presentación

2.5K 105 0
                                    

Apuré por el oscuro pasillo del edificio, ahora vacío; llevaba el material para la presentación bajo mis brazos, y miré el reloj. 7:20. Dios mío, no puede pasarme nada bueno hoy? La señorita Calle iba a patearme el trasero. Llegaba 20 minutos tarde. Élla odiaba los retrasos. Llegar tarde era algo que no se encontraba en el Diccionario de Gilipolleces de Daniela calle, ni corazón,amabilidad, compasión o gracias.

De nuevo me encontré a mi misma tramando el asesinato de ese bastardo que trabajaba en Kinko´s. Un trabajo simple, eso fue todo lo que le pedí. Que me hiciera unas fotocopias, y clasificar unos cuantos documentos. Debería ser pan comido. Pero no. Dos horas. Le había llevado dos horas.

Y ahora, ahí estaba yo, corriendo por los pasillos vacíos del edificio con mis tacones italianos de 350$, corriendo hacia mi ejecución. Respira, Poche. Puede oler el miedo. A medida que me acercaba a la sala de conferencias, intenté calmar mi respiración. A lo mejor élla llegaba tarde, y todavía estaba trabajando en su despacho. Si, claro. Pasé por su despacho y mis miedos se confirmaron. La puerta estaba abierta, la lámpara de su mesa encendida, y su gran silla de piel vacía. Mierda. Aminoré la marcha mientras me aproximaba a la sala de conferencias. Una luz tenue se colaba por debajo de la puerta cerrada. Definitivamente él estaba allí, esperando por mí.

Con cuidado, me atusé el pelo y la ropa mientras sostenía los documentos con el brazo. Cogí aire, y llamé a la puerta.“Pase“ mi respiración se detuvo y un grito ahogado se escapó de mis labios en cuanto escuché el tono de su voz. No sonaba enfadada, era peor. Sonaba aburrida. Aburrida de esperar. Creo que esto es lo que ellos entienden por reflejo de lucha y huida. Enderezando los hombros, entré en la sala, débilmente iluminada. La sala era grande,uno de los lados estaba cubierto por ventanales que iban del suelo al techo y que permitían una hermosa vista, desde el piso 18, del paisaje urbano de Chicago. En el centro había una enorme y pesada mesa de madera para las reuniones, y sentado en la cabecera y mirándome, estaba el señor Rulli.

Estaba allí sentada, con la chaqueta de su traje colgada en la silla, con su blusa desabotonada

desatada, el cuello de la camisa subido y las manos entrelazadas. Una mirada de total aburrimiento se había establecido en su perfecta cara. Tenía los ojos clavados en los míos, pero no dijo nada.

-“Discúlpeme, señorita Calle“ dije con voz vacilante y mi respiración todavía entrecortada.


-“Ha habido una confusión con el…“ Me detuve.

Las excusas no iban a ayudarme en mi situación. Y además, no iba a dejar que me culpara por algo sobre lo que yo no tenía la culpa. Podía besarme el culo. Con mi recién estrenada valentía, levanté la barbilla y caminé hacia la mesa.

Sin mirarlo a los ojos, busqué entre mis papeles y dejé la presentación sobre la mesa de madera, entre ambos. “Está listo para comenzar, señorita Calle ?“ Le pregunté, sin ocultar el veneno de mi voz.


Levantó la mirada y me miró, sin responder, con sus ojos marrones  taladrando mi valentía.

Esto sería más fácil si no fuera tan guapa. De qué sirve tener esa cara tan bonita si la dueña es un gilipollas? Me odiaba a mi misma por percatarme de su guapura. Por supuesto que era guapa. por eso podía actuar como un enorme cretino con todo el mundo. Todas las mujeres de este edificio se lanzaban a élla pero era demasiado arrogante y presuntuosa para darse cuenta. Todas menos yo. Podría ser sexy hasta morirse, pero la cagaba cuando una palabra salía de su boca.

Todavía sin decir nada, gesticuló con la mano sobre los documentos que había delante de élla, indicándome que continuara. Me aclaré la garganta y comencé con mi presentación.

La Oficina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora