estómago, despertando a Jake en un instante pero no pudo evitarlo. Ella se rió tan fuerte que Jake comenzó a reírse torpemente de la situación que claramente la divertía a ella ya su papá hasta el punto de una risa dolorosa para ambos. Se olvidó momentáneamente de todo el drama que estaba sucediendo en el mundo de los vampiros y solo se rió con su vieja amiga, apreciando su existencia un poco más que antes.

WRITER IN THE DARK • JASPER HALE - TRADUCCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora