Athena disfrutó viendo los placeres más pequeños, hasta un simple escarabajo en la tierra. Después de todo, después de unos buenos años de vida, no podía dejar de notar las cosas más pequeñas. Las grandes cosas ya no tenían el mismo efecto. Ella sim...
DESPUÉS DE que finalmente pudieron alejarse del abrazo, los dos regresaron a la casa junto con todos los demás. Permanecieron cerca el uno del otro todo el tiempo, su brazo sobre su hombro mientras hablaban entre risas. Más tarde, una vez que llegaron a la casa, los dos se acurrucaron juntos en el sofá frente al fuego. Hablaron durante horas, horas y horas hasta que Athena finalmente sucumbió a un ligero sueño meditativo mientras yacía sobre su pecho. Él sonrió ante lo cómoda que parecía, lo segura a pesar de todo.
–Dame tu teléfono–, Luna, que acababa de entrar en la habitación en busca de Athena, susurró tan bajo que no arruinó su estado de calma.
Jasper levantó una ceja, apartando la mirada de Athena por un segundo, –¿Por qué?
–Solo hazlo por el amor de Dios– Luna suspiró. Él le dio el teléfono después de un poco de aprensión y luego, una vez que se dio cuenta de su plan, enterró su rostro parcialmente en el cabello de Athena, escondiendo la mitad. Lo retiró y sonrió ante la imagen reflejada en él, una captura de paz absoluta por una vez. –De nada, continuó Luna con una sonrisa de suficiencia, alejándose de nuevo.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Por la mañana, después de una divertida sesión de cacería con Jasper, Luna y Alice, Athena decidió dirigirse a Billy para tener una charla muy necesaria más allá de la que tuvieron por teléfono momentos después de la batalla. Tenía algunas cosas que mencionar, ciertos contratiempos en el tiempo y quería desesperadamente llegar al fondo de un presentimiento que había sentido durante días pero que nunca había tenido la oportunidad de concentrarse por más de unos minutos.
Dio un paseo por el bosque, tocando música y deteniéndose en diferentes plantas que brotaban de debajo de la nieve en el camino. Todos los signos de una vida pacífica, lejos de la agitación de la batalla y las cosas peligrosas. Se sentía bien volver a estar tan despreocupada, capaz de experimentar el mundo y todas sus bellezas durante unos minutos a lo largo de la caminata. Se detuvo una vez más en la fuente de agua, el río que fluía y que ahora estaba congelado y cubierto de nieve. Lo probó con el pie una vez, comprobando que no se agrietaría bajo su peso antes de caminar sobre él, deslizándose por la superficie helada sin tanta gracia como solía hacerlo.
–Acabas de perder a Jake–, anunció Billy después de que ella había cruzado la puerta, quitándose las botas cubiertas de nieve en la entrada.
–Lo sé, lo planeé de esa manera–, se rió en voz baja, apagando la música antes de quitarse los auriculares. –Tienes muy poco tiempo a solas con él, no quería imponerte–, continuó mientras resoplaban, aliviada de que los Volturi no la hubieran tomado y se apoderaran de la mayoría de sus pensamientos. –De todos modos, tengo muchos huesos para recoger contigo.
Él suspiró, sabiendo muy bien de qué estaba hablando, –Seth lo sugirió.
Ella lo siguió a la sala de estar, deteniéndose en la puerta mientras trataba de averiguar por qué lo que estaba pasando por su mente en ese momento. –¡Es un adolescente! ¡No puedes hacer eso!– medio exclamó, tratando desesperadamente de evitar que su voz mostrara la ligera ira dentro de ella.
–¡No lo hice! Él lo sugirió, nunca acepté–, respondió como si hubiera sabido que la discusión se avecinaba y la había estado planeando desde que Seth lo sugirió.
Ella levantó una ceja, –Dijo que te prometió...
–Eso es mentira–, respondió rápidamente, preguntándose por qué el lobo había mentido. –Le dije que no lo hiciera. Dije que podías manejarlo tú mismo.
–Muy bien–, murmuró, tratando de averiguar qué lo había hecho elegir un riesgo tan grande en su vida.
–¿Otro hueso?– preguntó Billy mientras se acomodaba frente al televisor, sin encenderlo.
–No es tanto como un hueso– se encogió de hombros, caminando más adentro de la habitación. –Pero gracias por lo que le dijiste a Call–, continuó, acomodándose a su lado.
Se volvió, con una ceja levantada, –¿Él te lo dijo?
–No en detalle, pero lo usé como una excusa mientras buscaba una disculpa–, suspiró profundamente, recordando cada emoción de esa discusión y cómo se lo contaría a Jasper más tarde. Sabía exactamente cómo sería, no muy bien.
Frunció el ceño, la ira hacia él crecía, –¿Cuándo fue esto?
–Hace cuatro días, más o menos–, hizo una pausa, preguntándose por qué se sentía como hace tanto tiempo. –Él vino a mi casa pero simplemente lo despidió.
Billy asintió, planeando darle a Embry otra parte de su mente más tarde. Él encerró el pensamiento en su mente, para que ella no lo escuchara y descubriera sus planes. –¿Algo más?
Ella lo miró, la pregunta prácticamente escrita en su frente, mientras susurraba, –Sí.
–Si se trata de lo que creo que se trata, no lo hagas–, respondió medio severo y medio empático.
–Pero Billy–
–No quiero hablar de eso, ¿de acuerdo? Solo deja que suceda como debe ser, naturalmente–, interrumpió, espetando antes de suspirar para alejar el breve aumento de irritación.
–No puedes decir eso y esperar que siga con mi día sin pensar que podrías morir en cualquier momento.
–Siempre ha sido así.
–No tan intensamente. Quiero decir, mírate, estás casi tan pálido como yo–, se rió en voz baja, pronto él se unió, dando el alivio que necesitaba la tensa conversación. –Es solo una enfermedad–, se encogió de hombros como si pudiera curarse de la dolencia que debilitaba su cuerpo.
–Olvidas que puedo escuchar los latidos de tu corazón–, respondió suavemente, entendiendo completamente por qué no quería hablar de eso. Pero ella sintió que era necesario, para que él pudiera hablar sobre lo que sucedería y sacarlo todo de su pecho en lugar de mantenerlo todo dentro todo el tiempo.
Abrió la boca para decir algo y luego la volvió a cerrar, sin saber cómo contrarrestar ese punto. –Siempre supiste que vendría–, respondió, manteniendo su voz un poco más baja de lo habitual.
–¿Y se supone que debo prepararme para eso? Billy, no seré capaz de funcionar sin saber que estás en alguna parte–, murmuró a medias, sintiendo el veneno picando en sus ojos mientras su cuerpo anhelaba algún tipo de lágrimas.
–¡Técnicamente seguiré estando aquí!
–Vivo, es a lo que me refiero–, suspiró, toda la conversación se sentía como un peso de cinco kilos sobre su pecho. Pero cuanto más hablaban, más se revivía el peso. Ella solo esperaba que hiciera algo similar por él.
–No se puede evitar, Athena–, se desvaneció, mirando por la ventana. Luego se rió entre dientes, –A mí tampoco me gusta.
–Solo desearía que no sucediera tan pronto–, suspiró y se inclinó en el sofá, apoyando la cabeza contra la tela. –Parece ineludible ahora. No quiero que te desvanezcas como lo han hecho todos los demás mortales–. Murmuró, las palabras eran demasiado difíciles para que las pronunciara al volumen habitual.
–Ya me conoces, soy terco. No me desvaneceré–, se rió el servidor tan levemente y algo en el sonido la hizo reír también, no tan fuerte como la risa habitual, pero fue una buena diferencia en la tensión. –En este momento, sigamos viendo este documental y no hablemos más de eso–, continuó después de que la risa entre ellos se apagó por completo, encendiendo la televisión.
–Si eso es lo que deseas–, ella estuvo de acuerdo a regañadientes, no queriendo perder el tiempo en algo que lo enojaba o molestaba. En cambio, como siempre, estaba decidida a pasar todo el tiempo que pudiera con él. Antes de que la enfermedad se apoderará de todo su cuerpo y le robara la vida.